La expresión del miedo
Muchas culturas han desarrollado la creencia de que el miedo es una debilidad que se tiene que vencer o dominar. Esta actitud tiende a crear la represión del miedo - el miedo del miedo - un bloqueo que impide su integración. En realidad, el miedo es una emoción universal, necesaria y esencial basada en una respuesta biológica a la percepción del peligro real o imaginario.
INTRODUCCIÓN
La psicología humanística es un acercamiento polifacético a la experiencia y conducta humana que centra su atención en la singularidad del hombre y en su auto realización (Misiak y Sexton, 1973).
Muchas culturas han desarrollado la creencia de que el miedo es una debilidad que se tiene que vencer o dominar. Esta actitud tiende a crear la represión del miedo - el miedo del miedo - un bloqueo que impide su integración. En realidad, el miedo es una emoción universal, necesaria y esencial basada en una respuesta biológica a la percepción del peligro real o imaginario. Pero en la mente humana el miedo suele estar mal gestionado por no indagar en sus señales amenazantes. La Psicoterapia Humanista Integrativa (PHI) se propone trabajar con la expresión del miedo para destapar el miedo esencial e integrarlo en la vida de las personas. Este proceso de maduración del miedo contempla que muchos miedos son desviaciones de un miedo más fundamental que reside en la base de la personalidad. Sin embargo, el miedo puede prevalecer en todos los niveles de la psique humana hasta llevar a una persona a vivir en un estado de miedo constante. Para evitar reconocer esta sensación, muchas personas se anestesian del miedo.
Trabajar con mi propio miedo en terapia ha sido de lo más dificultoso, fructífero e importante para mi vida. Para mi sorpresa, me encontré con una escasez de métodos psicoterapéuticos para expresar mi miedo directamente. Pero ahora descubro que la PHI ofrece un modo coherente para abordarlo. En la PHI se pretende establecer un fuerte vínculo entre el terapeuta y el paciente para que este lo acompañe de una manera emotiva y respetuosa sin añadir consejos ni interpretaciones innecesarias. El permiso para la libre expresión se convierte en un aspecto fundamental del proceso de confianza e integración de la persona. En este ensayo, voy a explorar primero la expresión del miedo en la PHI en general y luego su aplicación a diferentes tipos de miedo, todos ellos aspectos importantes en mi proceso personal: la ansiedad, la duda, la timidez, el miedo traumático, el miedo existencial y el miedo espiritual.
La expresión emocional había adquirido mayor importancia en las psicoterapias a partir de las terapias Reichianas, el Psicodrama, la Gestalt, y los trabajos de grupo. En vez de ‘hablar de’ la emoción, el énfasis se pone en la expresión directa de la sensación sentida al nivel somático sin dañar ni a uno mismo, ninguna persona y ningún objeto. En la terapia corporal, se invita al paciente a cargarse de su emoción acumulada para poder expresarla, moviéndola hacía fuera y así descargarla. En mi experiencia, una vez adquirido el permiso y la capacidad de expresión emocional, es relativamente fácil aprender a expresar la rabia y la tristeza, lo cual produce una cierta relajación. Sin embargo, la expresión del miedo tiende a ser más compleja y difícil. La razón de dichas dificultades a la hora de expresar el miedo es, en parte, la prevalencia de una gran variedad de miedos, todos manifestándose de maneras distintas. Así, el miedo requiere una expresión acorde con la personalidad del paciente, las necesidades del momento y el tipo de miedo. Por otra parte, al ser una emoción especialmente desagradable, desconcertante y conectada con las heridas más profundas, se produce a menudo una gran resistencia a la hora de entrar en su expresión y ‘la ilusión de invulnerabilidad’ (Paéz et al., 2001). Este rechazo hace que el miedo pueda convertirse en un tabú. ¡Recuerdo con asombro un grupo de dieciséis hombres en el que doce negaron tener miedo alguno al principio de la terapia! Parecía que admitir el miedo era una señal de debilidad. Finalmente, todos fueron capaces de reconocerlo. Para contrarrestar estas resistencias, se ha de acompañar el miedo con mucha paciencia como si fuese un niño asustado, dándole permiso para admitir su vulnerabilidad y expresarse libremente.
Con tiempo y práctica se puede aprender a expresar los miedos desde el cuerpo con congruencia, alineando los gestos, con las palabras y los sonidos. También se busca coherencia entre cómo y qué se expresa, que el uno sea acorde con el otro. Si la expresión no es coherente o congruente, es posible que sea un sentimiento parásito, algo ‘artificial, repetitivo y estereotipado que sustituye un sentimiento auténtico’ (English, F., 1971). Sentimientos parásitos, como pueden ser los celos, la culpa, la duda, la vergüenza, la confusión o la obsesión, representan prohibiciones de sentimientos auténticos. Al no haber incorporado un modelo adecuado para gestionar el miedo en su infancia, el paciente adopta una serie de comportamientos falsos. Uno de los trabajos iniciales (y continuos durante el todo el proceso de la terapia) es la descontaminación de los sentimientos parásitos para rechazar todas sus prohibiciones.
Una vez llegado al sentimiento auténtico, el trabajo consiste en adentrarse activamente en el miedo y rodear la contracción con presencia y amor. Si el peligro es real sería un miedo lógico que requiere un apoyo ‘horizontal’, de igual a igual para atenuarse. Los miedos ante cosas potencialmente peligrosas o imaginarias suelen necesitar un trato ‘vertical’ en el que el amor parental puede calmar y proteger al paciente. Según la PHI, el miedo a la pérdida del amor parental, el miedo al rechazo o al abandono, reflejan el miedo existencial. Todo miedo es una respuesta biológica del sistema nervioso ante el peligro. Los animales se ponen en estado de alerta para protegerse mediante la huída o bien la lucha o bien la inmovilización. Parte del trabajo con el miedo es transformar esa tendencia biológica en un acto de consciencia: la huída puede partir de la evasión inconsciente o de una sabia retirada a tiempo; la lucha puede partir de una reacción frenética o de un contra-ataque necesario; la inmovilización para ‘hacerse pasar por muerto’ puede partir de la pasividad o de la quietud y la rendición. En general cuando el paciente elude, reacciona o entra en la pasividad es evidente que hay un miedo inconsciente a destapar y transformar en la terapia.
La ‘expresión emocional’ no es solo la ventilación consciente de la emoción si no que incluye también material ‘inconsciente’ que sale de una forma oculta o indirecta a través de procesos paralelos, palabras y gestos automáticos. En Gestalt, parte del labor de un psicoterapeuta consiste en iluminar la expresión inconsciente de los miedos usando métodos como el proceso de darse cuenta, la exageración de gestos o el diálogo con el síntoma. Tales métodos propugnan la fenomenología: una expresión sentida y anclada en vivenciar el aquí y el ahora (Bacardí. J., 2001). Por contraste, el Psicoanálisis ofrece menos vías de expresión, siendo típicamente más estático. El Psicoanálisis hace mayor hincapié en el análisis de los mecanismos de defensa, las fantasías, los lapsus, los sueños y el proceso transferencial/ contra-transferencial entre paciente y terapeuta. Así, con su análisis, el terapeuta puede ayudar a su paciente a canalizar mejor sus mecanismos inconscientes para satisfacer las pulsiones de sus deseos naturales.
El Análisis Transaccional (AT) aporta un acercamiento paulatino y protector a la expresión del miedo. En el AT se observa, entre otras cosas, los estados del Yo - el Yo Padre, el Yo Adulto y el Yo Niño - en sus diferentes manifestaciones dentro de la persona (el análisis estructural) y en relación con los demás (el análisis funcional). Se diferencia entre un Padre Crítico y un Padre Nutritivo y también entre el Niño Sumiso, el Niño Rebelde y el Niño Libre. Por ejemplo, el miedo al rechazo puede manifestarse como un reflejo de un Padre Crítico que siembra el miedo a fallar, a no ser suficiente o a no dar la talla. Como respuesta, el Niño Adaptivo reproduce un ambiente de opresión vivido anteriormente. Durante la terapia, la persona aprende a expresar estas voces oprimidas y opresivas con el fin de desarrollar un equilibrio entre un Padre Nutritivo, un Adulto destacado y un Niño Libre o espontáneo. El AT permite indagar en otros procesos ocultos como los juegos psicológicos, los impulsores, el guión, y los mandatos, mensajes aprendidos de niño que suelen ser maneras de sobrevivir y protegerse del impacto del miedo profundo. En AT se fomenta un profundo respeto a esas defensas construidas para no desmontarlas antes de tiempo y dejar a la persona ‘desnuda’, sin protección. El despertar de la conciencia, la espontaneidad y la intimidad “puede dar miedo y hasta puede ser peligroso para el no-preparado.” (Berne, E., 1966).
El terapeuta de PHI suele estar formado en varios de estos métodos que examinan las expresiones naturales e inconscientes del paciente. La PHI reconoce también que existen personas desestructuradas que necesitan otro trabajo de constancia y estructuración antes de expresar sus miedos directamente, como pueden ser los ‘borderlines’ u otras psicopatologías. Muchos de ellos viven al borde del agotamiento físico y emocional por la escisión del yo, la separación de sus mundos internos. Esta división está acompañada por un miedo extremo basado casi siempre en la experiencia traumática infantil. Por eso, aunque la expresión del miedo puede ser de gran alivio, también puede desestabilizar, especialmente en casos de psicopatologías. Hay otras personas a quienes les cuesta nombrar y reconocer sus emociones, una condición que se llama alixitimia. En estos casos, se puede trabajar desde la somatización que suele ocurrir. El miedo se manifiesta de muchas maneras pero se somatiza especialmente en la boca del estómago, la garganta, el pecho, las lumbares, en la falta de aire, el vértigo y la contracción muscular generalizada.
Se ha de trabajar al ritmo del paciente, no al ritmo impuesto por el terapeuta. También es importante asegurar que el paciente nunca va hacer algo que no quiera hacer, recordándole las reglas básicas de la terapia: la no-violencia, la no-sexualización, la confidencialidad y el respeto a los horarios de inicio y finalización de la sesión. El buen trato mutuo es esencial para fomentar la confianza y expresar emociones vulnerables como el miedo. En general, los miedos emergen en la terapia como ‘capas’ detrás de las cuales se destapan otras emociones. En la superficie está la ansiedad: la contracción ante un futuro temido y en el fondo está la emoción de base, el rey de los miedos, el miedo existencial. Entretanto emergen dudas, confusión, fobias, y los miedos a perder el control, ser invadido o ser rechazado: los miedos que suelen ser asociados con el trauma.
2. La Ansiedad
En primer lugar tratamos la ansiedad que es la presión vivida de cara a una amenaza real o imaginaria. Como todos los miedos, la ansiedad tiene una función auto-regulatoria para activar la huída o la lucha, o para inhibir la acción congelándose. El estrés se procesa en la amígdala, una parte central del cerebro en forma de almendra donde se almacenan las señales de amenazas inminentes para recordarlas en el futuro. Durante un evento traumático, el cerebro se satura con cortisol y adrenalina para poder responder inmediatamente. Por eso, los miedos intensos suspendan la actividad cognitiva momentáneamente para permitir actuar rápidamente, pero a su vez, provocan efectos secundarios como el temblor, la disociación y una percepción distorsionada. Más tarde si otro evento lo recuerda de nuevo, salta la ‘alarma’ del peligro en la amígdala y se suspende varias de las funciones cognitivas para poder defenderse adecuadamente. Muchas veces la ansiedad va acompañada de pensamientos catastróficos y una sensación corporal de presión en el pecho. Otros síntomas incluyen la sensación de impotencia, la respiración rápida y alterada, temblores y a veces cambios de temperatura del frío al calor. En un ataque de pánico estos síntomas son más extremos y pueden ir acompañadas de hiperventilación, taquicardias y hormigueo en las extremidades. Por ello, a veces resulta esencial emplear técnicas de respiración, expresión corporal y relajación para poder controlar mejor este estado.
En la PHI, se propicia una buena preparación y análisis desde el AT que incluye un Análisis Estructural y un Análisis Funcional. Es especialmente útil observar los impulsores que Taibi Kahler (1979) define como: “conductas sutiles que muestran el inicio de comunicación fallida y angustia respecto a uno mismo u otros: Se Perfecto, Se Fuerte, Esfuérzate (o Trata más), Date Prisa (o Apúrate), y Complace”. Cada impulsor es una conducta que refleja un contramandato o mensaje aprendido de pequeño para conformar y ser aceptado. Los impulsores están descritos con precisión para que el terapeuta PHI pueda llegar a observarlos en detalle percibiendo ciertos gestos, comportamientos y tonos de voz breves e inconscientes. Cada uno refleja un cierto tipo de ansiedad. Por ejemplo, una persona que manifiesta el impulsor ‘complace’ tiende a temer el rechazo. Si manifiesta el ‘esfuérzate’ podría temer estar sin dirección o si muestra el ‘se perfecto’ tiende a tener miedo del fracaso. Si actúa con el ‘se fuerte’ tiene miedo a ser vulnerable o emocionalmente débil y el ‘date prisa’ puede representar la impaciencia - un miedo a detenerse y simplemente ser. Al descubrir qué impulsores se utilizan, es más fácil localizar el miedo y precisar un contrato terapéutico para su transformación.
De adolescente, yo recuerdo el deseo de eludir mi ansiedad y lo hacía atareándome y cumpliendo para complacer a mi familia y a mis profesores. Mi impulsor principal era ‘complace’. Desahogaba mis tensiones volcándome en los estudios, el deporte o incluso, con una cierta rebeldía, en el ocio. Así yo sobrevivía, incómodo en mi cuerpo y ansioso, con la sensación de estar condenado a un futuro predecible y desalentador. Ahora entiendo que un buen psicoterapeuta podría haberme acompañado para reconocer mis sensaciones corporales incómodas, y aprender de ellas. Además es posible desvelar el engaño del propio ‘guión’. El guión es un plan implícito de vida, forjado para satisfacer las necesidades durante la infancia. La ansiedad se exacerba cuando entra en juego un ‘contraguión’ basado en mensajes contradictorios al guión original que refuerzan la idea de un futuro temido o catastrófico. Con el reconocimiento de estos mensajes ambivalentes, se logra admitir las necesidades arcaicas legítimas insatisfechas de la infancia (las NALI’s). Aprendiendo a expresar la necesidad y compartirla en la terapia es un paso importante para aliviar la ansiedad. Así, en vez de exagerar el peligro, se trata la ansiedad como una señal normal y necesaria para protegerse de una posible amenaza saliendo del guión y reduciendo el estrés. Esto nos permitirá de escoger un guión de éxito: un plan de vida realista basado en criterios propios. En otros términos, la expresión de la ansiedad permite captar su mensaje y responder de una forma apropiada en vez de exagerada y automática. Se aprende a ‘bajar el volumen’ de la ansiedad y valorar la posibilidad de un cambio interior.
Existen además algunos trabajos con la ansiedad que utilizan el peso y la presión que puedan animar a la persona a experimentar cómo se presiona en su propia vida. Se aplica un peso en el pecho o en el estómago y poco a poco se le incita a quitárselo de encima. ¡Este método tan sencillo nos ayuda a ver que la ansiedad puede convertirse en algo habitual! Al quitar la presión, se produce una sensación de ligereza y autonomía propia.
3. La Duda
Un ‘guión de perdedor’ acentúa la falta de confianza en los recursos propios ante situaciones complicadas. Se vive apresurado para cumplir con unas metas banales de comodidad o éxito, y se acaba atareado, insatisfecho y lleno de temor. En este vacío de inseguridad aparece la duda, un estado de cuestionamiento e incertidumbre mental basado en la ambigüedad. La duda es muchas veces un juego psicológico de ambivalencia e indecisión, una manera de evitar la responsabilidad y trasladarla a los demás. Aquí el terapeuta tiene que ayudar a separar este tipo sentimiento parásito de un sentimiento real. Se hace estimulando el sentimiento auténtico y reforzándolo con ‘caricias’ de aprobación. Si la persona está estancada en algún tipo de pasividad, se puede emplear un trabajo simbólico con ‘la Inmovilización’. Después de estar atado e inmóvil durante un tiempo, el paciente se conecta con su deseo de salir de ahí y desbloquear la duda y la pasividad. Al final, suele obtener la confianza en si mismo para decidir qué expresar y qué hacer (English, F., 1971). Otro método apropiado para trabajar con la duda es el proceso de 'La Redecisión' (Goulding, R., y Golding, M., 1966) en el que el paciente hace una regresión hacía las experiencias que han confundido su capacidad de tomar decisiones. A menudo, la pérdida de confianza ha creado un bloqueo a la hora de tomar decisiones, lo que los Gouldings llamaban 'un impasse', provocando una tendencia hacía la duda. La Redecisión ayuda fomentar la confianza en los recursos propios con el reprocesamiento de la experiencia en el aquí y ahora permitiendo la libre expresión de las emociones para deshacer las creencias limitadores de los mandatos del guión.
En el proceso de terapia, el terapeuta traslada la confianza en si mismo hacía el otro. Él ya confía en si mismo y también en las cualidades de su paciente, quien a su vez va adquirir confianza primero en su terapeuta, si este lo merece al nivel ético y humano, y en el transcurso de la terapia, en si mismo (Zurita, J., y Chías, M., 2009). Al igual que la autoconfianza se desarrolla en el transcurso de toda la infancia, en la terapia la autoconfianza se alcanza en un proceso lento y constante. Cuando surge la confianza propia, la duda parasítica se disuelve y se transforma en la habilidad de cuestionar la verdad aparente y mantenerse presente en medio de la inseguridad del no-saber. La duda sana, entonces, forma parte de un proceso creativo de aprendizaje. Con la expresión de la duda se busca encauzarla para saber estar ante lo desconocido con coraje, firmeza y, a veces, sin respuestas racionales.