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 MEDITACIÓN CON MANDALAS



Diciembre 01, 2012, 02:12:57 pm
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MEDITACIÓN CON MANDALAS
« en: Diciembre 01, 2012, 02:12:57 pm »
Meditación con Mandalas

 

 

El mundo personal en el que cada individuo vive, sus temores, pasiones, valores, sueños y esperanzas condicionan todo lo que hacemos, somos y sentimos. Lo inconsciente se suma a los conocimientos conscientes para formar nuestra personalidad, y esa personalidad puede representarse en un gráfico. Ellos se llaman "mándalas" y son una de las herramientas de auto-conocimiento más poderosas que existen, porque además de enseñarnos nuestro interior, nos ayudan a modificarlo.
Un mándala es un dibujo de forma circular que contiene en su interior diversas figuras de diferentes colores, que representan el universo personal de cada persona. Los mándalas son, de hecho, mapas de este universo, que podemos leer para comprendernos mejor.
Y que podemos usar para meditar y así, gracias al poder de las formas y colores, reforzar aspectos de nuestra personalidad, luchar con fobias y purificar nuestro espíritu.

Históricamente, los mándalas son de origen hindú, y se utilizaban para representar el Universo. También son muy comunes en el budismo, y el mundo occidental los utilizó por primera vez en el siglo XX, cuando el psicólogo Cari G. Jung los estudió y determinó que los mándalas representan nuestro mundo inconsciente, y que trabajar con ellos permite identificar desórdenes mentales y alcanzar la plenitud como ser humano.
Un mándala, básicamente, hace dos cosas: señala y cura. Cualquiera puede hacer uno, tan sólo necesita una hoja de papel, unos lápices de colores, y dejarse llevar por su instinto, dibujando formas según los dictados de su corazón, siguiendo impulsos, sin intelectualizar lo que está haciendo. Dejando que nuestra mano dibuje mándalas sin racionalizarnos, dejamos que se vuelquen en él formas cuyo significado es muy especial para nosotros.
Las formas y los colores poseen un significado muy claro, que todos conocemos inconscientemente, y que usamos sin darnos cuenta todo el día. Por ejemplo, el rojo, el rosa o el verde son colores cálidos, que energizan, que nos llenan de vitalidad. Instintivamente, cuando queremos llenarnos de energía, nos vestimos con ropa de este color. A la hora de prepararnos para salir, algo nos dice que la ropa de esos colores es la indicada.
Los mándalas funcionan de manera similar. Cuando nuestro espíritu se encuentra lleno de energía, pintamos instintivamente con colores vivaces. Cuando carecemos de fuerza, nos volcamos a tonos más apagados, como el amarillo. Y así es como los mándalas señalan: son creaciones espontáneas que dejan ver nuestro estado de ánimo.

Ahora bien, ¿cómo es que, además, curan?

 

Los mándalas se pueden usar en la meditación para dejar que sus formas y colores penetren en nuestro interior, y así, la energía que contienen (que está vinculada a su significado), recorra nuestro cuerpo y espíritu.
Por ejemplo: un óvalo indica estabilidad y renacimiento. Si meditamos con un mándala con esta figura, dejamos que las cualidades de esta forma, la energía estable y de regeneración que posee, nos atraviesen.


Un mándala puede hacer que revivamos emociones aletargadas desde hace mucho tiempo, que se activen nuevamente capacidades y habilidades que creíamos perdidas. Los mándalas son herramientas de trabajo porque revitalizan aquello que había quedado dormido, brindándonos medios para solucionar problemas.


Despertar nuestro interior es, además, una forma de reunimos con lo esencial, que es lo primero que se pierde ante los embistes del estrés. La plenitud, la felicidad, la satisfacción: estas tres cuali dades son las primeras víctimas de la vida moderna, de las obligaciones, de las tensiones, de las preocupaciones. Y son las cualidades que los mándalas despiertan.


En el budismo, los mándalas se consideran espacios sagrados de origen humano, cuya simple existencia recuerda a quien lo observa que existe un Universo lleno de energía, y que dentro de cada persona existe un potencial, que todos podemos poner fin al sufrimiento, que todos podemos lograr la Iluminación, que todos podemos descubrir lo Divino que reside en nuestro interior.


Y si se pueden usar durante la meditación es porque son una conjunción perfecta de razón e instinto. Primero los creamos en forma instintiva, y al analizarnos racionalmente podemos diagnosticar nuestro estado espiritual. Luego, lo diseñamos racionalmente, para que en forma instintiva funcionen como un tratamiento espiritual. En ambos casos, conciliamos los dos hemisferios del cerebro, y por lo tanto todo mándala es perfecto, se ubica en perfecto equilibrio entre las polaridades del mundo.


Un mándala es parte del equilibrio del Universo, lo representa y lo posee en su interior. Meditar con ellos es dejar que el balance cósmico penetre en nuestro espíritu.


Cómo hacer un mándala
No cualquier imagen puede ser un mándala. Es verdad que las formas y colores poseen energía curativa siempre, pero una foto o una pintura no son igual de poderosos que los mándalas. Sin duda pueden hablar a nuestra alma y despertar sentimientos que creíamos enterrados para siempre, pero los mándalas son más efectivos para el trabajo de meditación porque su diseño circular los vincula con la energía de, justamente, el círculo. Que es la única forma perfecta, y que representa a su vez la perfección del Universo.


Existen muchos mándalas famosos. Los templos budistas suelen contener varios de ellos, diseñados por los monjes. En Internet pueden conseguirse cientos de imágenes de mándalas. Pero no existe mándala más poderoso que el que realizamos nosotros mismos.


Y toda persona puede hacer un mándala. No es para nada complicado, y tampoco importa qué técnica utilicemos para pintar los man dalas. La clave está en dejar de lado las convenciones y demandas de la mente consciente, dejándonos guiar únicamente por la intuición. Es difícil, para quien no está acostumbrado al trabajo artístico, dejarse guiar por los sentidos. Ayuda mucho entonces realizar algún ejercicio de relajación e incluso dejar la mente en blanco.


1)  Nos sentamos frente a una hoja de papel, recortada en forma circular, y colocamos lápices al alcance de la mano.
2)  Fijando la mirada en la hoja en blanco, nos volvemos conscientes de nuestra respiración, sin modificarla aún.
3)  Reducimos nuestro ritmo respiratorio, lentamente.
4)  Nos concentramos en el blanco de la hoja. Tomamos un lápiz, sin pensarlo demasiado, dejando que nuestro instinto elija el color.
5)  Empezamos a pintar, sin racionalizar ni analizar. Cambiamos el color cuando lo deseamos, cuando sentimos el impulso, sin importarnos nada más que seguir nuestro instinto.
6)  Nos detenemos cuando el instinto nos indica que hemos terminado.
7)  Analizamos las formas del mándala según la guía que las describe mas adelante.

 Cómo leer los mándalas


Hay quienes dicen que interpretar un mándala es un juego. Y no están del todo equivocados. No es algo que se deba tomar a la ligera, pero es como un juego en el sentido de que requiere la suspensión de la conciencia, dejar de lado lo consciente y dejarse guiar por nuestros impulsos y por la imaginación.
No es inútil comparar los mándalas con las manchas de tinta que se usan muy comúnmente para hacer tests psicológicos. Un psicólogo muestra estas manchas (llamadas rorschach) a un paciente, y luego le pide que enumere todas las formas que ve en esa mancha. Para poder hacer esto, se deja vagar la mente y encontrar formas donde no las hay.
La interpretación racional de los mándalas funciona de manera similar. Como se realizan a mano, ninguna forma será jamás perfecta.


Un círculo estará ligeramente ovalado, un cuadrado no tendrá cuatro lados exactamente iguales. Por lo tanto, lo que importa a la hora de determinar las formas es nuestra subjetividad: miramos el mándala, vemos una figura, y por instinto decimos "es un círculo", cuando otra persona podría decir "es un óvalo". Pero lo único que importa es nuestra percepción, y poco importa que nadie más vea la forma que nosotros encontramos.


Es posible que surja más de una forma en cada mándala. Quizás alguna sea la más atractiva, o quizás todas lo sean, quizás sean de diferentes tamaños, quizás las veremos de a una o todas al mismo tiempo. Aquí, otra vez, es importante dejarse guiar por la intuición y determinar así si sólo una imagen es la principal, o si todas son de valor. Es prácticamente imposible explicar por medio de palabras (que son absolutamente racionales, propias del hemisferio izquierdo) cómo es que la intuición nos guiará a través de este mar de formas y figuras. Tan sólo durante la práctica lo entenderemos. Una vez que tengamos el mándala frente a nosotros, debemos limpiar nuestra mente, rechazar toda idea racional, toda idea lógica, y dejarnos guiar por nuestro corazón. Instintivamente, llevaremos los ojos y la atención hacia una figura o figuras. Es un proceso casi mágico, pero muy real, que no puede explicarse del todo, pero que todos podemos realizar.


Una vez que identificamos la forma o formas que vemos en el mándala, buscamos en la siguiente guía su significado. En ella se sintetizan el simbolismo y la carga emocional de los colores y formas de aparición más comunes. Si no encontramos la forma o el color que vemos, es porque sin dudas se tratará de una combinación de otros dos, y por lo tanto es necesario considerar ambos significados.


Los colores
Amarillo. Representa la Iluminación, la Llama Divina que reside en nuestro interior, y así simboliza la alegría, la felicidad, la jovialidad y la imaginación.
Facilita el camino hacia la sabiduría, la madurez y la libertad emocional y espiritual.
Azul. Representa la paz, el equilibrio emocional, la tranquilidad. Ayuda a incrementar la intuición, a sentirnos bien con nosotros mismos, a aceptar la soledad.
Blanco. Representa la virtud, la integridad, la templanza, el control de las emociones. Nos permite superar las distracciones y las polaridades y concentrarnos en el viaje hacia la comunión con el Universo.
Gris. Representa lo neutro, todo lo que es sobrio, pero también la renovación, el renacimiento y la reencarnación. Es un color que nos ayuda a dejar atrás los ámbitos conocidos y adentrarnos en nuevas experiencias o en terrenos vírgenes; nos brinda coraje y confianza en nosotros mismos.
Marrón. Representa el hogar, la armonía familiar, la estabilidad y el lazo que nos une con nuestros afectos. Resuelve los conflictos familiares y brinda unión a las personas que comparten un mismo hogar.
Naranja. Representa la sociabilidad, la extraversión, la buena salud y la vitalidad. Nos da confianza, vigor y energía para salir al mundo, para luchar por lo que queremos y no dejar que las adversidades nos derroten.
Negro. Representa el misterio, lo desconocido, pero más que nada lo negativo, el final, lo inevitable. Posibilita la reencarnación y nos ayuda a aceptar que todo llega a su fin tarde o temprano.
Rojo. Representa el amor, la pasión, la sensualidad, el cuerpo. Nos vuelve valientes, no deja que nuestros temores nos venzan, atrae la atención de los demás y ayuda a conquistar a los que nos rodean.
Rosa. Representa la elegancia, el romance y la dulzura; también la entrega, la generosidad y las acciones desinteresadas. Potencia nuestra capacidad de amar y hace que sea más fácil expresar nuestras emociones positivas.
Verde. Representa la esperanza, la vida, la sanación; también, la naturaleza y el crecimiento (tanto físico como espiritual). Lucha contra el pesimismo y la falta de ilusiones, sueños y deseos.
Violeta. Representa la inspiración, la magia, las fantasías, el arte, todo proceso por el cual una cosa se transforma en otra. Ayuda a derribar las trabas mentales que nos impiden ir tras nuestros sueños, no sólo los temores, sino también todo lo que la sociedad nos ha enseñado pero ahora resulta restrictivo.

 Las formas


El círculo. Representa la instancia divina, la llama que arde en nuestro interior, el Universo, la Energía Cósmica, el principio que creó todo lo que existe. Es la forma que surge cuando el estado meditativo es muy profundo, cuando la armonía que sentimos es casi plena y total. También puede usarse para llegar a este lugar, pero sólo en meditadores avanzados.


El corazón. Representa el amor, la felicidad y la alegría. No indica necesariamente la plenitud, sino más bien la contención familiar, la voluntad de trabajo, el sentirnos contentos diariamente. Esta forma es perfecta para deshacernos de los sentimientos muy fuertes que desequilibran nuestro interior. Cuando se apoderan de nosotros la furia, el miedo, la ansiedad o cualquier otro sentimiento fuerte, se borran casi por completo las otras emociones, pero el corazón nos ayuda a ganar la calma necesaria para recuperarlas.


La cruz. Representa lo que dos elementos diferentes tienen en común, el punto en el que se unen. Ayuda a dejar atrás la polaridad y concentrarse en la suspensión del pensamiento y de los instintos. Nos permite ver que el espacio intermedio entre los dos polos es donde reside la Verdad.


La espiral. Representa la vitalidad, la energía que corre por el cuerpo y la mente, la búsqueda constante. Cuando surge espontáneamente, esta forma indica un alma que está buscando el centro pero no encuentra la forma de salir de la polaridad. Se la puede usar cuando es necesario activar la energía del cuerpo, contar con más vigor y volvernos emprendedores.


La estrella. Representa la conciencia de nosotros mismos, de nuestra identidad. Indica que la persona está decidida a triunfar y a rendir al máximo. Ayuda a energetizar el cuerpo y ganar autoestima. Es ideal para cuando debemos enfrentar alguna tarea muy difícil en el trabajo, o cuando la inseguridad y la desconfianza se apoderan de nuestro Ser.


El hexágono. Representa el momento en que se empiezan a unir los contrarios, pero aún no se encuentra el centro, que como el de la figura, se mantiene vacío. Indica que la persona ha logrado suspender el pensamiento y adentrarse en su interior, pero no ha ido a buscar a su Ser interior todavía. Sirve para organizar el caos cuando nuestra mente está muy confundida y se encuentra sumergida en el estrés.


El óvalo. Representa el surgimiento de una nueva vida, la fertilidad, la capacidad que todos tenemos de generar nuevas cosas. Nos ayuda a descubrir el don divino que todos los seres humanos poseemos de crear cosas hermosas: arte, relaciones, emociones positivas, cosas que pueden surgir de la nada, por un impulso interior que sale a la superficie. Sirve para esos momentos en los que nos sentimos improductivos, poco originales y rutinarios.


El pentágono. Representa los cinco elementos (tierra, fuego, aire, agua y éter) en perfecta comunión. Esta forma se emplea mucho para potenciar y equilibrar los cinco sentidos (los occidentales tendemos a tener la vista y el oído más desarrollados que el tacto, el gusto y el olfato), e indica el momento en que hemos agudizado tanto nuestra percepción que ningún sentido supera a los demás, sino que todos trabajan en perfecta armonía.


El rectángulo. Representa la vida terrenal, la estabilidad, el intelecto y su efecto sobre la vida diaria. Esta figura equilibra en sí misma cuatro líneas, que simbolizan a las cuatro estaciones (primavera, verano, otoño e invierno), en perfecto equilibrio. Es muy útil para conciliar nuestro espíritu cuando se encuentra atormentado por la indecisión o la duda entre dos elementos.


El triángulo. Representa lo masculino, la creatividad, el poder de transformación y la energía para lograrlo. Si aparece invertido, representa todo lo contrario: lo femenino, lo inconsciente y la pasividad, pero también la estabilidad. Esta figura es compleja y difícil de usar. Un triángulo potencia nuestra capacidad de modificar aquello que no nos satisface del mundo o de nosotros mismos, pero si se usa demasiado, puede hacer que nos perdamos en un mar de energía sin dirección. Los triángulos invertidos son más seguros: nos hablan de una pasividad, pero también de una calma, de un equilibrio, y son formas perfectas para ayudarnos a encontrar el balance emocional.
 

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