En el ciclo continuo de interdependencia organismo-ambiente, surgirán en el organismo necesidades que requerirán al ambiente para ser satisfechas, así como demandas que surgirán del ambiente requiriendo al organismo. En ambos casos surgirán factores de perturbación, tanto internos como externos. La búsqueda de un ajuste al que deberán someterse ambos sistemas requerirá cierta cantidad de rabia que se expresará como agresividad. La interrupción artificial de esta función produce a la larga disfunciones en el organismo que se manifestarán en los sistemas sensorial fisiológico, motor, emocional y cognitivo.
El Yo, función del contacto
En el ser humano, el Yo nace como función de contacto del organismo con su ambiente, al reconocer y establecer sus límites a través de la función identificación-alienación. Las fuerzas de unión impulsan el movimiento de identificación con aquello que se vive como beneficioso para el organismo, siendo alienado mediante las fuerzas de separación expresadas a través de la función rabia aquello que es reconocido como amenazante.
La función identificación-alienación, que nos permite discriminar, opera según un sistema de dualidades polares. El Yo surge como límite en el encuentro de distintas identificaciones y alienaciones. En el Yo sano, este límite es flexible, respondiendo al encuentro con el ambiente de forma dinámica, siendo cohesión y agresión dos fuerzas interdependientes. Asimismo, la rabia es necesaria para desestructurar los contenidos que llegan del ambiente, discriminando y reorganizando los elementos organísmicamente necesarios y rechazando aquellos que no lo son.
En la infancia, el bebé pasa de un estado fusional a otro en el que paulatinamente experimenta la tensión del movimiento contacto retirada, dándose este a medida que tiene lugar el proceso de configuración del Yo. Uno de los recursos básicos utilizados por el organismo para llevar a cabo el desarrollo de esta función es la rabia. Experiencias del ambiente interno y externo que por ser desagradables, sean vividas como agresiones, estimularán al bebé a desarrollar su propio arsenal de recursos para relacionarse con él: rabia, agresión, huida, parálisis, sumisión, alegría, tristeza, miedo, etc… Cuando la satisfacción de sus necesidades y la adaptación a los límites impuestos por el ambiente encuentren equilibrio, estos recursos se integrarán funcionalmente. Sin embargo, si las experiencias vividas son excesivamente hostiles, sea por deprivación o por exceso, la adaptación se dará de manera patológica, respondiendo el organismo de forma rígida y disfuncional, aunque pueda ser útil para la situación concreta, inhibiendo el organismo la expresión y el contacto con la función rabia al experimentar sus consecuencias como amenazantes , siendo ésta emoción alienada de la incipiente estructura del Yo.
Las polaridades y el punto cero de indiferencia creativa
Un acercamiento útil para la comprensión del proceso de formación del Yo a partir del movimiento identificación alienación es el modelo de polaridades.
Frente a cualquier evento que pueda despertar en nosotros una respuesta, podemos situarnos en un punto de equilibrio dentro de una línea en cuyos extremos se encontrarían dos polos opuestos. Si imaginamos una línea cuyos polos fueran, por ejemplo, la rabia y la compasión, frente a un evento potencialmente molesto, desde un punto central de equilibrio podríamos desplazarnos ligeramente a izquierda y derecha oscilando entre la compasión y la rabia.
El Yo inmaduro, en su movimiento polar identificación-alienación, tiende a constituirse en un punto cercano al polo de la correspondiente línea de polaridad, que se corresponderá, a una atribución, un juicio, una actitud, una emoción, etc. Esta tendencia a establecer polaridades rígidas es reforzada en la cultura occidental tradicional, a través del antagonismo en que se oponen las atribuciones que comúnmente hacemos de la realidad: lo bueno, se opone a lo malo, lo justo a lo injusto, y así sucesivamente.
Los contenidos introyectados durante la infancia contribuyen poderosamente a la identificación y fijación con una posición polar, alienando su opuesto. Por ejemplo, las expresiones de censura parental que el niño interpreta como “expresar rabia es malo” pueden ser el origen de decisiones adaptativas inconscientes, (“inhibiré mi rabia”) con consecuencias dañinas para el Yo al inhibir una función necesaria.
Una decisión inconsciente como “inhibiré mi rabia” se corresponde con la fijación en un punto de ese continuo funcional, a través de la identificación del Yo con un aspecto “permitido” por el ambiente, sea este la actitud de sumisión, la cordialidad o el silencio, etc. Materializándose éstas como cualidades, siendo alienada y negada la rabia como polo opuesto.
Lo que es una función organísmica necesaria para la relación con el ambiente, queda ahora excluida del Yo como cualidad propia, como opción válida para la persona.
Perls basó este modelo de polaridades, entre otras, en las ideas del filósofo alemán Salomón Friedlander, quien en su obra “Indiferencia creativa” describió la creatividad como libertad de movimiento entre diferentes polaridades. La cualidad que nos permite esta libertad es el desarrollo de un punto interno de equilibrio, “de indiferencia creativa”, o capacidad de permanecer en un punto desde el cual moverse hacia cualquier dirección de un eje polar según lo requiera la situación en el aquí y en el ahora.
Desde esta concepción, permaneciendo atentos al centro, podemos percibir la gran afinidad que muestran entre si las respuestas emocionales despertadas por un acontecimiento evitando así el punto de vista unidireccional.
Las interrupciones del contacto.
Cuando en la búsqueda de satisfacción de sus necesidades, el organismo encuentra la oposición o agresión de otro organismo apareciendo el conflicto, el individuo sano podrá apreciar adecuadamente las posibles consecuencias de sus opciones de actuación, pudiendo hacer un uso funcional y flexible de sus recursos.
Sin embargo, en el organismo en que se han producido fijaciones del Yo en uno u otro extremos de las polaridades relacionadas con la rabia, ésta será inhibida o utilizada en exceso y en forma disfuncional.
Perls distinguió tres formas básicas de fijación en el uso de la rabia. La primera, que recibió el nombre de “neurosis” , se caracteriza por la inhibición de la rabia, prefiriendo el organismo la evitación del contacto agresivo.
La segunda, llamada “delincuencia” se caracteriza por el uso excesivo y disfuncional de la rabia, con la consecuencia de daño inapropiado del otro o del ambiente.
La tercera forma de fijación es “la agresión del Yo” frente a su propio ambiente interno. La persona que queda fijada en una emoción opuesta a la rabia, como por ejemplo la amabilidad, fijada en el Yo como ideal de conducta, percibirá la rabia como un estado peligroso e inaceptable. En el caso contrario, la persona que queda fijada en la utilización excesiva de la rabia como forma ideal de relación con el ambiente, habrá escindido la cordialidad, la amabilidad o la ternura de su Yo funcional.
Cualesquiera de estas fijaciones del Yo en un polo fijado, en relación a la función rabia, tendrá como consecuencia la pérdida de contacto con éste polo escindido.
Hemos descrito como una de las características del Yo sano el contacto flexible con aquellas funciones requeridas para la relación con el ambiente en el aquí y ahora. El Yo patológico, por el contrario, esta constituido por identificaciones rígidas y permanentes, de modo que la relación con el ambiente para la satisfacción de sus necesidades es disfuncional, interrumpiéndose el contacto con el interior de la persona o con el ambiente durante el ciclo de satisfacción, teniendo como consecuencia una Gestalt inacabada.
Si durante la formación de la función Identificación-alineación la persona vive experiencias continuadas de censura, desaprobación, prohibición o amenaza hacia la expresión de su rabia, surgirán emociones de vergüenza o miedo hacia ese polo, que impulsarán la formación de una frontera rígida entre las partes aceptadas y las partes rechazadas de la personalidad.
Primeros Introyectos
Las acciones agresivas desarrolladas por una persona destinadas a procurarse el alimento necesario, pueden despertar en el ambiente respuestas desagradables para ésta.
En la primera infancia, el bebe utiliza el “mordisco de aferramiento” para sujetar el pezón y comenzar a succionar la leche. Con el desarrollo de los dientes el bebe puede hacer daño a la madre, pudiendo esta responder alejando bruscamente al niño, o empleando una agresión para inhibir su impulso de morder. Esta interacción, en la medida en que sea intensa y persistente, constituye un ejemplo de cómo el bebé puede introyectar la prohibición de morder, reforzada por el miedo a sus consecuencias.
Otra forma de adaptación patológica es descrita en la inhibición parental de la respuesta de asco en un niño. Cuando el niño es obligado a comer algo que le repugna, reprime su asco. La inhibición repetida de la respuesta de asco (rechazo de algo que nos repugna), tiene como consecuencia la formación de lo que Perls llamó “frigidez oral”, describiendo el deterioro causado en los órganos digestivos de un organismo en el que se inhiban sus funciones agresivas. Solo restableciendo la función biológica de la rabia podrían resolverse adecuadamente los dos ejemplos anteriores.