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 NIÑOS Y JÓVENES VIOLENTOS



Julio 14, 2012, 05:44:41 am
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Desconectado Irene Zambrano

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NIÑOS Y JÓVENES VIOLENTOS
« en: Julio 14, 2012, 05:44:41 am »
NIÑOS Y JÓVENES VIOLENTOS: OTRA MIRADA.
(Publicado por Carina Tacconi)


Vivimos en una sociedad violenta en la que el mal trato pareciera ser la forma corriente. Incluso detrás de normas de convivencia socialmente aceptadas, se esconden grados de abuso y desconsideración de las necesidades humanas básicas, por demás lastimosos.
Exigencia, autoritarismo, abuso de poder, insultos, mentiras, intolerancia a la diferencia, manipulación, discriminación, exclusión, incapacidad para aceptar e integrar el sentir del otro, desigualdad de condiciones, están a la orden del día.
Nuestras conductas están reguladas por normas y patrones que violentan hasta los principios más sabios que la naturaleza nos otorgó para cuidarnos.
Escuchamos y validamos con rigurosidad los mandatos, las creencias opresoras, los deberías, las costumbres arraigadas más que nuestra verdad esencial, nuestros sentimientos, emociones, sabiduría corporal, nuestra voz interior.
Presos y encadenados de formas abusivas cedemos nuestra libertad de espíritu a estructuras opresoras que condicionan nuestro ser.
Organizados para correr, como máquinas insensibles, en una carrera enceguecida en la que el propósito principal está centrado en el tener: títulos, conocimientos, confort, éxito, recursos materiales, idiomas, posiciones sociales y una ilusoria seguridad.
Oprimidos por aquello que llamamos “lógica”, esa parte de nosotros mismos y del afuera que se encarga de recordarnos cómo deben ser las cosas, nos olvidamos de sentirnos, bloqueamos el deseo genuino, las ganas naturales, el disfrute, la pasión, el entusiasmo por la vida, el gozo, la alegría de Ser y de vivir.
Creamos una sociedad violenta, violentamos nuestra alma y les damos a los niños la misma violencia en todas sus posibles expresiones y manifestaciones. La mayoría de las veces sin darnos cuenta puesto que estamos habituados a tratarnos y a vincularnos así con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea.
Pero luego se escucha por ahí, cada vez con más frecuencia, “los niños y jóvenes están terribles, violentos, irrespetuosos, cuestionadores, mal educados, hiperactivos, desconcentrados, apáticos, compulsivos, insatisfechos, crueles, déspotas.”.
En estas apreciaciones probablemente hay una parte de verdad pero se manifiestan desde un lugar lleno de descrédito, incomprensión, abandono, soberbia, menosprecio, falta de compromiso y sobre todo, una profunda falta de responsabilidad adulta.
Yo me pregunto y los invito a que me acompañen es esta reflexión: ¿Es en los niños y jóvenes donde comienza la cadena de violencia? ¿Dónde aprendieron a reaccionar así? ¿Por qué lo hacen? ¿Qué motiva estos modos de reaccionar y sentir?
Hoy en día podemos ver madres y padres que corren detrás de puestos importantes, carreras de grado y post grado que garanticen mejor nivel económico y reconocimiento social pero que no han aprendido a conectarse con ellos mismos en profundidad. Conocen del mundo externo más que de su naturaleza, de su ser.
Familias cuyo núcleo está constituido por parejas donde ser socios es más importante que ser amantes, en las que los lazos están sostenidos en más acuerdos comerciales que contacto, ternura, deseo, compañerismo, comunión, aceptación, verdad, amor.
Está lleno de adultos que carecen desde la cuna de aquello que nos sostiene de verdad en la vida: el amor, la compañía genuina y respetuosa por lo que sucede de la piel para adentro, el aprecio y el reconocimiento por lo que uno Es como persona, despojado de títulos, bienes materiales y demás adornos.
En este contexto viven los niños de hoy, algunos más comprendidos otros más abandonados. Expresan su tristeza y sufrimiento como pueden, descargando parte de la violencia que reciben a las mordidas, golpes, insultos, rebeldía, otros con menos fuerza se enferman, otros se despegan de esta realidad quitando su atención de lo que no los incluye, comprende o los lastima emocionalmente, otros volviéndose tan activos que logran no parar y con esto no sentir, y algunos con un sentimiento de apatía que toca la depresión, chicos medicados, adictos a la tecnología, al sexo, al alcohol, al tabaco, al éxito todos formados a imagen y semejanza de la sociedad que supimos construir o aceptar con sometimiento y sumisión.
Yo no siento, pienso, ni creo que los niños sean violentos, por el contrario, creo que son los seres más puros, vulnerables, sensibles que habitan esta tierra y que expresan, como pueden, su enojo y tristeza por tanta violencia estructural recibida, por tanta exigencia, por el arrebato a su derecho a ser quién de verdad y esencialmente son.
No escuchamos, ni respetamos sus necesidades e intereses genuinos, les pedimos que vivan en un ritmo que resulta deshumanizado hasta para los adultos, los obligamos a inclinar sus intereses según la conveniencia del sistema económico y usamos métodos manipulativos y discriminatorios para el que atenta salirse de lo establecido o no logra encajar en esta dura maquinaria.
Los adultos confundimos instruir con genuina educación y reaccionamos frente a las “carencias” de los niños con una soberbia llena de ignorancia emocional, imposiciones, autoritarismo, es decir, con más violencia.
¿Cuánto sufrimiento infantil nos va a costar darnos cuenta y aprender? ¿Qué hacemos con nuestra vida? ¿Qué propósito perseguimos con cada cosa que hacemos? ¿Cuánto de ese propósito se basa en la verdad de la mente y la conveniencia y cuánto en la verdad del corazón?
Lastimamos lo más puro que existe en la tierra, los niños. El daño es tan grande y el sistema educativo tan duro. Lo único que importa es ver de qué manera se logra que el niño responda como el mundo externo quiere.
Y cuando vemos sus reacciones los criticamos, juzgamos, calificamos, silenciamos o medicamos. No vemos que aún y a pesar de todo lo que hacemos, ellos nos recuerdan que la ternura, el amor incondicional, la ingenuidad y la pureza aún existen.
Soy parte de esta sociedad, el sistema no logró dañar mi capacidad de escuchar a mi corazón, cuestionar intensamente lo que me daña y abrazar lo que me ayuda a desplegar mi potencial y a ser mejor Ser humano. Esta misma capacidad es la que me lleva a observarme e intentar sanar el dolor de la violencia recibida y en paralelo me encuentro con el enorme desafío de cambiar los recursos internos con los que camino por esta vida. Mientras camino me re-educo y en este proceso la brújula externa más sabia la he recibido y la recibo de mis hijos y de todos los niños que he conocido, su sensibilidad, su corazón, su liviandad, su capacidad para experimentar la vida como un juego, la simplicidad, me regresan a la parte más sabia que habita en mi, mi niña interior, mi alma pura. Ellos son, definitivamente, mis maestros del corazón.
Por eso, y porque mi vocación está ligada a los niños, quizás me he decidido a escribir esto con el fin de compartir mi manera de ver esta realidad y en un intento de escuchar y dejar que se exprese el corazón que se me agita cada vez que siente y ve a un niño sufriendo.
Como adultos nos toca elegir, desde que punto de vista queremos ver y acompañar a nuestros niños. Evaluar a diario, mirando en sus ojitos de cielo y escuchándolos profundamente con el corazón, quizás ese sea el comienzo de nuestra transformación y por qué no, de la transformación de la sociedad que tenemos.


 

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