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 COMPASIÓN Y GENEROSIDAD



Diciembre 31, 2010, 04:36:15 pm
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Desconectado Francisco de Sales

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COMPASIÓN Y GENEROSIDAD
« en: Diciembre 31, 2010, 04:36:15 pm »
He puesto el título de “Compasión y Generosidad”, pero también podría haber sido “Solidaridad y Empatía”, o “Ser humano y demostrarlo”.
Porque me voy a referir a la situación que se está viviendo a nivel mundial, en la que nos encontramos a muchas personas mendigando, bien sin atreverse a decirlo o gritándolo en la calle con su gesto lastimero y su mirada sonrojada huyendo al suelo, y su mano extendida, temblorosa y avergonzada.
Los vemos vestidos de su pobreza y su desgracia, llevando a cuestas, como una cruz, su mala suerte o las pocas oportunidades que les ha dado la vida, con su pasado lleno de vacíos y pesares, su presente indigente, y un futuro que no se atreve a presentarse a la vista de lo que le espera junto a esas personas.
Los vemos humillados, mostrando su desgracia y su penuria, con temor en los ojos, casi pidiendo disculpas por no estar a la altura del resto, de los que sí triunfamos –o por lo menos así lo creemos y aparentamos-, enseñándonos su fracaso con dura crudeza.
Muchas veces he elucubrado sobre qué tiene que sentir una persona que decide que al día siguiente saldrá a la calle, se colocará en una esquina, y, tal vez arrodillado, extenderá la mano suplicante. Qué tiene que sentir cada uno de los segundos que pasa pidiendo. Cuántas miradas de desprecio recibirá y qué pocas de amor o consuelo. ¿Se sentirá abandonada por Dios, y repudiada por el destino amable?, ¿Pensará en sus padres y sus seres queridos, que sin duda sufrirán por ella, o pensará sólo en lo que no ha podido darse a sí misma o a sus hijos?, ¿Concluirá con el pensamiento, atroz y tremendo, pero quizás real, de que no le debe nada a la vida?
Cuántas veces nos enteramos de que hay gente malviviendo, necesitando atención y comida, y nos quedamos sin hacer nada salvo soportar, breve y levemente, una pizca de lástima, y pedir a nuestro Dios que nunca nos veamos en esa situación.
Y cuántas otras personas habrá que no salen a la calle a exhibir sus carencias, porque no son de pan, sino de amor.
Quizás llegue el momento en que encontremos en las esquinas mendigos de abrazos, de caricias, de consuelos, con letreros escritos con letras irregulares y faltas de ortografía: “No tengo abrazos y aunque es más duro, prefiero pedirlos antes que robarlos”. “Tengo un corazón hambriento y sólo pido unas palabras o un poco de atención. ¡Por Dios!, que alguien me trate como a un ser humano”.
Y mientras, posiblemente, tengamos dinero de sobra, comida de sobra, cariño de sobra… y todo se nos pudrirá por no compartirlo.
Una vez leí que sólo nos llevaremos de esta vida lo que hayamos dado.
Suena paradójico, pero es una gran verdad.
Si no compartimos estamos privando de cubrir sus necesidades básicas a quien realmente lo precisa. Y eso es imperdonable.
¿Te acuerdas de haber oído hablar alguna vez de que los que tienen han de pagar el diezmo?
Tenemos la obligación ética, humana, y moral, de socorrer a quienes podamos, colaborando con una parte de nuestras dádivas, y con los bienes que nos presta la vida, bien en forma de ayuda económica, o de una parte de nuestro tiempo, de nuestras habilidades, o incluso un poco de sacrificio.
Es de justicia humana y divina.
Dar y recibir.
Seamos buenos administradores de nuestras posesiones temporales. Es de ley, de compañerismo y fraternidad, compartir una parte de las cosas con las que hemos sido beneficiados, bien por nuestro esfuerzo o gracias a los dones con que Dios nos ha obsequiado. Otras personas no pueden gozar de lo que nosotros gozamos.
Y no me refiero exclusivamente a dar dinero, ya que eso puede ser una forma de pretender acallar la conciencia: me refiero también a compartir nuestra comida, nuestras virtudes, nuestras capacidades, nuestros conocimientos y experiencias, nuestro tiempo, nuestro amor…
Estamos en tiempos duros, difíciles, y en los próximos años puede ser peor. Vamos a necesitarnos más que nunca.
Tenemos que sacar a la luz la caridad, la generosidad, la solidaridad, la empatía, el alma: tenemos que hacer realidad cuanto estas palabras conllevan; tenemos que desentumecer la capacidad de consolar, recordar cómo es eso de acoger en nosotros a los desfavorecidos, repartir, participar de la situación de los demás con la intención de ayudar a mejorarla, colgar el ego en una percha y ponernos el corazón de faena, sacar el Cristo en desuso, y ejercitarnos en eso de hacer pequeños grandes milagros.

Lo siento: ya no me quedan más palabras para seguir rogándote que entregues amor y compasión.








 

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