Buscandome

Bienvenido(a), Visitante. Por favor, ingresa o regístrate.

Ingresar con nombre de usuario, contraseña y duración de la sesión

 


Traductor Google

 EL PROBLEMA DEL MAL - 2ª parte - Antonio Blay



Octubre 28, 2012, 06:44:08 am
Leído 1497 veces

Desconectado Francisco de Sales

  • Administrator
  • *****

  • 7228
    Mensajes

  • Karma: 6

EL PROBLEMA DEL MAL - 2ª parte - Antonio Blay
« en: Octubre 28, 2012, 06:44:08 am »
EL GIRO RADICAL EN NUESTRA MENTE

Nuestra mente se ha desarrollado actuando siempre en relación a las cosas; se ha ido desarrollando manejando fenómenos, percepciones, relacionando significados; toda mi personalidad es una inter-acción con el mundo, con las personas. Y mientras mi mente, mi deseo y mi voluntad trabajen en esa dirección en que yo he ido viviendo, no podré llegar a esa experiencia de Dios, sólo podré vivir mis experiencias del mundo, de mí mismo en relación con el mundo, aumentando la gama de esas experiencias, pero no llegará ese momento revolucionario de la Presencia real de Dios, vivida experimentalmente.

Todo acto de mi mente y de mi voluntad va siempre hacia algo, porque así se han desarrollado y así se manifiestan. Ese algo nunca es Dios. Ese algo es algo dentro de nuestra experiencia fenoménica, horizontal, en relación con el mundo. Mas, para que se pueda producir en mí este descubrimiento de Dios presente, es preciso que mi mente deje de actuar, de proyectarse hacia ningún lado, porque hacia cualquier lado que se dirija siempre será hacia algo, algo fenoménico, y Dios no es algo, Dios es el Centro.

He de lograr que mi deseo no esté movilizado hacia algo, que mi imaginación deje de buscar algo, que mi voluntad deje de querer algo. Y cuando se produce en mí esta inmovilización por falta de objetivo, cuando me quedo inmóvil en esta quietud de no hacer, de no buscar, de no pensar, cuando me quedo sin hacer nada, en esta quietud de ser en silencio se produce esta Presencia de Dios. Mientras yo estoy buscando o estoy proyectando me estoy alejando; es cuando me doy cuenta de que Dios está en la otra dirección, en la dirección del no-pensar, del no-desear, del no-querer, y soy capaz de permanecer en el vacío del silencio, cuando entonces aparecerá una conciencia enteramente nueva.

Esos instantes de silencio en que descubrimos una dimensión central profunda, amplia, intensa, totalmente nueva, transforman totalmente nuestra existencia; estos momentos «limpian» todas las tendenciosidades que había dentro. Utilizando un lenguaje oriental, podríamos decir: «en aquel momento se limpia el Karma»; en un lenguaje cristiano, diríamos: «en aquel momento se produce el perdón de los pecados»; utilizando un lenguaje psicológico, diríamos: «en aquel momento desaparece todo lo negativo». En aquel momento, allí donde había oscuridad hay luz, donde había debilidad hay fuerza, donde había miedo hay amor. Y eso no sólo es un estado interno, sino que se transforma objetivamente nuestra vida, se re-ordena nuestro organismo, y todas las enfermedades debidas a mal funcionamiento o a una distorsión interior, desaparecen; todos los estados de angustia, negativos, obsesivos, desaparecen. Y también las personas de nuestro entorno cambian en su actitud hacia nosotros, y cambian las circunstancias. Pero no sólo cambian porque yo sea más amable o adaptable, no; cambian con independencia de mi modo de hacer; cambian porque las cosas que nos rodean no son (en el fondo) nada más que la expresión exterior de nuestra conciencia interior.

LO INTERNO ATRAE LAS CONDICIONES EXTERNAS

Nadie puede vivir algo distinto de lo que es. Cuando yo en mi conciencia soy problema, soy conflicto, soy negación, yo estaré creando este problema, esta negación, dentro y fuera de mí. Esto tiene un alcance insospechado pues atraerá hacia mí, del exterior, situaciones conflictivas; y soy yo mismo quien las atrae, sin darme cuenta. En cambio, cuando al abrirme a la Presencia Divina se produce en mí la Plenitud, la Luz, entonces esto tiende inevitablemente a traducirse en una irradiación positiva, en unas circunstancias positivas, en unas relaciones personales positivas.

Entonces vemos que la perspectiva que teníamos del mundo y del mal, de los defectos de las personas y de la injusticia de la vida, que todo eso desaparece como desaparece una pesadilla al despertarnos por la mañana; vemos que nunca ha existido realmente ese mal, que sólo ha existido una percepción errónea, que todo lo que existe, en sí, está bien; está bien en su nivel de manifestación. Era en mi mente donde se fraguaba el conflicto entre mi deseo y la realidad que enfrentaba; el deseo que aspiraba a unas cosas y la realidad que yo vivía en otro plano y que negaba este deseo. Todo lo veía oscuro porque miraba las cosas desde una perspectiva oscura; en cuanto mi mente se aclara, en cuanto mi mente puede funcionar centrada, es como si automáticamente percibiera cada cosa, cada persona, desde su centro. Y cada persona, vivida desde su centro, es perfecta. Como un niño, que es perfecto sea cual sea su edad y su desarrollo en habilidad, en inteligencia, en crecimiento; desde su centro, el niño va creciendo de un orden de perfección a otro orden de perfección, pero no de una imperfección a una perfección.

Naturalmente, existe un proceso de cambio, de evolución; pero este proceso no tiene nada que ver con lo que llamamos mal, sino en pasar de un bien a otro orden de bien, a otro orden más pleno de realidad, de bondad, de belleza, de poder. Entonces nos situamos en una perspectiva correcta y descubrimos que el único mal, la única injusticia y el único sufrimiento estaban en nuestra mirada, en nuestro modo de vivir. Al rectificar nuestra visión, al aclarar nuestra conciencia en esta Presencia viviente de Dios, todas las tinieblas desaparecen, del interior y del exterior.

En la vida persistirán los dramas, pero uno se dará cuenta de que lo que muchas personas viven dramáticamente no tiene un carácter real, como cuando uno se da cuenta de que el susto que se sufre en una pesadilla no tiene un carácter real en relación con la experiencia de la vigilia, o que el disgusto de un niño pequeño cuando se le contradice una ilusión no tiene una existencia dramática real, sólo es consecuencia de un modo pequeño de ver, es una nube dentro de la conciencia, no fuera.

MANEJO EFICIENTE DE LOS PROBLEMAS

¿Perderá con eso la persona su perspicacia, su sentido crítico, su capacidad de desenvolverse ante situaciones difíciles, hostiles, o ante personas de las que se dice que van con «mala fe»? No. Yo diría que esta persona es, precisamente, la que está más capacitada para desenvolverse en todo tipo de ambientes. Porque no disminuye su visión de las cosas sino que aumenta; y comprende que, aunque lo espiritual se manifiesta en todos los grados, estos distintos grados incluyen lo que en nuestra conciencia habitual se entiende como el egoísmo más desenfrenado, el apasionamiento más ciego o la agresividad más salvaje. Y uno se da cuenta de eso más y mejor que antes, pero no lo ve como un defecto sino como una cualidad en aquel nivel, lo ve en su vertiente positiva; y puede manejarlo positivamente, no defendiéndose de ello o contraponiéndose a ello, sino manejándolo desde lo positivo superior en una relación de positivos, no como una contraposición de signos. No se trata de ir contra nada o de defenderse de algo, se trata de manejar lo inferior (tal como es) desde lo superior.

Ante un niño muy díscolo, muy desobediente, yo puedo hacer dos cosas: 1) Puedo compararlo con lo que sería un comportamiento correcto, criticarlo e imponer mi voluntad en contra de la suya; es el uso de la autoridad o incluso la violencia. 2) También puedo no enfadarme con el niño y comprender que el niño está viviendo una fuerza en sus niveles vital y emocional (infantiles); y esta fuerza (que es la misma que yo puedo vivir desde mi nivel positivo espiritual) verla en lo que tiene de positivo, y al mismo tiempo vivir las fuerzas positivas superiores; entonces podré entender al niño sin negarle a él y procurando que de esta expresión negativa pase a otra positiva, por afirmación.

Creo que todos hemos tenido la experiencia de haber enfrentado una situación así -con un niño pequeño rebelde-, en momentos en que estamos irritados o en momentos en que estamos muy bien. Y hemos visto que hay una diferencia radical tanto en nuestra forma de vivir la situación como en la eficacia en manejarla. Cuanto más yo he estado en una actitud profundamente positiva, mejor he podido manejar la situación, con menos esfuerzo y de un modo más constructivo para el niño. Pero si mi actitud era negativa, el manejo de la situación ha sido de modo violento, explosivo, crítico, y ha resultado perjudicial, para mí y para el niño. Cuando yo reacciono negativamente ante lo negativo, estoy aumentando la negatividad, mía y del otro. Pero si yo puedo situarme en esta óptica positiva viendo las cosas en su positividad básica, entonces paso de un positivo menor a un positivo mayor (en cuanto a escala) tanto mío como del otro.

La práctica de vivir la Presencia de Dios conduce paso a paso, sin esfuerzo, a esta percepción y contacto con lo positivo a través de todos los niveles.

(fuente: Antonio Blay – Personalidad y niveles superiores de conciencia)


http://www.upaya.es/?p=1053#more-1053

 

TinyPortal 1.6.5 © 2005-2020