Hace muchos años leí un libro –cuyo título no recuerdo- en el que se relataba una conversación imaginaria entre Jesús y Judas. Judas manifestaba, con dolor, lo mal que se sentía al tener que “venderle”, traicionándole, y Jesús, en cambio, le agradecía el sacrificio que iba a hacer para que pudiera suceder todo tal como estaba previsto, ya que sería recordado siempre como el traidor, y con otras definiciones peores.
Según una de las teorías de las reencarnaciones, en cada una de ellas nos proponemos aprender o evolucionar en uno o varios asuntos, y así resulta que necesitamos vivir ciertas situaciones que son necesarias para ello. Casi siempre necesitamos voluntarios –como Judas hizo con Jesús- para que nos provoquen y nos hagan vivir la experiencia.
Saliéndonos del esoterismo, y siendo muy prácticos, de sobra sabemos que son necesarias pruebas y ensayos para aprender. Sabemos que de cada experiencia acabamos sacando un aprendizaje. Intuimos a veces, aunque eso no nos haga gracia, que de las situaciones incomprendidas y dolorosas salimos reforzados –aunque si son dolorosas es, precisamente, porque no las comprendemos o no las queremos comprender-.
Sabemos que uno se levanta de todas las caídas.
Sabemos que, tras el aprendizaje de toda una vida, hoy nos sentimos, personalmente, mejor que hace unos años.
Sabemos también que las cosas que nos parecen dolorosas, con el tiempo acaban perdiendo las aristas, acabamos pensando que no eran tan graves como entonces nos parecieron, y, sobre todo, en muchas, muchas ocasiones, reconocemos que aquello que nos sucedió y nos pareció tan malo, era inevitable y algo interesante aprendimos de ello.
Ahora, piensa en alguien que, aparentemente, te ha perjudicado.
¿Eres capaz de pensar que esa persona, aún sin ella saberlo, hizo lo que hizo por tu bien?
¿Se habrá ofrecido en algún momento para ayudarte a que te des cuenta de algo?
¿Será voluntariamente un espejo en el que has visto tu reflejo?
Aunque aparente que ha actuado intencionadamente mal contra ti, ¿no será que te ama tanto –como alma- que se ha ofrecido para hacer eso por ti?
Si creemos que todos somos seres espirituales que estamos viviendo una experiencia humana, ¿cómo va a haber mala intención en el otro espíritu?
Ya sé que cuesta trabajo ofrecer gratitud a quien nos hace daño, pero conviene ponerse en el lugar del otro y pensar qué hubiera hecho uno en esa misma situación, si estuviera en las mismas circunstancias que el otro, teniendo su mentalidad, sus principios y condicionamientos. Sin duda, hubiéramos hecho lo mismo.
Si seguimos sintiendo como un mal la ofensa o el daño, y ya que está inevitablemente hecho, seamos positivos, extraigamos lo que tenga de útil aquello que pasó –que, sin duda, lo tiene- y dejémoslo correr hacia el pasado sin pretender regodearnos en ello dándole mil vueltas.
Comprender, primero, y aceptar, después, es lo que más te puede ayudar.
Intenta ver de otro modo las situaciones que han sido dolorosas.
Comprende y perdona.
Y quizás te des cuenta de que también tienes que perdonarte a ti por haber actuado, hacia el que te perjudicó, de un modo equivocado.