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 EL NACIMIENTO DEL CRISTO (segunda parte)



Julio 01, 2012, 10:56:54 am
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EL NACIMIENTO DEL CRISTO (segunda parte)
« en: Julio 01, 2012, 10:56:54 am »

Cuando los hombres lleguen a tener el nuevo sentimiento cristiano, cambiará mucho en cuanto al modo de pensar. Ante todo se comprenderá por qué la secreta concepción de la época del Antiguo Testamento tenía una idea particular sobre los profetas; pues ¿en qué se distinguían los profetas antiguos? Ellos fueron las personalidades consagradas por Jahvé; fueron las personalidades que auténticamente podían servirse de dones espirituales que los demás no poseían. Jahvé debía consagrar las capacidades innatas, y Jahvé influía sobre el hombre desde el dormirse hasta el despertar; no influía durante la vida consciente. El verdadero adepto del Antiguo Testamento se decía: Lo distintivo de los hombres en cuanto a sus capacidades y dones, y que en los profetas se eleva a la genialidad, es algo que nace con el hombre, pero él no lo utiliza para el Bien, si al dormirse no se sumerge en el mundo donde Jahvé guía los impulsos del alma y transforma desde el mundo espiritual los dones físicos, dependientes del cuerpo.

Con ello me refiero a un profundo misterio del pensamiento de los tiempos del Antiguo Testamento. Pero esta concepción, incluso la relativa a los profetas, tiene que desaparecer. Para el bien de la humanidad tienen que formarse nuevas ideas en la evolución histórica universal. Para lo que según la creencia de los antiguos hebreos dependía de la consagración por Jahvé durante el sueño inconsciente, el hombre debe alcanzar en nuestro tiempo la capacidad de consagrarlo durante la plena conciencia diurna. Pero esto sólo lo alcanzará si él sabe que por un lado todo lo perteneciente a dones naturales, capacidades, talentos, hasta la genialidad, son dones luciféricos que obran en el mundo de un modo luciférico, mientras no lleguen a ser consagrados e impregnados por todo aquello que corno impulso crístico puede aparecer en el mundo.

Se toca un misterio de inmensa importancia para la moderna evolución de la humanidad si se concibe el germen de la nueva imagen de la Navidad en el sentido de que es preciso que el hombre comprenda al Cristo de tal manera que sobre la base del Nuevo Testamento diga: Además de las condiciones de igualdad en el niño he recibido las diversas capacidades, dones y talentos. Pero con el correr del tiempo todas estas facultades sólo conducirán al bien del hombre, si las mismas se ponen al servicio del Cristo Jesús, si el hombre aspira a cristianizar todo su ser, para que se arrebaten a Lucifer los dones, talentos y genialidades humanos. El ánimo cristianizado arrebata a Lucifer todo lo que sin ello actuaría de un modo luciférico en la existencia física humana. Esto es algo que como fuerte pensamiento debe imperar en la futura evolución del alma humana. En ello consiste la nueva imagen dela Navidad, la nueva anunciación del obrar del Cristo en el alma humana para cambiar lo luciférico que no rige en nosotros en cuanto vivimos por la fuerza del espíritu, sino que como lo luciférico se halla en nosotros por el hecho de que nacemos con un cuerpo físico lleno de sangre, un cuerpo que a través de la herencia nos da también las capacidades. Dentro de la corriente luciférica, dentro de lo que ejerce su efecto en la corriente de la herencia física aparecen dichas capacidades, pero el hombre debe ganarlas, conquistarlas durante la vida física, por medio de lo que el impulso crístico puede suscitar en sus sentimientos, no en el sueño por la inspiración de Jahvé, sino con plena conciencia dentro de sus experiencias. El nuevo cristianismo habla así: “Concibe, oh cristiano, el pensamiento de la Navidad y ofrenda en el altar que se erige en la Navidad todo lo que tú recibes con la sangre de tu cuerpo, y consagra tus capacidades, tus dones y hasta tu genio, percibiéndolo todo iluminado por la luz que irradia del árbol de Navidad”.

Con nuevas palabras debe hablar la nueva anunciación del Espíritu, y no debemos permanecer indiferentes ante lo que en nuestro severo tiempo nos habla como nuevas revelaciones del Espíritu. Con tal sentimiento se nos dará la fuerza que el hombre necesita en la vida del presente para cumplir con las grandes tareas de la época. Es preciso que se conciba la enorme importancia de la idea de la Navidad, y con plena conciencia se debe comprender el significado de las palabras del Cristo: “Cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. La idea de la igualdad que el niño nos revela, si lo observamos en el justo sentido, no se niega por dichas palabras, puesto que aquel niño cuyo nacimiento evocamos en la noche de la Navidad, anuncia claramente a la humanidad en la evolución universal, con cada vez nuevos pensamientos, que por la luz del Cristo, el que estuvo presente en el alma de ese niño, se debe iluminar lo que poseemos como dones que nos diferencian de los demás; que sobre el altar de ese niño se debe ofrecer aquello que esos diversos dones hacen de nosotros como hombres.

La seriedad de la imagen de la Navidad puede suscitar en el hombre la pregunta: ¿Cómo llego a ser consciente en mi alma del impulso de Cristo? Es un pensamiento que muchas veces preocupa al hombre.

Ciertamente, no acogeremos en el alma espontáneamente lo que podemos llamar el impulso de Cristo, y el mismo se nos presenta de un modo distinto en unos u otros tiempos. En el presente el hombre puede concebir con clara y plena conciencia los pensamientos cósmicos que tratamos de comunicar a través de nuestra ciencia espiritual de orientación antroposófica. Estos pensamientos, bien comprendidos, pueden despertar en el hombre la confianza de que sobre las alas de los mismos efectivamente le llega la nueva revelación, esto es, el nuevo impulso de Cristo de nuestro tiempo. Y el hombre llegará a sentirlo, si no deja de prestarle atención.

Si en el sentido de lo ahora expuesto se trata de acoger vivazmente los pensamientos espirituales de la dirección del mundo, de acogerlos no como una teoría, sino en tal forma que estos pensamientos conmuevan, iluminen y den calor al alma en lo más profundo; si se trata de sentirlos fuertemente, como algo que a través del cuerpo penetra en el alma; si se trata de liberarlos de lo abstracto y lo teórico, de modo que estos pensamientos realmente son como una nutrición del alma; si se trata de sentir que los mismos entran en el alma no meramente como pensamientos, sino como vida espiritual proveniente del mundo espiritual; si todo esto se logra íntimamente, se notará el resultado de una triple manera: se percibirá que estos pensamientos extinguirán en el hombre lo que particularmente en nues­tra época del alma consciente penetra tan marcadamente en el alma humana: el egoísmo.

Si se comienza a advertir que dichos pensamientos extinguen el egoísmo, se habrá sentido la fuerza crística de los pensamientos de la ciencia espiritual de orientación antroposófica. Si en segundo lugar se nota que en el ins­tante en que en el mundo de alguna manera aparece la falta de veracidad, ya sea que uno mismo se sienta tentado a no atenerse a toda la verdad, o bien, que de parte de otros se nos presente la falta de veracidad; si en tal situación se experimenta la fuerza de un impulso que no deja entrar en nuestra vida la falta de veracidad, un impulso que monitoriamente siempre nos exhorta a decir la verdad, entonces resulta que frente a la vida que se inclina hacia la apariencia, se siente el viviente impulso de Cristo. Sobre la base de los pensamientos espirituales de orientación antroposófica no será fácil para el hombre mentir, o no tener sensibilidad para la apariencia y la falta de veracidad. Aparte de cualquier otro entendimiento, los pensamientos de la nueva revelación cristiana pueden indicarnos el camino hacia el amor a la verdad. Si el hombre no solamente busca la comprensión teórica de la ciencia espiritual al igual que la de otra ciencia, sino si es capaz de captar los pensamientos en tal forma que, al unirse los mismos íntimamente con el alma, llega a sentir como si una potencia de la íntima conciencia que exhorta a la veracidad estuviese presente, entonces habrá encontrado de la segunda manera el impulso de Cristo. Y si además se llega a sentir que de dichos pensamientos fluye algo hasta en el cuerpo, pero principalmente influyendo sobre el alma, una fuerza que vence la enfermedad, dando al hombre salud y vigor, se habrá sentido el tercer aspecto del impulso de Cristo, debido a dichos pensamientos. La aspiración de la humanidad sobre la base de la nueva sabiduría, el nuevo espíritu, consiste precisamente en encontrar la posibilidad de superar el egoísmo por el amor, en superar la apa­riencia de la vida por la verdad, superar lo que conduce a la enfermedad, por los pensamientos sanos, los que nos unen con las armonías del universo, puesto que tienen su origen en estas armonías.

En el presente aún no es posible alcanzar todo lo expuesto, pues el hombre lleva en sí una antigua herencia. Y resulta ser incomprensible si por ejemplo una absurda teoría espiritual como la Christian Science reduce a caricatura la idea del curarse por el espíritu. Pero si debido a la antigua herencia el pensamiento todavía no puede tener suficiente fuerza para alcanzar lo anhelado, por ello no deja de ser una fuerza que da salud. Al respecto, fácilmente se piensa de un modo equivocado. Alguien que sabe juzgar las cosas, puede decir: “a ti te pueden curar ciertos pensamientos”, pero ocurre que a tal persona en cierto momento le toca esta o aquella enfermedad. Al respecto hay que tener presente que debido a la antigua herencia, en nuestro tiempo todavía no podemos curarnos de todas las enfermedades por la mera influencia de pensamientos. Por otra parte difícilmente se puede saber cuáles enfermedades nos hubieran tocado, o bien, si nuestra vida hubiera transcurrido con la misma salud, sin haber tenido ciertos pensamientos. De un hombre que en su vida ha estudiado la ciencia espiritual de orientación antroposófica, y que murió a la edad de 45 años no se puede saber si quizás sin ella hubiera fallecido a los 42, o a los 40 años. Es que en este campo el hombre tiende a pensar equivocadamente. Así, por ejemplo no suele observar lo que a él le puede corresponder según su karma ni tampoco lo que realmente se le da de acuerdo con su karma. Pero si uno, a pesar de lo contradictorio en el mundo físico exterior, todo lo observa por la fuerza de la confianza interior que se basa en los pensamientos de la ciencia espiritual, llegará a sentir, hasta en el cuerpo físico, lo saludable, lo refrescante, lo rejuveneciente, como el tercer elemento que el Cristo, como Salvador (Heiland) confiere al alma humana, a través de sus incesantes revelaciones.

Ha sido el propósito de esta conferencia profundizar la idea de la Navidad, la que se relaciona tan íntimamente con el misterio del nacimiento del hombre. Se ha tratado de bosquejar ante el alma lo que el Espíritu nos revela como continuación de la idea de la Navidad. Se podrá sentir lo fortaleciente y el sostén en la vida, como asimismo los impulsos de la evolución del mundo, venga lo que viniere, de modo que podemos sentirnos unificados con los impulsos divinos de la evolución del mundo, y que nuestro entendimiento nos puede dar la fuerza y la iluminación para nuestro pensar. No se puede negar que el hombre se halla en evolución, cuya justificación se debe reconocer.

El Cristo ha dicho: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. No es una frase hueca, es la verdad. No solamente por los Evangelios se ha revelado el Cristo, sino que Él está con nosotros, revelándose constantemente. Es preciso que tengamos oídos para oír lo que El nos revela siempre de nuevo, en los tiempos nuevos. No tener fe en estas revelaciones nuevas, nos puede debilitar, pero la fe nos fortalecerá.

La fe en estas revelaciones nos dará fuerza, aunque las mismas resuenen a través de los dolores aparentemente contradictorios y los infortunios de la vida. Con nuestra alma propia pasamos por las vidas terrenales repetidas, en cuyo curso se cumple nuestro destino. Pero tal pensamiento que nos deja sentir lo espiritual detrás de la vida física exterior, sólo lo concebimos si en el justo sentido cristiano acogemos las continuas revelaciones. En el sentido de nuestro tiempo el verdadero cristiano, cuando está ante el árbol de Navidad con sus luces, deberá comenzar con los pensamientos fortalecientes, los que ahora los puede tener provenientes de la nueva revelación cósmica, para fortalecer su voluntad, para iluminar su pensar. Y deberá sentir que con la fuerza y la luz de este pensar él puede, en el curso del año cristiano, aproximarse al otro pensamiento, el que evoca el misterio de la muerte: el pensamiento de la Pascua de Resurrección, el pensamiento que en nuestra alma se presenta como un acontecer espiritual, lo que el hombre experimenta como fin de su existencia terrenal. Sentiremos cada vez más lo que es el Cristo, si somos capaces de relacionar debidamente nuestra existencia con la del Cristo. Sobre la base del cristianismo, el rosicruciano de la Edad Media decía: Ex deonascimur, In Cristo morimur, Per spiritum sanctum revíviscimus. De lo divino hemos nacido, al considerarnos como hombres en esta tierra. En el Cristo morimos. En el Espíritu Santo volveremos a ser despertados. Pero esto se refiere a nuestra vida, a nuestra vida humana. Dirigiendo la mirada de nuestra vida hacia la vida del Cristo, se nos presenta nuestra propia vida como imagen-reflejo. De lo divino hemos nacido, en el Cristo morimos, por el Espíritu Santo volveremos a ser despertados. Como la verdad de Cristo que vive en nosotros como el primero de nuestros hermanos, lo podemos expresar ahora en tal forma que lo sentimos como Verdad-Cristo, irradiando de Él, reflejándose en nuestro ser humano: Él ha sido generado por la fuerza del Espíritu, tal como lo expresa el Evangelio según San Lucas, a través del símbolo de la paloma que descendió como Espíritu Santo. Del Espíritu fue generado; en el cuerpo humano murió; en lo Divino resurgirá.

Sólo percibiremos en el justo sentido las verdades eternas, si las percibimos en su reflejo del presente, no meramente en una forma, hechas abstracción absoluta. Y si nos sentimos como hombre, no solamente en sentido abstracto, sino como hombre realmente perteneciente a un tiempo en que nos incumbe el deber de actuar y pensar en concordancia con el carácter de la época, entonces trataremos de percibir el lenguaje de ahora del Cristo que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo; oiremos entonces su enseñanza que nos ilumina y nos fortalece en el pensamiento sobre la Navidad. Así podremos acoger en nosotros al Cristo en su nuevo lenguaje, pues con el Cristo debemos unirnos como ligado con nosotros por parentesco. Así nos será posible cumplir nosotros mismos la misión del Cristo en la tierra y después de la muerte. El hombre de cada época debe acoger en sí mismo a su propia manera al Cristo. El hombre podía sentirlo, si en el justo sentido consideraba los dos pilares espirituales, la idea de la Navidad y la de la Pascua de Resurrección. El profundo místico alemán Ángelus Silesius lo expresó, con respecto a la imagen de la Navidad: “Si el Cristo nace en Belén mil veces  y no en ti, eternamente perdido permaneces”.

Con respecto a la imagen de la Pascua de Resurrección:
“La Cruz de Gólgota, del Mal no te podrá salvar,
si no en ti también se llega a elevar”.

Es verdaderamente necesario que el Cristo viva en nosotros, puesto que no somos hombres en sentido absoluto, sino hombres de una determinada época; el Cristo debe nacer en nosotros tal como sus palabras resuenan a través de nuestra época. Debemos tratar de hacer nacer el Cristo en nosotros, para nuestro fortalecimiento, nuestra iluminación; el Cristo debe nacer en nuestra alma tal como ha quedado con nosotros y como Él quiere quedar con los hombres, todos los tiempos hasta el fin del mundo. Si en el día de hoy tratamos de sentir en el alma el nacimiento del Cristo, como la luz eterna y la fuerza eterna, entonces se nos presenta de la justa manera el nacimiento histórico del Cristo en Belén, como asimismo su reflejo en nuestra alma.

“Si el Cristo nace en Belén mil veces y no en ti, eternamente perdido permaneces”.

Así como ahora Él nos hace dirigir la mirada hacia su nacimiento en el acontecer humano, su nacimiento en nuestra alma, así contemplamos de la justa manera la imagen de la Navidad. Entonces somos conscientes de la noche solemne que nos debería dar el sentimiento de un nuevo fortalecimiento, de la iluminación de los hombres, después de diversos males y dolores que en el presente los han conmovido y seguirán conmoviéndolos.

El Cristo dice: “Mi reino no es de este mundo”. Si de la justa manera dirigimos la mirada hacia su nacimiento, esa palabra nos exige encontrar en el alma el camino hacia aquel reino donde El está para fortalecernos, para iluminarnos, cuando amenaza la oscuridad y la falta de fuerza; fortalecernos por los impulsos provenientes de aquel mundo a que El mismo se refirió, y del que su aparición en la noche solemne siempre quiere hablar. “Mi reino no es de este mundo”. Pero por otra parte El mismo ha traído ese reino en este mundo, para que nosotros siempre podamos recibir del mismo, fuerza, consolación, confianza y esperanza, en todas las situaciones de la vida, siempre que nos decidamos a guiarnos por sus palabras, como estas:

De cierto os digo, que cualquiera que no recibiere el rei­no de Dios como un niño, no entrará en él.

(Rudolf Steiner)


–> VISTO EN: http://www.revistabiosofia.com/index.php?option=com_content&task=view&id=301&Itemid=55


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