Viajo.
Y lo hago con la maleta
La maleta pesa. Siempre pienso que meto demasiadas cosas en ella, pero cuando me doy cuenta ya es tarde.
Pensaba, mientras trataba de subir un escalón que se empecinaba en ponérmelo difícil, que tendría que confeccionar una lista con las cosas que no debo meter en mi equipaje.
Justo al revés de lo que hago.
Durante días, voy anotando todo lo que voy a necesitar, y siempre hay un sinfín de “esto por si acaso”, “esto porque me gusta mucho” y así un montón de etc.
Luego, en mi viaje, que suele ser muy de interiores, me sobran un montón de naderías, que ni uso, ni necesito, pero siempre caigo en la misma trampa.
Hoy, cuando rebasé el escalón, pensé lo bonito que sería viajar con la maleta vacía, o mejor sin ella, y usar aquello que encontrara por el camino, para tener la libertad de dárselo a otra persona cuando ya no lo fuera a usar, o cuando le hiciera falta.
Sería precioso, porque aún no me habría dado tiempo de encariñarme con las cosas y por lo tanto, no me atarían.
Y como siempre voy a casas conocidas, donde me esperan corazones grandes y generosos, sé que me darían lo que ya no les sirviera, o no usaran. Sé que incluso, por su amor hacia mí, me darían cosas que a ellos les gustaran aunque sintieran desprenderse de ellas.
Os imagináis… qué maravilla… sus armarios y sus cajones tendrían lugar para cosas nuevas, y, a su vez, cuando vinieran a mi casa, podrían llevarse ese enorme bagaje de cosas que guardo y no se por qué.
Cosas que guardo tontamente, como la petaca de mi padre, que ya no tiene ninguna utilidad, porque él no va a volver a poner en ella su tabaco. Y yo tengo cosas más importantes de él, que, además, no ocupan espacio, como su risa, sus abrazos y sus ojos cuando me miraban con amor. Tampoco voy a guardar mis lágrimas, cuando su cara acuda a mi memoria, porque pesan y no me dejan espacio para la risa. Las derramaré y se las llevará el viento cualquier día, y volveré a reír con sus chistes y los míos.
Ni guardaré el primer chupete de mi nieto. Ya no lo usa y necesito espacio para reír y llorar con él, para besar su cara rasposa por la incipiente barba.
Quiero vaciar mi vida de lo inútil para tener espacio para la tristeza del amigo que muere y para sonreírle a las rosas de primavera, que cada año son distintas.
Espacio para amar a la vida como es, también distinta en cada momento, y sufrir cuando toque y alegrarme cuando la vida lo proponga.
No quiero ahorrarme ninguna emoción ni esconderlas porque así lo digan los gurús.
La libertad comienza cuando nada nos ata y las cosas guardadas nos detienen demasiado tiempo y voy teniendo unos años en los que recuerdo, cada vez más, la voz del poeta diciendo:
Y cuando llegue el día, del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Juana Marín
