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 EL CAMINO DE LA AUTO-DEPENDENCIA - 1ª parte (Bucay)



Septiembre 01, 2012, 08:36:30 am
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EL CAMINO DE LA AUTO-DEPENDENCIA - 1ª parte (Bucay)
« en: Septiembre 01, 2012, 08:36:30 am »
EL CAMINO DE LA AUTODEPENDENCIA
(Jorge Bucay)


Dependiente es aquel que se cuelga de otro, que vive como suspendido en el aire, sin base, como si fuera un adorno que ese otro lleva. Es alguien que está cuesta abajo, permanentemente incompleto, eternamente sin resolución.

Depender significa literalmente “entregarme voluntariamente a que otro me lleve y me traiga, a que otro arrastre mi conducta según su voluntad y no según la mía”.

La dependencia es para mí una instancia siempre oscura y enfermiza, una alternativa que, aunque quiera ser justificada con miles de argumentos, termina conduciendo irremediablemente a la imbecilidad.

Los imbéciles intelectuales, son los que cuando tienen que tomar una decisión, o ante cada acción, construyen un equipo de asesores que piense por ellos, porque en verdad creen que ellos no pueden pensar.

Los imbéciles afectivos, son aquellos que dependen todo el tiempo de que alguien les diga que los quiere, que los ama, que son lindos y buenos.

Los imbéciles morales, son los que necesitan permanentemente aprobación del afuera para tomar sus decisiones, que les digan si está bien o mal, si es o no lo que el otro o la mayoría harían. Este tipo de imbéciles son los individuos que modernamente la psicología llama Co-dependientes.

Un Co-dependiente es un individuo que padece una enfermedad similar a cualquier adicción, diferenciada solo por el hecho de que su “droga” es un determinado tipo de personas o una persona en particular. Es el grado superlativo de la dependencia enfermiza. La adicción queda escondida detrás de la valoración amorosa y la conducta dependiente se incrusta en la personalidad como la idea: “No puedo vivir sin vos”.

El amor es siempre positivo y maravilloso, nunca es negativo, pero puede ser la excusa que yo utilizo para volverme adicto.

Por eso suelo decir que el co-dependiente no ama; él necesita, él reclama, él depende, pero no ama.

En la interdependencia, yo dependo de vos y vos dependés de mí, parece generar lazos indisolubles que se sostienen porque dependo y dependés, y no desde la elección actualizada de cada uno.

La independencia, es una meta inalcanzable porque para ser independiente habría que ser autosuficiente, y nadie lo es. Nadie puede prescindir de los demás en forma permanente. Necesitamos de los otros, de muchas y diferentes maneras.

La propuesta es abandonar toda dependencia; por eso yo inventé una palabra: Autodependencia.

Los hijos nacen por una decisión y un deseo nuestros, no por un deseo de ellos. Por eso cuando los adolescentes se enojan y nos dicen: “Yo no te pedí nacer”, parece una estupidez, pero es la verdad.

Ingenuamente, los padres siempre creemos que sabemos más acerca de las cosas que les convienen a nuestros hijos, qué es lo mejor para ellos.

A veces es cierto, pero no siempre.

Nosotros aprendimos que la sabiduría no era dar pescado, sino enseñar a pescar. Esto no existe más, es antiguo. Hoy en día si le enseño a pescar y le regalo la caña, quizás se muera de hambre, porque cuando sea grande no habrá un solo pez que se pesque con esa caña que le regalé.

Sin embargo algo puedo hacer por él. Puedo enseñarle a ser capaz de crear su propia caña, su propia red. Puedo sugerirle a mi hijo que diseñe su propia modalidad de pescar. Para eso tengo que admitir con humildad que la enseñanza de cómo yo pescaba no le va a servir más.

Mis hijos cuestionaban todo, y lo siguen haciendo. Nosotros les enseñamos esta rebeldía. Es la causante de gran parte del cambio, de la incertidumbre, pero también de la posibilidad de salvarse de nosotros. Salvarse de nuestra manía de querer encajarle nuestra manera de ver las cosas. Ellos se van a salvar por medio de la rebeldía que ellos no se ganaron, nosotros se la enseñamos.

Ese es nuestro gran mérito y esto va a cambiar el mundo.

La propuesta es que yo me responsabilice, que me haga cargo de mí, que yo termine adueñándome por siempre de mi vida.

Autodependencia significa dejar de colgarme del cuello de los otros.

Me sé dependiente, pero a cargo de esta dependencia estoy yo. Para mí, es sinónimo de salud mental. Del afuera necesito, por ejemplo, aprobación.

Cuando tenía cinco años la única persona que me podía dar aprobación era mi mamá. Una vez adulto, me di cuenta que si ella no me daba esta aprobación, otra persona podía hacerlo. Quizás pueda compartir las cosas con otra persona. Quizás pueda aceptar que es suficiente con que me gusten a mí.

No puedo definir mi camino desde ver el tuyo y no debo definirme a mí por el camino que estoy recorriendo. Voy a tener que darme cuenta: soy yo el que debe definir primero quién soy.

El proceso de convertirse en persona, como lo llamaba Carl Rogers, es doloroso; implica ciertas renuncias, ciertas adquisiciones y también mucho trabajo personal.

Para autodepender, voy a tener que pensarme a mí como el centro de todas las cosas que me pasan. Es un espacio que tiene que ver con cierta ingratitud; porque la gente autodependiente no es manipulable. Y todo el mundo detesta a aquella gente que no se deja manipular. Para poder ayudarte, pedirte, ofrecerte, para poder darte lo que tengo para darte y poder recibir lo que vos tengas para darme, primero voy a tener que conquistar este lugar, el de la Autodependencia:

1. Me concedo a mí mismo el permiso de estar y de ser quien soy, en lugar de creer que debo esperar que otro determine dónde yo debería estar o cómo debería ser.

2. Me concedo a mí mismo el permiso de sentir lo que siento, en vez de sentir lo que otros sentirían en mi lugar.

3. Me concedo a mí mismo el permiso de pensar lo que pienso, y también el derecho de decirlo, si quiero, o de callármelo, si es que así me conviene.

4. Me concedo a mí mismo el permiso de correr los riesgos que yo decida correr, con la única condición de aceptar pagar yo mismo los precios de esos riesgos.

5. Me concedo a mí mismo el permiso de buscar lo que yo creo que necesito del mundo, en vez de esperar que alguien más me dé el permiso para obtenerlo.


Ser persona es darme a mí mismo la libertad de ser el que soy. Es probable que a muchos no les guste que sea el que soy; es probable que cuando otros descubran que soy el que soy, se enojen conmigo.

El amor entre adultos transita y promueve este espacio de autodependencia en el otro, tal como aquí lo planteo. El amor concede, empuja, fomenta que aquellos a quienes yo amo transiten también espacios cada vez menos dependientes. Este es el verdadero amor, el amor para el otro, este amor que no es para mí sino es para vos, el amor que tiene que ver con la alegría de que existas.

En nuestra vida cotidiana decidimos casi cada cosa que hacemos y dejamos de hacer.

Nuestra participación en la vida no sólo es posible, sino que además es inevitable. Somos cómplices obligados de todo lo que nos sucede porque de una manera o de otra hemos elegido.

Si bien es cierto que son muchos los padres que esclavizan a sus hijos para que no crezcan y poder así seguir controlando sus vidas, no son pocos los hijos que esclavizan a los padres forzándolos a seguir siendo los que decidan por ellos, para no hacerse cargo, para no ser responsables, porque es más fácil y menos peligroso que otros corran los riesgos, que otros paguen los costos.

El primer hito del camino de la autodependencia es el propio amor, el amor a uno mismo.

Quiero definir al egoísmo como esta poco simpática postura de preferirme a mí mismo antes que a ninguna otra persona.

No hay una limitación en mi capacidad de amar, no tengo límites para el amor, y por lo tanto tengo capacidad para quererme muchísimo a mí y muchísimo a los demás. Y de hecho, desde el punto de vista psicológico, es imposible que yo pueda querer a alguien sin quererme a mí. No nos vamos a quedar sin posibilidad de amar a otros si nos amamos a nosotros mismos.

Para mí, hay dos tipos de solidaridad: Una de ida y otra de vuelta.

En la solidaridad de ida, está la solidaridad por conjuro: veo al otro que sufre o se lamenta, y me pasa algo; me doy cuenta de que yo podría estar en su lugar y me identifico con él, y siento miedo de que me pase lo que a él le está pasando, entonces lo ayudo. Es una ayuda “desinteresada” que en realidad hago por mí, no por el otro. En la solidaridad culposa, cuando veo al que sufre y padece, un horrible pensamiento se cruza por mi cabeza sin que pueda evitarlo: “Que suerte que sos vos y no yo”.
Decido ayudar porque no soporto la autoacusación que deviene de este pensamiento.

La solidaridad de inversión es por la cual yo doy porque, como se anda diciendo por ahí, me vuelve el doble.

No quiere decir que no suceda, pero es una razón de ida.

La solidaridad por obediencia, donde lo hago porque así me enseñaron, así lo repito, sin pensar si esto es lo que quiero hacer. Esta es la solidaridad más ideológica, ética y moralista, pero de todas maneras es de ida.

Por último, la solidaridad de “hoy por ti, mañana por mí”, la que piensa en la protección del futuro, suponiendo que si a mí me toca, algún otro será solidario conmigo. Cualquiera sea el caso, no tiene nada de altruista.

Pero hay un momento en el que descubro que puedo elegir dar o no dar.

Conquisto el espacio donde todo esto no es más importante.

Conquisto la autodependencia, y descubro que mi valor no depende de la mirada del afuera. Y aparece la segunda posibilidad de ser solidario.

Acá, me encuentro con alguien que sufre y descubro el placer de dar. Y doy por el placer que me da a mí dar. Esa es la solidaridad del camino de vuelta.

 

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