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 EL NACIMIENTO DEL CRISTO (primera parte)



Julio 01, 2012, 10:57:34 am
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EL NACIMIENTO DEL CRISTO (primera parte)
« en: Julio 01, 2012, 10:57:34 am »
EL NACIMIENTO DEL CRISTO EN EL ALMA HUMANA
(Rudolf Steiner)



Conferencia pronunciada el 22 de Diciembre de 1918 en Basilea


Comparables con dos grandiosas columnas espirituales, el sentimiento cristiano del mundo ha creado las dos fiestas, la Navidad y la Pascua de Resurrección, dentro del curso del año, considerando ambos aspectos como símbolo del curso de la vida humana. Se puede decir que la imagen de la fiesta de Navidad y la de la Pascua de Resurrección se presentan al alma humana como las dos columnas espirituales que nos hablan de los grandes misterios de la existencia física hu­mana, y que exigen al hombre una contemplación bien dis­tinta de la de otros acontecimientos de su vida terrenal. 



Es cierto que en esta vida —a través de la observación sensoria, el discernimiento intelectual, el sentimiento y el acto volitivo— nos habla lo suprasensible. Pero en otros casos lo suprasensible se anuncia espontáneamente como tal, como por ejemplo en la fiesta de Pentecostés, en que el sentimiento cristiano quiere dar expresión sensible a lo suprasensible. Pero por medio de las imágenes de Navidad y la de Pascua de Resurrección se señalan los dos acontecimientos del curso de la vida física, que según su apariencia exterior son acontecimientos físicos y que por su peculiaridad, en contraste a todos los demás acaecimientos, no se expresan realmente como acontecimientos físicos. De acuerdo con la concepción natural con la vista se abarca la vida física del hombre, el aspecto exterior de la vida física, y asimismo la revela­ción exterior de lo espiritual. Pero no es posible percibir físicamente, o bien retener su aspecto, la revelación exterior de las dos experiencias del principio y del fin del curso de la vida humana, sin que por la percepción física misma se tenga la sensación de lo profundamente enigmático, lo misterioso de los dos acontecimientos a que me refiero: el nacimiento y la muerte. Y en la vida de Cristo Jesús, como en las imágenes de Navidad y la Pascua de Resurrección, se hallan ante el sentimiento cristiano, recordándolos, esos dos acontecimientos de la vida física.

Por las imágenes de Navidad y la Pascua de Resurrección el alma humana dirige la mirada hacia esos dos grandes misterios; y por tal observación ella encuentra el luminoso fortalecimiento del pensar, y el poderoso contenido del querer humano; y en cualquier situación de la vida halla la consolación de todo su ser. Las dos columnas espirituales, las de la Navidad y la Pascua de Resurrección tienen valor eterno.

Pienso que se puede afirmar que nuestro tiempo de nuevas revelaciones espirituales también arrojará nueva luz sobre la idea de la Navidad, de modo que paulatinamente la imagen de la Navidad se podrá sentir en forma nueva. Nos tocará a nosotros percibir, proveniente del acontecer universal, la llamada de dar un carácter nuevo a representaciones antiguas, la llamada de una nueva revelación del Espíritu. Nos tocará a nosotros comprender que en el acontecer universal se abre paso una nueva imagen de la Navidad, para el fortalecimiento y consolación del alma humana.

El nacimiento y la muerte del hombre, cuanto más sean observados y analizados, se nos presentan como acontecimientos que tienen lugar totalmente en el plano físico, y en los cuales lo espiritual impera en tal forma que desde una seria observación, nadie debería negar que esos dos acaecimientos terrestres de la vida humana, se muestran directamente como hechos físicos, hasta el punto de  que, realizándose en el hombre, evidencian que él es ciudadano de un mundo espiritual. Ninguna concepción natural, dentro de lo que los sentidos perciben y el intelecto puede comprender, jamás podrá encontrar en el nacimiento y la muerte otra cosa que aquella en que el obrar de lo espiritual se evidencia espontáneamente en lo físico. Únicamente estos dos acontecimientos se presentan de esa manera al ánimo humano. Y para el acontecer del nacer que encuentra su expresión en la Navidad, el ánimo humano-cristiano ha de sentir cada vez más profundamente el carácter de misterio. Se puede decir que los hombres pocas veces han llegado a tener en cuenta debidamente el carácter de misterio con respecto al nacimiento. Y raras veces mediante imágenes que hablen profundamente al alma humana.

Tal imagen se expresa en lo que se relata referente al genio suizo del siglo XV Nikolaus von der Flüe. El mismo ha contado que antes de su nacimiento, antes de poder respirar aire físico, percibió su propia imagen humana, la que físicamente iba a tener después de su nacimiento. Antes de su nacimiento vio el acto de su bautismo con las personas presentes en el mismo, como asimismo las imágenes de sus primeros días. Después las reconoció, con excepción de una persona anciana.
Tómese este relato como se quiera, no se podrá por menos que admitir que se trata de un significativo indicio con respecto al misterio del nacimiento humano, cuyo símbolo se nos presenta ante la historia universal a través de la imagen de Navidad. El relato de Nikolaus von der Flüe nos indica que con la entrada en la vida física se relaciona algo que para la percepción cotidiana, sólo se esconde detrás de un tabique muy delgado. Este tabique delgado se puede romper cuando existe una condición kármica, como en este caso. Se podrán dar otros ejemplos, pero hay que decir que la humanidad todavía es muy poco consciente de que los dos extremos de la vida humana, el nacimiento y la muerte, aparecen ya por su solo aspecto físico como dos acontecimientos espirituales, los cuales jamás pueden tener lugar dentro del mero acontecer natural; al contrario se trata de un obrar de potencias divino-espirituales, lo cual se expresa por el hecho de que justamente por su aspecto físico las dos experiencias en el principio y el fin de la vida física humana tienen que permane­cer como misterios.

La nueva revelación cristiana nos induce a considerar el curso de la vida humana de tal modo como, ciertamente, en el siglo XX el Cristo espera que la humanidad lo tome en cuenta. Para contemplar la imagen de Navidad recordemos ahora palabras de Cristo Jesús, según el Evangelio de San Lucas, palabras que son propicias para relacionarlas con la imagen de Navidad. Me refiero a las palabras: “En verdad os digo, que cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él“. Cuando el Cristo dice “cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño”, no se debe entender como si se quisiera quitarle a la idea de Navidad todo el carácter de un misterio, y en su lugar hablar simplemente del querido niño Jesús,-tal y como se ha hecho en el curso de la evolución materialista del cristia­nismo-. Las palabras de Cristo Jesús: “cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño no entrará en él” nos hacen alzar la mirada a poderosos impulsos que se ponen de manifiesto a través de la evolución de la humanidad.
En el presente (después de la guerra de 1914/18) ciertamente no hay motivo para entregarse a pensamientos triviales acerca del significado de la Navidad, sino que el corazón humano vive con la triste imagen de millones de muertos y de la gran escasez de alimentos; en este tiempo lo más indicado es entregarse a los poderosos pensamientos de la historia universal que impulsan al hombre y que pueden surgir por efecto de las palabras: quien no recibiere el reino de Dios como un niño, las que se pueden completar con estas otras: quien no ilumine su vida con la luz de tal pensamiento, no podrá entrar en los reinos celestiales.

El hombre al entrar en este mundo como niño, proviene directamente del mundo espiritual, pues lo que entonces tiene lugar en el mundo físico, la procreación y el crecimiento del cuerpo físico, no es otra cosa que el aspecto exterior del acontecimiento que consiste en que el más profundo ser del hombre sale del mundo espiritual. Partiendo de su estado espiritual, el hombre entra en el cuerpo al nacer, y cuando el rosacruciano dice: ex deonascimur, se refiere al ser humano en cuanto a su aparición en el mundo físico, pues lo que al principio envuelve al hombre, lo que hace de él una entidad física aquí sobre el globo terrestre, esto es lo que se expresa con la palabra ex deonascimur. Considerando el centro del hombre, lo que realmente es el íntimo ser central, se debe decir: partiendo de lo espiritual, el hombre entra en este mundo físico. Pero lo que tiene en el mundo físico, al percibirlo desde el nivel espiritual antes de la concepción o del nacimiento, el hombre se envuelve con el cuerpo físico, a fin de experimentar en el mismo, aquello que sólo en este cuerpo físico se puede experimentar. Pero hay que tener presente que con su ser central el hombre viene del mundo espiritual. Y para quien se propone contemplar las cosas como ellas se presentan en el mundo, sin estar deslumbrado por ilusiones del materialismo, el hombre es de tal manera que en los primeros años de la vida evidencia todavía que ha venido de lo espiritual. Lo que se observa en la vida del niño, aparece para el investigador de tal manera que se tiene la sensación de percibir los efectos posteriores a lo experimentado en el mundo espiritual.

Este misterio se expresa por medio de relatos como el que se relaciona con el nombre de Nikolaus von der Flüe. Una concepción trivial fuertemente influida por el pensar materialista dice ingenuamente que paso a paso durante la vida, el hombre desarrolla su yo desde el nacimiento hasta la muerte, y que este yo aparece cada vez más intensa y más claramente.

Se trata de un modo de pensar ingenuo, pues si se observa el verdadero yo humano, el que con el nacimiento viene del mundo espiritual para adoptar su envoltura física, se habla de un modo distinto sobre todo el desarrollo físico del hombre, porque entonces se sabe que, al crecer el hombre físicamente en el cuerpo físico, el verdadero yo, en verdad desaparece del cuerpo, que este verdadero yo se nota cada vez menos claramente, y que aquello que aquí en el mundo físico se desarrolla entre el nacimiento y la muerte, sólo es una imagen reflejo de sucesos espirituales, una imagen reflejo muerta de una vida superior. La expresión correcta consiste en que se diga: hacia adentro del cuerpo desaparece paso a paso toda la plenitud de la entidad humana, haciéndose cada vez más invisible. El hombre vive su vida física aquí en la tierra, perdiéndose más y más en el cuerpo, para volver a encontrarse con el espíritu a su muerte.


Así habla el que conoce las condiciones. Quien no las conoce habla de tal manera que dice: el niño es imperfecto y el yo se desarrolla gradualmente hacia una perfección cada vez más grande; se desarrolla partiendo de los fundamentos indefinidos de la existencia humana. Desde el punto del conocimiento espiritual se debe hablar en este campo de un modo distinto que a través de la conciencia sensible de nuestro tiempo en que subsiste el sentimiento materialista.

El hombre entra en el mundo como ser espiritual. Cuando niño su ser corporal está todavía indefinido, pues se ha servido poco de lo espiritual que entra en la existencia física como durmiendo. Este ser espiritual parece tener poco contenido, puesto que precisamente en la vida física común no lo percibimos, como tampoco percibimos el yo y el cuerpo astral cuando durante el sueño están separados del cuerpo físico y del etéreo. Pero un ser no es menos perfecto por el hecho de que nosotros no lo vemos. Por tener un cuerpo físico, el hombre debe hundirse cada vez más en el mismo, a fin de adquirir, a través de tal hundimiento, capacidades que sólo se pueden adquirir si el ser anímico-espiritual del hombre se pierde durante un tiempo en la vida física, en el cuerpo físico.

La imagen de Navidad se eleva como una grandiosa columna de luz dentro del sentimiento cristiano del mundo, para que nosotros siempre recordemos nuestro origen espiritual, para fortalecernos por el pensamiento de que de lo espiritual hemos venido para entrar en el mundo físico. Es preciso que tal pensamiento como idea de la Navidad se fortalezca cada vez más a través de la futura evolución espiritual de la humanidad. Esto conducirá a que los hombres vuelvan a experimentar el advenimiento de la fiesta de Navidad con la idea de ganar nuevas fuerzas para la existencia física, con el recuerdo de su origen espiritual. En el presente el hombre todavía siente muy poco la fuerza de la idea de Navidad, porque según las leyes de la existencia espiritual es así que lo que aparece en el mundo para promover la evolución humana, no aparece inmediatamente en su forma definitiva, sino en cierto modo al principio en forma tumultuosa, como anticipándolo por el actuar de seres ilegítimos de la evolución del mundo. La evolución histórica de la humanidad sólo se comprenderá de la justa manera, si se sabe que las verdades deben de entenderse tomando en consideración el debido tiempo y bajo la debida luz en el curso de la evolución de la humanidad.

De entre los diversos pensamientos que —ciertamente incitado por el impulso crístico, pero en una forma prematura— entraron en la moderna evolución de la humanidad, figura el pensamiento profundamente cristiano, pero adecuado a una ulterior profundización, de la igualdad de los hombres ante el mundo y ante Dios. Pero este pensamiento no se lo debe entender como el mismo tumultuosamete entró en la evolución humana por la revolución francesa. Hay que tener presente que la vida humana está en evolución desde el nacimiento hasta la muerte, y que los impulsos principales se manifiestan de distinta manera durante la vida humana. Si consideramos espiritualmente el hecho de cómo el hombre entra en la existencia sensible: él entra en esta existencia plenamente según el impulso de la igualdad del ser humano ante todos los demás. La existencia infantil suscita en nosotros los sentimientos más intensos, si se considera la naturaleza del niño sobre la base del pensamiento de la igualdad de todos los hombres. En la existencia del niño todavía no aparece nada de lo que produce desigualdad, nada de lo que organiza la vida de los hombres de tal manera que se los hiciera sentir como diferentes de otros. Todo esto sólo se le da al hombre en el curso de su vida física. La existencia física va creando desigualdad, mientras que el hombre sale de lo espiritual como igual ante el mundo y ante Dios. Esto lo anuncia el misterio del niño.

Con este misterio del niño se une la idea de la Navidad, la que encontrará su profundización por la nueva revelación cristiana, pues esta nueva revelación cristiana tomará en cuenta la nueva trinidad: el hombre como representan­te inmediato de la humanidad, lo ahrimánico y lo luciférico, (como lo expresa el grupo tallado en madera, en el Goetheanum en Dornach, Suiza). Y por el conocimiento de cómo el hombre se sitúa en la existencia del mundo en su estado de equilibrio entre lo ahrimánico y lo luciférico, se comprenderá lo que, también en su existencia física exterior, el hombre realmente es.

Ante todo debe de haber comprensión cristiana con relación a un cierto aspecto de la vida humana. Llegará el tiempo en que el pensar cristiano dará mucha importancia a lo que desde mediados del siglo XIX ya se ha anunciado vagamente en distintos genios. Si se llega a comprender el hecho de que con el nacimiento del niño entra en el mundo la idea de la igualdad, pero que más tarde, como ulterior paso, se desarrollan en el hombre fuerzas de desigualdad, las que parecen no ser de este mundo, se nos presenta justamente en comparación con la idea de la igualdad un nuevo poderoso misterio. En el futuro desarrollo del alma humana, a partir de ahora, será uno de los más importantes y necesarios anhelos del hombre: llegar a comprender dicho misterio nuevo, y como resultado de tal comprensión, adquirir la correcta concepción acerca del ser humano. Con inquietud sentirá el hombre el enigma: ciertamente, los hombres llegan a ser diferentes —si bien no lo son todavía en la infancia— por el hecho de algo que aparentemente ha nacido con ellos y que se halla en la sangre: sus distintos dones y capacidades.

El enigma de los dones y las capacidades que son la causa de tantas desigualdades entre los hombres, surge en relación con la imagen de la Navidad. Y la fiesta de Navidad del futuro seriamente hará recordar al hombre el origen de sus dones, capacidades, talentos y hasta capacidades geniales que le diferencian mundialmente. Necesariamente tendrá que hacer la pregunta de este origen. Y sólo alcanzará el justo equilibrio de la existencia física, si él puede calificar satisfactoriamente el origen de sus capacidades por las que él se diferencia de los demás. La luz de la Navidad o la de las velas navideñas deben dar la respuesta a la pre­gunta: ¿Existe injusticia dentro del orden universal para el individuo entre el nacimiento y la muerte? ¿Cómo se explican las capacidades, los dones?

 

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