EL SUFRIMIENTO ES UN MAL INNECESARIO
“El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”.
(Buda)
“El dolor incomprendido es el más doliente”.
(Francisco de Sales)
Hay muchos tipos de sufrimiento y casi todos entran en el grupo de los que son innecesarios.
Al margen del dolor físico, que es innegable, y por lo tanto no me referiré a él en ningún momento, a los demás mal llamados “dolores” hemos de dejar de llamarlos así y referirnos a ellos como “sufrimiento”.
El sufrimiento se puede entender como una mezcla de padecimiento y pena. Y, aunque se puede llegar a somatizar en casos extremos y llegar a doler físicamente, lo habitual es que se quede en un malestar, una tristeza, un desfallecimiento del ánimo, un estado de desconsuelo.
Son estados sentimentales productos de nuestra mente.
Algo sin consistencia y sin identidad que, sin embargo, se nota y afecta.
Los sufrimientos pueden y deben ser evitados y es bastante discutible su utilidad y la necesidad de sufrirlos y de pasar por el proceso de sentirse agredidos por ellos.
En principio, ese sufrimiento se produce por no querer aceptar una realidad que no nos agrada, que puede ser un cambio drástico en nuestra vida, una separación sentimental, la pérdida de un ser querido, golpes emocionales indeseados, que suceda algo que no queríamos que sucediera, o ver de un modo innegable una realidad personal que hemos negado durante mucho tiempo. O sea, cosas que no agradan y por las que sentimos rechazo.
Podemos aplacar los dolores físicos con medicamentos, pero no sabemos cómo aliviar este dolor. Es un dolor mental, o emocional, o del alma… y no sabemos manejarlo bien.
Se impone la necesidad de descubrir claramente la razón de ese sufrimiento y de llegar a su origen para resolverlo. Es conveniente y necesario enfrentarse a lo que sea, y razonarlo, sentirlo, comprenderlo… porque sabemos que tenemos tendencia a somatizar, que es transformar inconscientemente una afección psíquica en un estado físico. De ese modo un dolor sin origen físico puede acabar manifestándose como una enfermedad.
Si fuésemos capaces de admitir que las cosas son como son y vienen como vienen, y que nosotros no tenemos la culpa en la mayoría de las ocasiones, incluso aunque la tengamos no debemos permitir que nos mortifiquen, comprender eso debería permitirnos un descanso y un descargo en el padecimiento.
Hay otras cosas de las que nos suceden que se deben a decisiones que hemos tomado en otro momento de nuestra vida y que han demostrado no ser acertadas: a partir de ahora deberíamos tratar de evitar en lo sucesivo que se repitan y si, además, entendemos y aceptamos que cuando las hicimos no había en ello mala voluntad, sino que fueron un error inconsciente o que se debieron a nuestra inexperiencia, el sufrimiento se despojaría inmediatamente de la carga de desazón que conlleva.
DESDE UN PUNTO DE VISTA MÁS ESPIRITUAL
Uno de los obstáculos importantes para conseguir nuestro desarrollo espiritual es el miedo a sufrir.
Es imprescindible tener esto muy claro antes de empezar, y es muy importante tener claro que hay que superarlo, porque el sufrimiento va a aparecer, aunque trataremos de evitarlo. Podemos superar este obstáculo conociendo las razones equivocadas sobre las que sustentamos este miedo, ya que nos propondrá en numerosas ocasiones que abandonemos el Camino, y que rompamos el compromiso de Búsqueda y crecimiento.
El sufrimiento no es injusto, ni cruel, ni es un mal siempre.
El sufrimiento del alma es el paso necesario para darnos cuenta de que queremos liberarla, y el dolor es el estadio que precede a la liberación: paradójicamente, si no sintiéramos el sufrimiento no sabríamos que nos produce dolor. Este sufrimiento desarrolla el poder de resistencia interior que es condición indispensable para el desarrollo espiritual, y nos obliga a que nos desliguemos del exterior y nos centremos en la profundización de nosotros mismos; nos incita a buscar consejo, luz y paz en nuestro interior: hace que nos revelemos contra nosotros mismos.
Entonces… ¿Por qué todo lo que vemos de modo negativo?, ¿por qué nos encrespa, nos llena de rabia y nos empuja a provocar el mal, a odiar, o a la violencia…?
Porque sólo aceptamos su peor cara. Porque no comprendemos que por sí no tiene ninguna fuerza: es sólo el cómo lo aceptamos o rechazamos, y lo que permitimos que haga en nosotros con nosotros, lo que le da el poder de afectarnos. La misma cosa puede provocar un nulo sufrimiento o un terremoto trágico dependiendo de quién, y cómo, lo recibe.
La aceptación de la lección que trae el sufrimiento, y del dolor que provoca, permiten que se diluya, y que después aparezca y se instale la serenidad, una paz sincera y una agradable sensación de haber comprendido la enseñanza.
Nuestro sufrimiento nos pone en contacto con el sufrimiento del prójimo y nos permite comprenderles mejor, para poder acogerles y ayudarles con mayor empatía
¿PUEDE HABER UN “SUFRIMIENTO ESPIRITUAL”?
Sin duda.
No es un dolor físico, aunque se podría llegar a somatizar, ni se localiza en un punto concreto del organismo.
Es una sensación que aniquila, una pesadumbre de origen desconocido, una tristeza inconsolable… es un sufrimiento que está en el espíritu; es nuestra naturaleza divina que nos avisa de que algo no va bien, y aunque pretendamos acallarla con regalos o promesas, con distracciones o negándola, sigue manifestándose con insistencia, afortunadamente, sin parar hasta que le hagamos caso.
¿CÓMO SE ELIMINA ESTE DOLOR?
Resolviendo la reclamación del alma, que siempre es la misma: más atención a lo que realmente le preocupa a ella, que es Uno Mismo y su realización completa como Ser completo; que es el reconocimiento de la divinidad personal y el reencuentro con la totalidad cuerpo-alma; que es atender al compromiso que uno se propone cuando se encarna, que es el de no abandonar lo que comúnmente separamos y llamamos parte espiritual, que es la que no se consuela con excusas o con logros materiales.
Los “premios” que nos damos para acallar la reclamación del alma nos consuelan un rato, pero no definitivamente.
La verdadera paz para nuestra alma se realiza cuando la reconocemos y le prestamos la atención que nos requiere y se merece. La satisfacción y la exaltación que produce la espiritualidad no tienen un sucedáneo para apaciguar el alma.
RESUMIENDO
Corres el riesgo de volverte adicto a los sufrimientos emocionales. Tiene algo de adictivo esa sensación de sentirse víctima, y, además, te es más fácil seguir en ese estado apesadumbrado que enfrentarte a la realidad y comenzar la búsqueda del origen del mal.
Eres tú quien lo va a sufrir innecesariamente, así que tú decides si plantas cara al problema y te deshaces de él, o si permites que te amargue la vida y el porvenir.
Ya sabes que este dolor es innecesario, que no te aporta nada positivo, y que te empuja a una espiral trágica de auto-destrucción y enemistad contigo.
La decisión es sencilla.