EMOCIONES CONFLICTIVAS
(Escrito por Sandra García Sánchez-Beato)
Las emociones forman parte de nuestra vida cotidiana.
En sólo unos instantes podemos pasar de un sentimiento de alegría a la tristeza, del enojo al orgullo…
Nos manejamos con ellas diariamente, o mejor dicho, en muchas ocasiones, ellas nos dirigen a nosotros. Encontrar la manera de elegir el estado de ánimo y cambiar nuestro temperamento, sólo depende de nosotros.
Es intrínseco a la naturaleza humana sentir emociones, ayudan a equilibrarnos internamente y a conectar con el sufrimiento ajeno, pero el problema viene cuando nos hacemos presas de emociones destructivas que no podemos controlar y provocan conductas disfuncionales que impiden la felicidad.
Se ha demostrado científicamente que el cerebro tiene dos vías para canalizar las emociones. Una de ellas produce lo que se llama el “secuestro emocional”, es cuando nos dejamos llevar por una emoción sin ningún control. Es una forma muy instintiva de reacción, ante un peligro físico o una agresión podemos reaccionar con ira para energetizar nuestra respuesta de ataque o con miedo para protegernos de un daño.
Sin embargo el problema viene cuando reaccionamos en exceso a situaciones donde el momento contextual no corresponde a nuestra respuesta. Entonces generamos conductas que nos crean problemas, haciéndonos sentir mal, provocamos dolor a nuestro alrededor y a nosotros mismos.
La otra forma de actuar es al tomar conciencia de la emoción que estamos sintiendo y siendo nosotros quienes llevamos el control. Tenemos la capacidad de elegir si queremos ser víctimas de una emoción destructiva o por el contrario transformarla o dejarla ir sin que desestabilice nuestra calma mental y nuestra vida. Dejamos de ser reactivos para ser sujetos activos y conscientes de la fuerza y consecuencia de la expresión de la emoción.
EMOCIONES TRANSITORIAS
Las emociones destructivas no forman parte de la naturaleza de nuestra conciencia, si así fuera no tendríamos posibilidad de liberarnos de ellas, sino que aparecen dependiendo del contexto, de los hábitos y de la historia personal de cada uno de nosotros.
Existe una gran variabilidad a la hora de expresar y sentir las emociones. Lo que hoy nos molesta, mañana puede causarnos indiferencia, lo que nos gusta, con el tiempo nos desagrada o viceversa. Lo que a una persona le produce contrariedad, a otra le produce placer. Todo esto nos lleva a la conclusión, de que las emociones no son algo estable ni sólido, sino dependen de una serie de condicionantes y hábitos, nosotros tenemos la clave para poder manejarlas.
Si logramos mantener la atención consciente a nuestros procesos mentales, podremos observar de manera desidentificada como surge la emoción, los cambios que opera en nuestro cuerpo, y como se desvanece. Si damos poder a la emoción conflictiva, y nos enganchamos a ella, estamos favoreciendo y reforzando una consecución de pensamientos negativos que pueden abocar en acciones dañinas y destructivas hacia nosotros y los demás.
Los estados de ánimo se pueden mantener durante un día o más y el temperamento puede llegar a durar años, algunos creen que toda una vida. Por eso es tan importante el abordar la raíz de la emoción, pues configurará a la larga, la modificación de los estados de ánimo y finalmente de nuestro temperamento. Nuestro cerebro es lo suficientemente plástico como para adaptarse a los cambios beneficiosos que vayamos incorporando.
VOLVER A LA CALMA
A todos nos ha pasado que en una situación determinada hemos perdido los nervios. Dejamos que la ira vaya en aumento, cada vez nos sentimos más enojados y luego nos enfadamos por habernos enfadado y nos sentimos culpables o confusos. La conclusión es que hemos dado paso a una expresión muy dañina de la emoción. Todos podemos sentirnos dolidos, pero la diferencia está en la manera en que gestionamos ese momento. En muchas ocasiones nos aferramos a la ira, porque pensamos que si los demás no nos sienten molestos nos volverán a hacer daño. Sin embargo el apegarnos a esa sensación, nos impide conectarnos con el presente, y promueve una cadena de actitudes y pensamientos negativos difícil de parar. Podemos engrandecer un hecho y convertir algo sin importancia en una situación conflictiva, en la que a menudo nos regodeamos y de la que no queremos salir.
Antes de que eso ocurra, hay que intentar controlar ese momento y pararlo para evitar la escalada negativa. Observar la emoción de manera desidentificada, con ecuanimidad, sintiendo como surge en nosotros y como desparece, sin ser arrebatados por ella. Responder sin ser reactivos, sino conscientes del momento y conectándonos con nuestra parte más adulta y racional.
Es importante que aprendamos a recuperarnos con rapidez de un acontecimiento negativo. No se trata de reprimir la emoción, pero si de elegir cómo vamos a expresarla. Debemos impedir que los pensamientos nocivos invadan nuestra mente. Si les damos poco poder, volveremos pronto a nuestra calma inicial, canalizaremos mejor nuestra energía, tendremos mejor salud (el sistema inmunológico funciona mejor), y seremos más felices haciendo más dichosos a los demás.
EMOCIÓN ACTUAL- EMOCIÓN ARCAICA
Todos tenemos una emoción negativa que cobra mayor relieve en nuestra vida actual, la ira, el orgullo, la envidia, los celos, el miedo....cada uno de nosotros conocemos o deberíamos saber donde está nuestro punto débil. En muchas ocasiones conseguimos controlarlo, pero lo normal es que se haga persistente y aparezca una y otra vez boicoteando nuestras relaciones.
Cuando esto ocurre de forma demasiado continuada, puede que tengamos desarrollada una manera de comunicarnos disfuncional o patológica. Hay personas que siempre están enfadadas, tristes, celosas o desconfiadas... Si de alguna forma nos está impidiendo desarrollar nuestra vida con normalidad, habrá que explorar en nuestra historia personal.
Cuando somos bebés, aprendemos a reaccionar y sentir dependiendo de los estímulos que recibimos de nuestros progenitores. El amor y cuidado que nos da nuestra madre, marca pautas de conducta y hábitos que nos acompañaran durante el resto de nuestra vida. Sin embargo si las formas aprendidas son disfuncionales, aparecerán situaciones en nuestra vida adulta que nos conectarán con las emociones arcaicas fijadas en esa edad temprana, y nos impedirán contactar con la realidad del presente, llevándonos a reacciones emocionales destructivas.
Es un proceso que requiere ayuda de un profesional, porque por nosotros mismos es muy difícil desenmascarar las emociones profundas que nos están dañando. Nuestra mente pone demasiadas trampas para acceder al descubrimiento de nuestros problemas. En realidad nos asusta reconocer nuestras propias carencias y ser responsables de nuestras vidas. Por eso nos escudamos tantas veces en “yo soy así”, “no voy a cambiar”, “digo lo que pienso”, “es mi carácter”,...y tantas excusas que somos capaces de buscarnos para impedir enfrentarnos con lo que no nos gusta de nosotros. Necesitamos resolver un conflicto de nuestro pasado para poder vivir el presente conectados con la realidad del “Aquí y Ahora”.
Es fácil encontrarnos en situaciones donde nos vemos desbordados por nuestras emociones. Nos sentimos como péndulos que se mueven al son de las circunstancias y somos incapaces de tomar las riendas de nuestras vidas. Caemos una y otra vez en los mismos errores y no somos capaces de encontrar una solución definitiva que nos dirija a un cambio favorable de nuestro rumbo. Tomar conciencia de donde estamos y donde queremos ir puede ayudarnos a decidir. Descubrir y explorar nuestra mente y nuestro corazón nos dará claves importantes para solucionar nuestros problemas.
Si hay un compromiso personal, podremos empezar un camino de no retorno, el de la conquista de uno mismo.
ANTÍDOTOS
Cultivar emociones positivas como la bondad, la compasión o la alegría, cambia la manera de experimentar las emociones destructivas. Vivimos en una sociedad donde se alimenta el egoísmo, el individualismo, acumular riquezas,...pero poco se habla de atesorar virtudes, de pensar en los demás o de favorecer al otro. No se trata de conceptos moralistas o religiosos sino de fomentar emociones positivas que son beneficiosas para uno mismo y para los demás, porque son necesarias para nuestra salud física y mental. Se han hecho prácticas de meditación en instituciones penitenciarias con gran éxito porque han promovido buenos sentimientos en los reclusos, generando en ellos la empatía.
Si promovemos pensamientos positivos en nuestra mente, la estamos entrenando adecuadamente y conseguiremos mayor control emocional, una respuesta más corta y de menor intensidad. Si estudiamos a fondo los beneficios de desarrollar acciones virtuosas, nos daremos cuenta que son mucho mayores que los efectos de las emociones destructivas. Se sabe que el optimismo es un protector del sistema inmunitario y por el contrario el estrés crónico lo debilita.
Fomentar la empatía, la compasión, la alegría, ser capaces de expresar con sinceridad nuestros sentimientos para resolver los problemas interpersonales, aprender a resolver pacíficamente las situaciones difíciles,... son algunos de los retos a los que nos enfrentamos y que requieren de un entrenamiento y compromiso personal. Nada se consigue de forma natural, requiere esfuerzo y responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia los demás para poder construir poco a poco una humanidad más saludable y feliz.
Responsabilizarnos de nuestros actos y dejar de culpabilizar al otro de lo que hace para molestarnos, nos da una nueva perspectiva y poder para empezar a cambiar. En nosotros está la posibilidad de vivir esta existencia desde la alegría y la virtud o desde la ira y el conflicto. Si nos entrenamos en fomentar emociones positivas, no dejaremos espacio en nuestra mente ni en el corazón para las conflictivas.
“Aquello a lo que atendemos se convierte en nuestra realidad, y aquello a lo que no atendemos acaba desapareciendo poco a poco de nuestra realidad”. (William James)
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http://bonding.es/jbonding/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=246&category_id=12&Itemid=28)