Un error común entre los seres humanos es sentir el dolor del fracaso, sentir que ha fracasado en algún aspecto de su vida.
Presta atención a esto: EL FRACASO NO EXISTE.
A eso que se le llama “fracaso” no es más que una opinión, y no es otra cosa.
Lo que se llama “fracaso” no tiene consistencia, no tiene existencia, no se puede ver ni medir como tal.
A eso que se llama “fracaso”, se le debiera denominar “experiencia que no ha cumplido las expectativas previstas” –ya que es eso en realidad-, y de este modo le restaríamos la carga negativa y dramática que conlleva la fatídica palabra.
Lo denominado “fracaso” no es más que una sentencia que uno emite, y no del todo justificada, ya que quizás nunca lleguemos a saber si eso que aparenta ser decepcionante o negativo, a la larga, con el tiempo, puede demostrar que es lo mejor que nos podía haber sucedido.
Y son ya muchos años, y el conocimiento de muchas otras personas, lo que me permiten casi afirmar esto.
Uno hace un proyecto, tiene un deseo, quiere que una utopía se convierta en realidad, sueña fantasiosamente en una irrealidad irrealizable… y si no se cumple, deja que “el fracaso” se adueñe de su estado de ánimo, de su Autoestima, de su bienestar, y deja que le arrastre al lodo simbólico de los fracasados.
En nada existe el fracaso; existe el incumplimiento, pero eso no lleva aparejado ningún drama.
No sucedió lo que se deseaba, pero… también existía esa posibilidad aunque no era la deseable.
Sólo hay un modo de hacer las cosas bien y hay millones de modos de hacerlas mal.
Estamos preparados para realizar bien ciertas tareas habituales o conocidas, ya experimentadas, pero no lo estamos para las cosas nuevas o desconocidas.
Nos han preparado, o nos hemos preparado, para ciertas funciones; tenemos idea de algunas cosas, pero no de todas; sabemos lo que sabemos, y nada más.
Pero nos exigimos como si fuéramos expertos, peritos, catedráticos, sabios, o especialistas.
Si “fracasamos” es porque eso es lo más lógico. Es el resultado adecuado a nuestro desconocimiento en la acción emprendida.
Seamos generosos con nosotros mismos, por Dios.
Tratémonos con comprensión.
Con la misma comprensión que aplicamos al niño cuando comienza a caminar y se cae una y otra vez.
No existe el “fracaso”, existe el experimentador.
Seamos tolerantes con el experimentador.