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 EL CAMBIO RELIGIOSO (primera parte)



Junio 13, 2012, 05:45:07 am
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Desconectado Irene Zambrano

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EL CAMBIO RELIGIOSO (primera parte)
« en: Junio 13, 2012, 05:45:07 am »
EL CAMBIO RELIGIOSO COMO OPORTUNIDAD PARA EL DESPERTAR ESPIRITUAL
 
(Por Enrique Martínez Lozano)
<wwww.enriquemartinezlozano.com>
 
 
(El presente texto es una trascripción de la charla, a partir de una grabación de la misma. De ahí, su carácter coloquial).
 
 

         Estoy aquí con mucho gusto. Gracias a todos, a Profesionales Cristianos (PX), de donde surgió la invitación, y a la parroquia de “San Estanislao de Kostka”, que nos acoge.  Es un placer, no había estado nunca en el centro de Madrid, estoy con mucho gusto a pesar de que, debido a una hernia discal, haya venido arrastrando la pierna izquierda.
 
         Como veis por el título,  quiero compartir con vosotros y vosotras, del modo más sintético posible, cómo acercarnos al cambio religioso, que -según los expertos- es el mayor que ha experimentado la humanidad desde que tenemos memoria; cómo acercarnos a él y comprenderlo como oportunidad para el despertar espiritual.
 
         Dos anotaciones previas: una, la importancia de ver todo lo que nos ocurre como una oportunidad para algo, para algo mejor (la ciática mía también); todo lo que ocurre es una oportunidad para algo, y en el mundo religioso hablar de oportunidad es hablar de los signos de los tiempos, hablar de algún movimiento del Espíritu que nos conduce a algún lugar. ¿Qué nos quiere decir el Espíritu con este cambio religioso? ¿Quejarnos del “laicismo que nos invade”, como dicen algunos, del “laicismo agresivo” que dicen otros, del “relativismo” que constituye “nuestro mayor enemigo”? Eso son mecanismos de defensa baratos, eso no es oír al Espíritu, No, no quejarnos de nada, abandonar definitivamente cualquier actitud victimista, y ver que esto es una oportunidad. Dicen los expertos que hay preguntas que sanan y preguntas que enferman. Una pregunta que enferma es decirse: ¿por qué me pasa esto a mí?, ¿por qué me tiene que ocurrir?, ¿por qué me han hecho esto? Eso enferma. La pregunta que sana es decirse: ¿qué puedo aprender yo de esto?, ¿cómo  puedo vivir esto constructivamente? De modo que la pregunta no es por qué está sucediendo el cambo religioso sino qué puedo aprender de él; en términos religiosos sería decir, ¿qué me (nos) está diciendo el Espíritu en medio de este cambio o por medio de este cambio?
 
         La segunda anotación es que –como me gusta hablar mucho y a veces me extiendo-, cuando PX me planteó esta charla, yo quise ceñirme sólo a lo que es el cambio religioso, pero ellos –con buen criterio- me sugirieron dar un pasito más y ver también la perspectiva espiritual amplia que se nos abre. De modo que he intentado hacer una síntesis de ambas cosas.
Porque no se puede hablar de la perspectiva espiritual sin ver el momento de cambio en el que estamos; y, a la inversa: no se debe quedar uno sólo en hablar del cambio sin apuntar a la perspectiva espiritual nueva que se nos abre con él. Al hacer esta síntesis, ganamos en amplitud pero perdemos en profundidad, de modo que como la visión va a ser panorámica, eso me impide entrar en detalles. Y me veré obligado a hacer afirmaciones, sin tener el tiempo suficiente para exponer sus fundamentos. Por eso, me veo obligado a remitir a tres libros, en los que se recoge y expone, con amplitud y profundidad, lo que aquí será simplemente enunciado: “¿Que Dios y que salvación? Claves para entender el cambio religioso”; “La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual”; y “Recuperar  a Jesús. Una mirada transpersonal”,  porque con el cambio religioso cambia todo, nuestra manera de orar, nuestra forma de entender el credo, y también nuestro acercamiento a Jesús; de ahí ese tercer libro.
 
         Los puntos que voy a abordar son los siguientes: estamos ante un cambio de época, y dentro de ella, ante un cambio religioso que no conoce precedentes. Nos vamos a hacer dos preguntas: ¿a qué se debe y en qué consiste ese cambio?; estamos viendo que es de mucha envergadura, pero ¿cuál es su núcleo? Daremos luego un pasito más preguntándonos qué tiene qué ver el cambio religioso con la espiritualidad.  El cambio religioso abre un horizonte espiritual, pero veremos que aunque ambas cosas no tienen por qué estar reñidas, tampoco están identificadas. Luego nos plantearemos, casi al final, el despertar espiritual como una forma de experimentar la dimensión profunda de lo real, absolutamente de todo lo real; esa dimensión profunda de lo real, cuando accedemos a ella, nos hace ver todo el conjunto desde una dimensión no-dual, es decir, todo lo contrario al dualismo. Y, final, terminaremos afirmando y abriéndonos a vivir la  espiritualidad como un paso decisivo desde  la ignorancia, es decir, de la inconsciencia, a la liberación. Yo creo que no hay liberación si no empezamos por ahí; me refiero a liberaciones por las que también hay que luchar, la social,  económica, política, etc., pero que aquí está la base.
 
         Y me ha gustado traer aquí, al inicio,  una cita de un místico egipcio del siglo IX, para tocar tierra y ser muy humildes. Du Al Nun dice: “Sea lo que sea  lo que os imagináis, Dios es justo contrario”. Pero si os imagináis lo contrario, sigue siendo lo contrario, de modo que nos os hagáis muchas ilusiones. Dicho en un lenguaje más nuestro sería afirmar que “Dios no cabe en tu cabeza”, y los eclesiásticos –y muchos que no los son, también- somos muy aficionados a querer meter a Dios en la cabeza, y luego pasa lo que pasa.
 
 
1. Un cambio de época
 
         Vamos ya con el primer punto, el cambio de época. Es ya un tópico decir que no estamos en un época de cambios –por más que los cambios hoy sean constantes-, sino, más bien, en un cambio de época. El gran estudioso alemán Karl Jaspers hablaba del “nuevo tiempo axial”, como si la historia se abriera por una bisagra en dos mitades; según él, ha habido tres épocas axiales: el paso del Paleolítico al Neolítico; la que ocurrió en torno al siglo VI antes de Cristo, y el momento presente: realmente es un cambio de envergadura. Otro gran sabio, uno de los mayores del siglo XX, a mi entender, un compatriota nuestro, Raimon Pannikar, hablaba de una gran “mutación cultural” que conmueve los pilares de la misma civilización. Algunos comparan este cambio, en el que estamos inmersos y por eso no lo apreciamos del todo, con los cambios en el Neolítico, que revolucionaron la historia de nuestra especie. Y en lo que cada vez coinciden más los expertos es en afirmar que estamos en la infancia de la humanidad, somos como bebés chiquitos moviéndonos en este mundo. Personalmente, cuando me desespero por determinados acontecimientos, me digo a mí mismo: tranquilo, Enrique, porque somos como primates, colectivamente hablando –yo el primero-; como monos chiquitos, capaces de hacer muchas tonterías. Hay un científico que dice que si dentro de 5000 millones de años, que es el tiempo que se le da de vida al sol, y por tanto a la tierra, que si dentro de ese tiempo existiera todavía la humanidad, quienes vivieran entonces nos verían a nosotros, como nosotros vemos hoy a las bacterias; esto nos viene muy bien para atemperar nuestro orgullo.
 
         ¿A qué se debe este cambio sin precedentes? En primer lugar a un hecho bien simple: somos seres situados. Yo veo lo que está delante de mí, pero aunque oigo ruidos, no veo lo que está detrás de mí; vosotros, al contrario, me veis a mí y lo que está detrás de mí, pero no veis la pared en que os apoyáis. Estar situados significa que sólo podemos conocer de una forma relativa, por más que la palabra concite suspicacias a no pocos; con otras palabras: eso significa que la relatividad es el único modo humano de conocer. Relatividad significa relación: estar situados en relación a un tiempo y a un espacio; no hay nadie que no esté situado en un tiempo y un espacio y desde ahí nuestra visión de la realidad será una perspectiva; de ahí que sólo podamos conocer perspectivas, nunca la Verdad. ¿Os acordáis del verso de Machado?: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla; la tuya, guárdatela”. Sólo podemos conocer perspectivas, la relatividad es el modo humano de conocer; nos pongamos como nos pongamos, seamos religiosos o ateos, curas o laicos, sólo hay una forma humana de conocer, porque somos seres relativos: en relación a un tiempo y un espacio.
Reconocer que la relatividad es el modo humano de conocer nos libera de dos extremos igualmente peligrosos. Uno es el relativismo nihilista, que conduce al suicidio colectivo de la humanidad; el relativismo puede ser de conocimiento o de comportamiento: lo que se llama en filosofía “relativismo gnoseológico”, que dice que todas las verdades son iguales; y el “relativismo ético”, para el que todos los valores son iguales de buenos y de malos, y eso conduce al nihilismo, porque si todo vale lo mismo, nada vale nada; y una vez instalados en ese nihilismo ¿dónde acabamos? En el suicidio. Yo comprendo que Benedicto XVI se preocupe por ese nihilismo y lo denuncie; lo que sucede es que me temo que, detrás de esas protestas u otras similares, a veces puede esconderse el extremo contrario, es decir, el absolutismo dogmático: la creencia de que nosotros tenemos la verdad. Cuando eso ocurre, la denuncia del primero no es creíble, e incluso provoca el efecto contrario al buscado.
No sé cual de los dos extremos es más pernicioso, porque si el primero conduce al suicidio, el segundo conduce a la descalificación –y en ocasiones a la eliminación- del otro; porque si yo tengo la verdad absoluta, el que no comulgue conmigo tiene que ir a la hoguera. Todas las religiones que han conocido el fanatismo han caído en la trampa de pensar que ellas tenían la  verdad absoluta; y todavía perdura esa actitud, que se basa en un error elemental, típicamente egoico: confundir la verdad con la doctrina. La verdad nunca la podremos tener porque en nuestra mente no cabe; lo que tenemos son doctrinas y creencias ¿Qué es una doctrina? Un mapa, pero el mapa no es el territorio. La doctrina, el credo, los dogmas  son sólo mapas que apuntan a la verdad. Pero no son la verdad.
 
         En segundo lugar, el cambio actual se debe a la evolución de la conciencia. Sabemos que la conciencia,  entendida como capacidad de ver y comprender,  como cualquier otra realidad, evoluciona. Estoy convencido de que el pensador que más ha influido en nuestra cultura occidental probablemente haya sido Darwin; más que Freud, Marx o incluso Nietzche. Porque nos hizo caer en la cuenta de que todo es evolución y que, dentro de ella, la conciencia también está cambiando continuamente. Y ¿qué ocurre cuando cambia la conciencia? Que vemos las cosas de manera diferente a como las veíamos.
Entendemos por conciencia la capacidad de percepción de lo que es. En rigor deberíamos llamarla “consciencia” para no confundirla con la conciencia moral; lo que ocurre es que como se pronuncia más fácil ya se ha hecho habitual llamarla conciencia también en castellano. Esta consciencia o conciencia evoluciona; el gran filósofo contemporáneo Jürgen Habermas, lo dice muy bien: “Nuestra consciencia no es una cualidad innata sino que es el resultado de un proceso evolutivo”. Eso significa que nuestros antepasados que vivían en cuevas no podían ver el mundo como nosotros, es decir, la conciencia ha evolucionado. A nivel individual pasa igual: un niñito de 3 años no puede ver el mundo como lo veo yo; la conciencia evoluciona.
 
         En definitiva,  el cambio consiste en que estamos dentro de un cambio de paradigma. Para abordar ya la cuestión del cambio de paradigma, quiero comenzar con la frase de una catalana afincada en Francia –Anaïs Nin-, según la cual, “nunca vemos las cosas como son sino como somos”. Es lo que decía también  Campoamor con aquello de que “el mundo es del color del cristal con que se mira”. Vemos las cosas como somos y desde donde estamos situados.
Pero esto nos lleva aún más lejos: a reconocer que no nacemos con la mente en blanco, como creía  mi profesora de parvulitos, que decía que nuestra mente era como una página en blanco sobre la que empezar a escribir; eso no es cierto, porque nacemos en un contexto cultural determinado.
Lo cual significa que siempre que vemos la realidad la vemos a través de un filtro; es una arrogancia decir que “yo veo las cosas como son”. El ser humano sólo puede ver a través de una mediación o filtro. Ese filtro es un paradigma. Y como es una palabra con la que hay que familiarizarse, voy a emplear otros términos con los que se lo puede comparar.
Un paradigma es un filtro, unas gafas, unas lentes, un marco –como las anteojeras del burro-, que te permiten ver unas cosas y te impiden ver otras. Y es también un lenguaje cultural, un idioma cultural. Igual que el que nace hoy en Madrid, nace dentro de un idioma lingüístico -el castellano-, del mismo modo, nace también en un “idioma cultural”.
La definición académica de paradigma puede ser la siguiente: “Un paradigma es toda una constelación de ideas, creencias, presupuestos, valores, hábitos, normas de comportamientos… que constituyen un marco a través del cual vemos la realidad”. Siempre nacemos dentro de un idioma lingüístico y de un idioma cultural, y por eso un niño que nace en Afganistán o en Iraq no puede hablar el mismo idioma ni puede ver el mundo como un niño nacido en Madrid; lo mismo que el ser humano que vivía hace 3000 años no podía entender el mundo como lo percibe alguien que vive hoy.
 
         Siempre hablamos, lo hacemos dentro de un marco lingüístico: aunque uno no conozca la gramática de su lengua, no puede hablar sin ese idioma. Sólo podemos decir una palabra dentro de un idioma. Del mismo modo, siempre que pensamos, lo hacemos dentro de un paradigma determinado; y eso es una llamada permanente a la humildad. Porque cuando uno dice “yo tengo razón”, hay que precisar, “tú tienes razón dentro de tu idioma”. Es como si un chino y un español, sin conocer ninguno el idioma del otro, discutieran para ver qué lengua era mejor, si el español o el chino: sería absurdo, porque los idiomas no se pueden comparar, como los paradigmas tampoco se pueden comparar; y no es cuestión de tener razón o no, sino de conocer el marco de cada uno y a partir de ahí, como decía Machado, comenzar a dialogar.
 
         Hemos visto a qué se debe el cambio: como somos seres situados, la evolución de la conciencia hace que se modifique el marco o paradigma a través del cual vemos la realidad. El cambio consiste precisamente en que, debido a ello, vemos la realidad de uno diferente al que la veíamos con anterioridad.
Y ¿en qué consiste este cambio? Sobre todo, en que hemos pasado en poco tiempo por tres paradigmas diferentes. Un cambio de paradigma es como si se cambia uno las gafas: pasará un tiempo con dificultad para adaptarse. Pero imaginaos que además de las gafas me cambian el ojo, y además de cambiar el ojo me cambian la cabeza… El cambio es radical. Pues el cambio en el que estamos actualmente abarca esas tres dimensiones: las gafas, el ojo y la cabeza. Porque no sólo estamos en un cambio de paradigma –de la premodernodad a la modernidad y a la postmodernidad-, sino que estamos también en un cambio de nivel de conciencia –del estadio racional al transpersonal-; y estamos cambiando también el modo de conocer, pasando del modelo de conocer dualista, en el que la mente rige por encima de todo, a un modelo no-dual de cognición… El cambio es realmente espectacular. Pero aquí vamos a centrarnos exclusivamente en el cambio de paradigmas, así que nos aproximamos a conocer-comprender cada uno de ellos, para poder entender el cambio que se ha operado.
 
 
1.1. El paradigma premoderno
 
         El paradigma premoderno tenía muy claro que la tierra era una realidad intermedia entre el cielo, morada de los dioses, y el abismo, morada de las fuerzas malignas. Yo he vivido los tres paradigmas y me siento cómodo hablando de cualquiera de ellos; mi abuela, que vivió en el primer paradigma (premoderno), decía, cuando iba a rezar, que había que mirar al cielo; pero al cielo físico de verdad, porque creía en un Dios que habitaba por encima de bóveda celeste; y cuando dentro de poco, en el Adviento, leamos a Isaías, veremos que dice “Ojalá rasgases el cielo y bajases”. ¿Qué camino le quedaba a Dios para entrar en comunicación con nosotros? Pues romper el cielo. También se “rasga el cielo” cuando se bautiza Jesús, lo que en este paradigma significa que Dios entra en comunicación con los humanos. Hoy nosotros podemos entender que nos cuentan un cuento, porque el cielo no se rasga; hoy los niños de catequesis no se conforman como nosotros con cualquier respuesta; una pequeña de 7 años me comenta que su profesora de catequesis le ha dicho que Dios está en el cielo. “Claro, donde debe de estar”, le digo; “Ya, ya, -continúa ella- pero exactamente ¿en qué lugar del cielo?”.
 

 

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