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 ESPIRITUALIDAD Y TERAPIA - 1ª parte



Febrero 02, 2013, 12:59:00 pm
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ESPIRITUALIDAD Y TERAPIA - 1ª parte
« en: Febrero 02, 2013, 12:59:00 pm »

ESPIRITUALIDAD Y TERAPIA
Stuart McNicholls


Este trabajo explora diferentes preguntas relacionadas con el encuentro entre la espiritualidad y la terapia: ¿qué es la espiritualidad?, ¿cómo las psicoterapias se sitúan ante la dimensión espiritual? También se explora cuáles son los ejes fundamentales del camino psicoespiritual, y cuál es la relación de la espiritualidad con el encuadre terapéutico.
1. Introducción: Un cuento, unas preguntas y un koan
En la leyenda del Rey Pescador, se cuenta como un rey herido languidece en su castillo, “demasiado enfermo para vivir, pero no lo suficiente como para morir”, a la espera de que llegue un hombre inocente que podrá salvarle a él y a su reinado, liberando el poder sanador del Santo Grial. Se presentan dos oportunidades a Perceval, uno de los caballeros de la Mesa Redonda, para entrar en el Castillo del Grial. En la primera, cuando todavía es un joven ingenuo, no acierta a expresar una pregunta clave y sale del castillo con las manos vacías. Pasa 20 años como caballero andante, rescatando a doncellas y luchando contra dragones, antes de que se le presente otra oportunidad. Esta vez ya ha madurado y logrado una “inocencia consciente”. Acierta la pregunta “¿A quién sirve el Grial?”, y recibe la respuesta, “El Grial sirve al Rey del Grial”. El Rey Pescador y su reinado se sanan y a los pocos días, Perceval se convierte en Rey al morirse el Rey Pescador (de Johnson, 1993).

La historia del Rey Pescador contiene elementos que remiten tanto al proceso terapéutico como al aspecto espiritual de la vida. La herida del rey y su condición de incapacitado nos sugieren el sufrimiento no sólo físico sino también emocional y existencial por el que todos los seres humanos pasamos en algún momento de nuestras vidas. Y el símbolo del Grial representa la posibilidad de la trascendencia del sufrimiento que ofrece una vía espiritual. El argumento de esta tesina será que lo espiritual y lo terapéutico pueden entenderse como dos aspectos de un mismo proceso de auto-realización y de auto-trascendencia. Entendida así la herida o las heridas que a cada uno le tocan en la vida, aunque implican a veces un sufrimiento difícil de soportar, sin embargo pueden verse también como el desencadenante de la búsqueda del tesoro de la trascendencia y de la realización.

El presente trabajo pretende emplear la leyenda del Rey Pescador como hilo conductor mientras explora diferentes preguntas relacionadas con el encuentro entre la espiritualidad y la terapia. Empezaremos examinando ¿qué es la espiritualidad? antes de pasar a mirar ¿cómo las psicoterapias se sitúan ante la dimensión espiritual? También exploraremos cuáles son los ejes fundamentales del camino psicoespiritual, y cuál es la relación de la espiritualidad con el encuadre terapéutico. Finalmente abordaremos la pregunta ¿por qué la terapia y la espiritualidad se necesitan mutuamente? y expondremos la experiencia personal y clínica del autor. En su conjunto este trabajo pretende insinuar una respuesta a un koan psicoespiritual que queremos plantear. Pasamos entonces a explorar ¿qué es un koan?

En el budismo zen rinzai, existe una tradición de aprendizaje mediante los koans - dilemas y paradojas que un maestro presenta a un discípulo para que los resuelva. Un ejemplo famoso es: “¿Cómo suena el aplauso de una sola mano?” La idea es que la misma dificultad del koan lleva al alumno a una realización de otro orden, lo que hoy llamaríamos un producto de pensamiento lateral, en vez de lineal. El maestro zen y psicoterapeuta, David Brazier (Dharmavidya), autor deTerapia Zen, sostiene que, en la consulta, terapeuta y cliente trabajan juntos el koan que cada cliente trae. La resolución del koan no le corresponde al terapeuta sino al cliente: una vez que se haya dado cuenta de la naturaleza profunda de su dificultad, puede que se produzca un cambio interno, un darse cuenta (Brazier, 1995, ps.46-7). La leyenda enigmática del Rey Pescador sugiere también la misma naturaleza de koan, de un problema cuya resolución implica no sólo una sanación sino también una transformación. En este caso un koan que podría servir como punto de partida para el trabajo psicoespiritual sería: ¿cómo se puede transformar la herida en tesoro?

2. ¿Qué es la espiritualidad?
En el ámbito de la terapia, no es difícil ver como las heridas del Rey y de Perceval se pueden interpretar en términos de los problemas que los clientes traen consigo a nuestras consultas: mientras el adolescente Perceval sufre en relación con su padre ausente y aparece al principio del relato como un Niño sumiso, incapacitado para actuar debido a la sobreprotección de su madre, el Rey Pescador manifiesta heridas de hombre de mediana edad, relacionadas con su sexualidad pero también con su sentido de poder personal, su auto-estima y su generatividad en el mundo. Quizás tampoco nos cuesta imaginarnos como terapeutas en el papel de un viejo ermitaño que, en un momento dado del viaje del héroe ya maduro pero también cansado, surge en su camino y le orienta de nuevo hacia el castillo: “Baja un poco por este camino, gira a la izquierda y cruza el puente levadizo” (Johnson, 1993, p.45).

No obstante, puede que no resulte tan obvia la importancia o la naturaleza de la dimensión espiritual en el proceso de sanación de las personas – jóvenes, maduras o mayores – que acuden a nuestra consulta. Esto nos lleva a plantear una pregunta difícil: ¿A qué nos referimos cuando hablamos de espiritualidad? La espiritualidad ha sido definida como aquello que abarca las necesidades más profundas del ser, necesidades cuya realización acercan al individuo a un estado de propósito y significado (Ingersoll y Zeitler, 2010, p.269). Meichenbaum coincide en describir la espiritualidad como un anhelo de buscar significado, propósito y dirección vital en relación con una fuerza superior, espíritu universal o Dios (Meichenbaum, 2008, p.5).

Para Powell & Mackenna, la perspectiva transpersonal es “una que le otorga a cada vida un valor duradero que trasciende la muerte. Para los que tienen hijos, está la esperanza de que el amor que se les ha mostrado dé sus frutos en la plenitud de sus vidas y en generaciones venideras. Para algunos, se trata del valor del servicio hacia la comunidad y también de las amistades, mientras que para otros es la esperanza de que su labor profesional haga una aportación, por pequeña que sea, al progreso de la humanidad. Todas estas serían expresiones de la espiritualidad humanista” (mis cursivas, Powell y Mackenna, 2009, p.11). De manera parecida, desde el enfoque del Análisis Transaccional (AT), los Kandathils ofrecen una definición integrativa de la espiritualidad como “proceso mediante el que los seres humanos se trascienden a sí mismos, para los que creen en Dios, la espiritualidad es la experiencia de esta relación con Dios. Para un humanista, la espiritualidad es una experiencia auto-trascendente con otra persona. Para algunos puede ser la experiencia de armonía o unidad con el universo o la naturaleza” (Kandathil y Kandathil, 1997, p.28). Ellos y otros muchos autores citan a William James al hablar de la posibilidad de “experimentar una unión con algo mucho más grande que nosotros, y en esa unión encontrar nuestra mayor paz” (James, 1960, p.395, citado en ídem).

Otra aportación interesante, de nuevo desde el AT, es la de Muriel James quien afirma que “el núcleo interior [es] parte del ser personal total y también un ser universal porque es común a todos los pueblos […] es el hogar del ser espiritual [y] está en el centro del ser de cada persona, sea la persona consciente de ello o no, abierto a su poder o no” (James, 1981, p.60). Esta visión está en consonancia con la que ofrecen las tradiciones contemplativas orientales, por ejemplo, cuando Aurobindo habla del “jagad-guru”, el “Guía interno […] secreto en nuestro interior”, la chispa divina que reside en todos nosotros y que es instrumental en cualquier experiencia de despertar (Sri Aurobindo, The Synthesis of Yoga, citado en Merlo, 1997, p.92).

3. ¿Cómo se sitúan las psicoterapias ante la espiritualidad?
Haremos referencia principalmente a las visiones de terapia y de espiritualidad ofrecidas desde la Psicoterapia Humanista Integrativa (PHI) por un lado y desde el budismo mahayana y theravada por otro, por ser los campos que más familiares nos resultan. Como afirman Powell y Mackenna, dentro de la psicoterapia hay una tendencia reciente a abrirse a la dimensión espiritual. Citan estudios de la última década de múltiples autores de diversos campos, incluyendo enfoques tan diversos como la cognitiva-conductista, el análisis jungiano pero también el freudiano y las terapias propiamente transpersonales (Powell y Mackenna, 2009, p.3). No sólo los terapeutas se están mostrando más proclives a integrar aspectos espirituales en su práctica sino que lo espiritual se está mostrando como elemento cada vez más importante para los clientes. Mark Forman cita un estudio meta-analítico que sugiere que entre un 30 y un 50% de adultos afirman haber experimentado estados alterados espirituales mientras un 4.5% hicieron referencia explícita a experiencias místicas en la interacción terapéutica (Forman, 2010, p.4).

Por su parte, Meichenbaum cita varios estudios meta-analíticos que sugieren que las personas que usan estrategias religiosas y espirituales para hacer frente a dificultades y traumas demuestran un mayor bienestar físico y emocional (Meichenbaum, 2008, p.7). El mismo autor cita otros estudios independientes que demuestran como las personas formadas en la práctica (en su origen budista) de mindfulness (atención plena) están mejor sintonizados con sus emociones, tienen mayor capacidad de auto-regulación y un mayor sentido de bienestar (ídem, p.24). Kavar cita investigaciones sobre la actividad neurológica y la práctica espiritual que demuestran que la práctica meditativa ralentiza el proceso de envejecimiento del cerebro, ayuda a regular los neurotransmisores y apoya la recuperación del trauma, llegando a cambiar permanentemente las redes neuronales. Se ha mostrado como la combinación de tales cambios neurológicos con una fe en un Ser amoroso contribuye a una percepción más positiva de la realidad, reduciendo la ansiedad, la depresión y el estrés a la vez que aumentando sentimientos de seguridad, compasión y amor (Kavar, 2011, ps.9-10).

En cuanto a las terapias propiamente humanistas que abarca la PHI, se ve – en diversos grados – una importante predisposición hacia lo espiritual. La terapia Gestalt de Fritz Perls muestra claras y significativas influencias de las visiones orientales espirituales. Su énfasis en conceptos tan claramente relacionados con las filosofías zen y taoista como el aquí y ahora, el vació fértil, el darse cuenta y el ascenso fenomenológico, la unidad entre forma y fondo y su visión del universo como flujo perpetuo (Zurita et al, 2011a, ps.13-17) lo atestigua sobradamente. Claudio Naranjo también subraya la vertiente espiritual de la terapia gestáltica que: “es comúnmente considerada un enfoque humanista […] Menos aparente, y sin embargo, más significativo, es que las características más distintivas de la terapia gestáltica son, en estricto rigor, transpersonales” (Naranjo, 1990, p.197). Resalta que la base de toda terapia transpersonal es “la capacidad de percatarse en sí misma” (ídem). Además del darse cuenta, otros aspectos espirituales que Naranjo enfatiza son la espontaneidad (ídem, p.221) y ver la terapia gestáltica como “meditación en un contexto interpersonal” (ídem, p.209).

En este énfasis se ve como la Gestalt coincide con lo que más se acerca a una visión “espiritual” del fundador del AT, Eric Berne. En el breve texto con el que finaliza Juegos en que participamos, Berne habla de: “algo que trasciende todas las clasificaciones de comportamiento, [que] es la conciencia de las cosas; algo que se eleva por encima de la programación del pasado, que es la espontaneidad; y algo que es [una] mayor recompensa que los juegos, que es la intimidad” (Berne, 1966, p.196). Para Berne: conciencia de las cosas “requiere vivir en el aquí y el ahora, no en otra parte, el pasado o e futuro”; espontaneidad significa “libertad de escoger y expresar los propios sentimientos de entre todo el surtido que tenemos a nuestra disposición [y] liberación del apremio de jugar”, mientras la intimidad interpersonal surge cuando las otras dos propiedades se manifiestan en la relación: “significa la espontaneidad, la franqueza libre de juegos de una persona consciente, la liberación del incorrupto Niño, […] viviendo el aquí y ahora” (ídem, ps.190-3). De acuerdo con los Kandathils en su artículo “La autonomía: puerta abierta hacia la espiritualidad”, estas tres cualidades - la conciencia de las cosas, la espontaneidad y la intimidad - tienen que ver con una dimensión espiritual que la obra de Berne insinúa sin llegar a tratar (Kandathil y Kandathil, 1997). A su entender, a partir de la relación entre la autonomía y la intimidad surge una dimensión trascendental en las personas y sus relaciones: “El amor humano es la semilla a partir de la cual surge la espiritualidad, y es el fruto de la espiritualidad también” (ídem, p.29).

Otra terapeuta del ámbito del AT y de la PHI, Rebecca Trautmann, ha tratado el tema de la espiritualidad desde los estados del yo: “Dios puede ser entendido como una figura que da miedo, severa, juzgadora y remota, que no es ni más ni menos que la proyección de su Yo Padre. O Dios puede ser una figura cuidadora, compasiva o maternal.” Afirma que al menos algunas personas “se relacionan con Dios muy primariamente desde el Yo Niño, viendo a Dios como alguien que les concederá lo que necesiten, o se lo negará, o les castigará.” Asimismo “el concepto de karma se puede usar de esta misma manera reduccionista, viendo recompensas por ‘ser bueno’ y experiencias negativas como resultado de ‘ser malo’.” La autora contrasta este abordaje espiritual desde el Niño con un enfoque más Adulto de la espiritualidad que “que permita a las personas ser más responsables de su vida y de cómo viven, de una forma mucho más plena” (Trautmann, 2003, p.34). En contraste con la tesis de Trautmann se encuentra la afirmación de la ya mencionada Muriel James, quien llegó a afirmar que “el Ser espiritual […] no encaja con el paradigma de los tres círculos apilados (que representan las estructuras de personalidad)” (James, 1981, p.56). Citando a Thomas Kuhn y su libro La Estructura de las Revoluciones Científicas, James argumenta que hacen falta nuevos paradigmas que den mejor cabida a la espiritualidad. Esta es una llamada que se puede hacer extensiva a la PHI y al enfoque humanista en general y que ha ido encontrando respuesta en las décadas transcurridas desde que James escribió.
4. Dos ejes de la dimensión psicoespiritual
Hacia el final de su vida Abraham Maslow se interesaba por “the farther reaches of human nature” (algo así como “las zonas liminales de la naturaleza humana”) y sugería otro nivel en su conocida pirámide de necesidades, más allá de la auto-actualización, que concebía como la necesidad de auto-trascendencia y en la que veía un impulso hacia niveles "transpersonales" del ser (Maslow, 1971). Así, mientras Muriel James planteaba la dimensión espiritual de manera horizontal como un estado del yo que englobaba los conocidos estados del yo del AT, Maslow la concebía en términos verticales como un nivel de desarrollo más allá de la auto-actualización. Más recientemente, Ken Wilber, uno de los mayores exponentes de la integración de la espiritualidad con la psicología y la psicoterapia durante los últimos 30 años, ha desarrollado un enfoque que describe la espiritualidad en términos de (al menos) dos vertientes, que para simplificar llamaremos aquí la horizontal y la vertical (ver Wilber, 2006, p.90).

 

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