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 A UN CLIC DE NOSOTROS MISMOS - 1ª parte



Septiembre 02, 2012, 06:59:30 am
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A UN CLIC DE NOSOTROS MISMOS - 1ª parte
« en: Septiembre 02, 2012, 06:59:30 am »
A UN “CLIC” DE NOSOTROS MISMOS

 
Pueden ser muchos los motivos que nos separen de nuestras emociones más profundas. En ocasiones vamos tan deprisa que ni nos paramos a pensar en ello. Otras veces puede ser tan doloroso que preferimos seguir adelante, evitando el contacto con las emociones reales.

 
Gracias a los avances tecnológicos podemos saber y contemplar lo que ocurre en cualquier parte del planeta. Basta con conectarnos a un ordenador para tener el mundo a nuestro alcance. De hecho, Internet ha entrado tan sigilosamente en nuestras vidas que resulta casi impensable un día en que no entremos en la red para buscar alguna información. Sin embargo ¿qué hay de nosotros? ¿Conectamos realmente con nosotros mismos, teniéndonos tan cerca? ¿Navegamos por nuestro interior para ver qué ocurre dentro de nosotros? Parece que estamos más pendientes de analizar lo que ocurre a nuestro alrededor que en contactar con nosotros mismos, descubrir lo que realmente sentimos y expresarlo libremente.

“Estoy que trino”, “se me ponen los pelos de punta”, “hoy es un día negro” (o “un día marrón”, que cantaría Luz Casal). ¿Qué son todas expresiones? Y más allá de esto ¿qué es lo hay por debajo de todas ellas?

El otro día tuve la oportunidad de escuchar a dos mujeres que se encontraban en el gimnasio: “Hola, ¿Qué tal estás?”. “Huy, si yo te contara…” –respondió la amiga.

Al hilo de todas estas expresiones me pregunto cuántas de ellas utilizamos en nuestra vida cotidiana y si estamos en verdadero contacto con nuestras emociones. ¿Somos realmente conscientes de ellas? Y, si lo somos, ¿nos damos la libertad para expresarlas?
Pueden ser muchos los motivos que nos separen de nuestras emociones más profundas. En ocasiones vamos tan deprisa que ni nos paramos a pensar en ello. Otras veces puede ser tan doloroso que preferimos seguir adelante, evitando el contacto con las emociones reales. En otras ocasiones vivimos tan automáticamente que ni nos planteamos que haya emociones dentro de nosotros a las que escuchar. Otras tantas, la sola idea de entrar en contacto con las emociones da tanto miedo que preferimos seguir “tirando” hacia adelante.

Cada persona puede tener su motivo y éste merece nuestro mayor respeto y delicadeza, pues sólo uno mismo sabe, consciente o inconscientemente, por qué prefiere evitar contactar con sus emociones más profundas. Como terapeutas, este respeto adquiere incluso una magnitud mayor, pues hemos de acompañar al paciente en su proceso, respetando siempre sus tiempos y sus deseos de contactar o no con la emoción.

Ahora bien, contactemos o no con las emociones, nos demos la libertad para hacerlo o no, las emociones están ahí, dentro de nosotros.

¿QUÉ SON LAS EMOCIONES?

La definición de emoción según el Diccionario de la Real Academia Española [1]es la siguiente:

-“Emoción (Del latín emotio, -inis):

1. f. Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.

2. f. Interés expectante con que se participa en algo que está ocurriendo”.

Sin embargo, desde el punto de vista de la psicoterapia, las emociones no se ciñen a un ámbito tan cognitivo. Las emociones son mucho más. Las emociones son las que llevan a la persona a actuar de una determinada manera (consciente o inconscientemente), las emociones nos mueven por dentro, nos paralizan, nos activan, nos unen con otras personas, nos separan de ellas, nos permiten sentir y empatizar.

La emoción es la esencia pura del paciente, y que el paciente contacte con ella es fundamental dentro del proceso de psicoterapia para que salga esa emoción que puede llevar tiempo bloqueada, que se produzca una toma de conciencia y permita cambios posteriormente. Ahora bien: lo esencial es que salga la emoción.

Para entender de un modo práctico qué son y cómo se forman las emociones, me gustaría que nos situásemos en el desarrollo emocional del bebé, cuando sólo puede experimentar dos sensaciones: placer o displacer. La sensación de placer le vendrá cuando sus figuras parentales le acaricien, le abracen, le laven, le arropen, le den de comer, etc. Por el contrario, experimentará sensación de displacer cuando esté solo, cuando necesite que le cambien el pañal, cuando tenga hambre, cuando sienta frío, etc. De este modo, el placer le llegará a través del amor de sus figuras parentales y el displacer a través de la ausencia de este amor parental, que el niño vivirá como miedo a perder este amor tan necesario para continuar viviendo.

El bebé todavía no tiene percepción del tiempo, por lo que un instante para él puede ser eterno. De este modo, cuando está recibiendo cuidados está recibiendo amor y, por tanto, está en contacto permanente con la sensación de placer. Esta sensación de placer se interrumpe solamente cuando surge alguna circunstancia de displacer (como las citadas anteriormente), por lo que, aunque se trate de una experiencia momentánea en el mundo adulto, puede resultar eterna para la vivencia de un bebé. Afortunadamente los bebés se adaptan bien al instante presente por lo que, una vez satisfecha la necesidad, el bebé vuelve a sentirse en ese continuo amor, en esa sensación de placer. Sólo en los casos en los que la vivencia del miedo, del displacer, se vaya acumulando de forma repetitiva y profunda puede generar un conflicto que, aunque de momento no se muestre, posiblemente ocasionará una sintomatología en el futuro.

De esta sensación de placer surgen las emociones que podemos considerar agradables, como la alegría o el amor. Por el contrario, de la sensación de displacer surgirán emociones desagradables como el miedo, la tristeza o la rabia.

En cuanto a qué edad se exteriorizan estas emociones, Paul Ekman y Wallace Friesen (pioneros en el estudio de las emociones y el lenguaje no verbal) exponen lo siguiente:

- En el momento del nacimiento el bebé tiene completamente formada su musculatura facial.
- Durante los primeros estadios infantiles se pueden detectar ya expresiones faciales similares a las adultas, como muecas de disgusto ante sabores no placenteros por ejemplo.
- Hay expresiones de sonrisa ya a los 2-3 meses y de risa a los 4 meses.
- A los 3-4 meses se pueden diferenciar en la cara del bebé expresiones emocionales diferentes.
- En la edad prescolar los niños conocen perfectamente el significado de las expresiones faciales más comunes, así como cuáles son el tipo de situaciones que las provocan.
De este modo, el bebé siente emociones desde el inicio que más tarde va expresando. Estas emociones del bebé y posterior niño son auténticas, innatas y conforman su verdadero ser. Las expresa libremente hasta que llega un momento que, por diferentes circunstancias, deja de hacerlo. Para entender mejor esta idea, expondré una serie de ejemplos.

EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES

La alegría

“El mundo está lleno de pequeñas alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas”.
(Li Tai-po, lírico chino)

La alegría es la reacción al placer, a algo positivo y bueno. Es una emoción grata y viva, producida por un motivo placentero y que, por lo general, se manifiesta con signos externos. Refleja un estado de bienestar general, un alto nivel de energía y una disposición hacia la acción constructiva.

Esta emoción es fácilmente perceptible por los demás pues, quien la experimenta, suele exteriorizarla de alguna manera: bien con su apariencia externa, con sus actos, con su lenguaje o sus decisiones. De hecho, si nos detenemos a pensar en la emoción “alegría”: ¿Qué imágenes nos vienen a la cabeza? Probablemente evoquemos una sonrisa abierta, puede que incluso una carcajada, una cara luminosa o unos ojos vivos. Asimismo, quien experimenta la emoción de la alegría, suele mostrar una actitud proactiva, abierta, resolutiva ante los problemas, animosa y amigable.

La alegría es una emoción innata del ser humano que se expresa incluso, como hemos visto, de bebés. Así, el bebé sonríe o muestra una cara de satisfacción ante situaciones de placer, como puede ser una caricia, cuando le dan de comer, cuando le lavan, etc. Ya desde pequeño, el bebé siente la alegría y la expresa abiertamente.

Igualmente, a medida que van creciendo, podemos contemplar cómo los niños siguen manifestando esa sensación de regocijo, incluyendo en su haber nuevas formas de expresión como aplaudir, dar saltos, bailar, abrazarse, etc. Así, los niños muestran libre y abiertamente la emoción de la alegría. De hecho, pocas cosas hay tan auténticas y contagiosas como la risa de un niño.

Ahora bien, siendo esto así: ¿por qué de mayores lloramos de alegría? Muchas veces en la vida adulta lloramos cuando nos dan una buena noticia, cuando nos hacen un regalo que nos hace ilusión o cuando nos reconocen y nos dicen algo bonito. Incluso en las reuniones de amigos es habitual que, de tanto reírnos, acabemos llorando. Decimos que “lloramos de la risa” pero ¿es esto posible? ¿La alegría y el llanto son realmente compatibles o en algún momento del camino hemos distorsionado o prohibido la alegría?

Recuerdo que yo antes lloraba en las bodas. En algún momento de la ceremonia, especialmente si era de alguien a quien tenía cariño, me emocionaba y acababa soltando alguna lágrima. En su momento pensaba que eran lágrimas de alegría y de ilusión. Sin embargo ahora, tiempo más tarde, creo que no es así pues alegría y llanto no parecen ir de la mano. Por ello, volvamos de nuevo a los niños, donde podemos observar las emociones auténticas.

Si observamos la fiesta de cumpleaños de un niño pequeño, podemos ver cómo el homenajeado abre con felicidad y hasta nervios los paquetes que le van entregando. Del mismo modo, cuando dos niños pequeños juegan y se divierten acaban riéndose a carcajadas, incluso tirándose por el suelo, con la boca bien abierta, contagiándose la risa el uno al otro. Por el contrario: ¿Os imagináis a un niño pequeño recibiendo un regalo de cumpleaños, llevándose la mano al pecho de un modo sentido, y llorando emocionado diciendo que es de alegría? ¿U os imagináis a dos niños pequeños, tirados por el suelo de la risa, limpiándose las lágrimas mientras se ríen? Si pensamos detenidamente sobre ello nos daremos cuenta de que esto no ocurre así, luego en algún momento de nuestro crecimiento hemos aprendido (mal aprendido, diría yo) que la alegría va acompañada de lágrimas, de forma que, cuanto más alegres estamos, más lloramos. O puede ser también que se nos haya prohibido la alegría de niños (por ser ruidosa y molestar a los adultos quizás, porque haya que mantener las formas, porque puede generar envidia, por el motivo que sea), lo que produce tristeza. O puede ser también que la alegría del momento actual nos haga conectar inconscientemente con la falta de alegría de la infancia, lo que puede producir tristeza y de ahí quizás las lágrimas.

Parece que llorar de alegría está socialmente aceptado y, de hecho, no suele generar preguntas más allá. Sin embargo, a la hora de tratar a fondo el tema de las emociones, parece algo incoherente que se llore de alegría, por lo que dejo aquí un interrogante para quien lo quiera trabajar personalmente en profundidad.

En mi caso concreto, después de analizar el tema, me di cuenta que mis lágrimas en las bodas respondían más bien a contactar con la tristeza, pensando que a lo mejor algo tan bonito no me ocurriría a mí, que no merecía el amor, etc. Todo esto era inconsciente obviamente. No pensaba mientras se me saltaban las lágrimas: “lloro porque estoy triste porque quizás esto no me ocurra nunca a mí”, sino que conscientemente pensaba “qué alegría, qué bonito todo”. Fue después de un proceso terapéutico y de trabajar mucho las emociones que me di cuenta de lo que sentía realmente respecto a muchos ámbitos de mi vida. Ahora, tiempo después, os puedo asegurar que vivo las bodas de un modo muy diferente. Disfruto de la ceremonia y el ver a los novios me produce una inmensa alegría, que se ve reflejada en mi sonrisa. Asimismo, tampoco se me saltan las lágrimas cuando río, sino que me río a carcajadas, viviendo el momento presente.

Conozco a otra persona que cada vez que se ríe acaba tosiendo. Puede que lo esté pasando fenomenal pero, en el momento de reírse, suelta dos carcajadas y, cuando parece que viene la tercera, comienza a toser. Es algo que repite habitualmente y yo me pregunto ¿qué ha podido sucederle a esta persona para que se corte ella misma la alegría?

Más adelante veremos motivos por lo que todo esto puede suceder.

La tristeza

“Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? ¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?”[6]
(Pablo Neruda, poeta chileno)

La tristeza es la reacción emocional a la pérdida. Es la emoción que sentimos cuando perdemos algo importante, cuando algo nos ha decepcionado o cuando ocurre alguna desgracia. Por empatía, también nos sentimos tristes cuando la desgracia ocurre a otras personas y no a nosotros. Cuando nos sentimos solos, a menudo nos sentimos tristes también, experimentando una sensación de vacío interno.

Cuando uno está triste, es posible que el mundo le parezca inhóspito, que no haya nada que le haga ilusión y que el dolor que uno siente en su interior impida que brote el buen humor habitual.

Al igual que la risa es la demostración principal de la alegría, las lágrimas son la manifestación más notable de la tristeza, de modo que cuando uno está triste puede que tenga ganas de llorar e incluso a veces resulta difícil contener las lágrimas.

En ocasiones, cuando uno está triste, sólo quiere que le dejen solo durante un rato. O a lo mejor prefiere que otra persona le consuele o simplemente le haga compañía mientras él se va reponiendo. En cualquier caso, hablar sobre lo que nos ha puesto tristes suele ayudar a mitigar esa tristeza. De hecho, cuando la tristeza comienza a alejarse, uno se siente como si le hubieran quitado un peso de encima.

Todo el mundo se pone triste en algún momento. Hay quienes se ponen tristes sólo de vez en cuando y a quienes la tristeza les asalta más frecuentemente. Sea como fuere, es importante tener presente que la tristeza es una de las emociones humanas más habituales y, por tanto, no hemos de temerla.

Muchas veces la tristeza bloquea la acción, impidiéndonos ver las posibilidades que tenemos ante nosotros. La persona se ve sumergida en una tristeza que le bloquea y no le permite actuar.

Sin embargo, en muchas ocasiones no está permitido expresar la tristeza. Esta prohibición puede venir del entorno porque no sepan manejar la tristeza, porque piensen que es peor para quien la sufre, porque haya que mantener la compostura o porque consideren la tristeza como una debilidad, por ejemplo. O, por el contrario, la prohibición puede venir desde uno mismo, por miedo a la tristeza en sí y a lo que pueda surgir, decidiendo acallarla y seguir adelante. En cualquier caso, el hecho sólo de llorar ya es curativo en sí mismo, pues saca la tristeza interna, liberando de ella a la persona y ayudándole a sentirse mejor.

Es muy corriente en psicoterapia encontrarnos con pacientes que, en un inicio, se tengan prohibido contactar con la tristeza y más aún expresarla, siendo habitual que narren episodios dolorosos mientras sonríen. Dentro del Análisis Transaccional se habla incluso de “la sonrisa del ahorcado” en estos casos, haciendo un símil entre quien sufre y sonríe tal y como lo hacen los ahorcados al morir. Asimismo, dentro de la Gestalt se habla de la “Desensibilización” como un mecanismo de defensa, de forma que la persona suaviza el contacto con la emoción verdadera.

Tengo un paciente en terapia con un historial muy duro de abandono y maltratos. Sin embargo, cuando habla de estos episodios, a veces acompaña su voz de una sonrisa cuando en realidad sus ojos están tristes y a punto de llorar. En este caso concreto, este paciente ha aprendido a expresarse más a través de la rabia, cuando en realidad tiene mucha tristeza acumulada en su interior. Por algún motivo, en algún momento de su crecimiento se le ha prohibido (o se ha prohibido él mismo) llorar y sí se ha aceptado de alguna manera que manifieste rabia. Puede que, al ser varón, se le haya prohibido por aquella idea fatídica de que “los hombres no lloran”.

Otra paciente que he comenzado a ver en terapia sonríe durante prácticamente toda la sesión, aunque hable de episodios tristes como rupturas o separaciones. Se permite contactar poco con la tristeza y, cuando lo hace, suele cortarla de golpe, viniéndose arriba, sacando fuerza y sonriendo. Sin embargo, se puede ver que la tristeza sigue ahí dentro, de momento, sin expresar.

En uno y otro caso, no se dan la libertad para expresar la tristeza y, cuando van a contactar con la emoción, la cortan o suavizan.

Por ello, volvamos de nuevo a los niños, expresión de las emociones más auténticas. Cuando un niño está realmente triste, llora abiertamente mientras busca consuelo. Se siente triste y así lo expresa a través de su llanto, buscando quien le reconforte. Y, mientras tanto, no vemos en su cara un ápice de sonrisa como hacemos los adultos cuando nos sentimos tristes. Una vez más: ¿qué nos lleva a distorsionar una emoción de este modo?

La rabia

“El que no tiene carácter no es un hombre, es una cosa”[7]

(Nicolás Sebastien Roch, escritor, moralista y maestro francés)

La rabia es la reacción ante la agresión. Es un sentimiento de disgusto o profundo enojo, que puede hacer incluso que uno pierda el control sobre sus actos. Esta rabia implica un fuerte sentimiento de hostilidad y se puede producir cuando uno se siente herido, traicionado, engañado o cuando se da alguna injusticia, produciendo sentimientos de frustración. Es, asimismo, un sentimiento de displacer intolerable contra quien la provocó.

Al igual que las anteriores emociones, la rabia es una emoción innata del ser humano y tiene su razón de ser, pues nos defiende de las agresiones y nos permite poner límites a los otros. Nos permite ser quienes somos en lugar de ir de un lado para otro, a merced de los demás.

Sin embargo, el mayor inconveniente que tiene la rabia es que, por lo general, es una emoción poco entendida y, menos aún, permitida. Ya de niños se suele impedir que los más pequeños expresen su rabia, que se enfaden con sus padres, que chillen o pataleen. Y, al igual que ocurre con los adultos, los niños experimentan también situaciones que les resultan injustas, dolorosas y frustrantes y la única manera en la que saben expresarlo es así. De este modo, si además de sentir rabia se les prohíbe expresarla, el sentimiento de frustración es doble.

Parece que la educación y las formas son más importantes que expresar la rabia. Sin embargo, como adultos, hemos de comprender que, al igual que nosotros, los niños se enfadan y sienten rabia también. Por ello, todos los medios que encontremos y les facilitemos para expresar la rabia (como lanzar una pelota con todas sus fuerzas, escribir y hacer tachones en un papel, gritar en un entorno donde se vea protegido) va a favorecer un crecimiento sano del niño, consiguiendo una mayor autonomía y confianza en sí mismo y evitando que la rabia quede enquistada dentro de él.

 

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