No veo la necesidad de comenzar definiendo qué es la felicidad, por dos motivos: porque todos la hemos experimentado en alguna ocasión, y porque es distinta para cada persona.
Para unos es encontrar la paz interior; para otros, disfrutar los pequeños momentos, o reunirse con toda la familia, o hacer ejercicio físico.
Por eso es conveniente, antes de seguir, una parada sin límite de tiempo, tener un papel y algo que permita escribir, y hacerse esta pregunta:
¿Qué me hace feliz?
No hagas trampas y no sigas adelante hasta que respondas.
Si ya has terminado... ¿Tienes muchas cosas escritas?
Pues ya que estás, te voy a plantear otra pregunta:
¿Qué te hacía feliz antes?
Tienes que responder antes de seguir adelante.
Seguramente has añadido muchas cosas más.
El sentido de la segunda pregunta es que, en muchas ocasiones, no encontramos cosas que nos hacen felices, o creemos que no las encontramos, y, en cambio, tenemos en desuso muchas cosas que antes nos hacían felices y hemos ido abandonando.
Si las hemos dejado porque realmente ya no son una fuente de felicidad está bien, pero…
¿No será porque has puesto un límite, porque hay un momento en el que te rindes, sólo encuentras el lado pesimista de la vida, y renuncias a seguir siendo feliz?
¿Has encontrado cosas que te gustaría hacer pero piensas que “ya eres muy mayor para eso”?
Y si es así… ¿Realmente te crees lo que has dicho en la respuesta?
¿Dónde está “tu” felicidad? (No confundas con “¿Dónde está la felicidad?, que es otra pregunta muy distinta)
¿Qué estás dispuesto a hacer por tu felicidad?
La felicidad parte de una actitud ante la vida.
No siempre es necesario que sucedan cosas para que se produzca la felicidad, sino que nuestra receptividad ante lo que suceda, sea lo que sea y como sea, es la que nos hace recibir con los brazos abiertos y una sonrisa de aceptación –felicidad- o con el gesto amargo de la resignación –infelicidad-.
Y estamos hablando del mismo hecho.
¿Y cuando lo que sucede es desagradable o malo?
Pues, sea lo que sea, ya ha sucedido. Ya es inevitable en esta ocasión. Si es doloroso, nada mejor que aceptarlo, sin oposición, sin rechazo, aunque parezca que es imposible para un humano y no hay persona que se pueda quedar impasible.
Es conveniente cuidar mucho, del todo, la integridad de cada uno, del Ser, por eso es necesario colaborar en que las cosas que denominamos como malas no nos agredan, no nos afecten dolorosamente, no nos destrocen, no ensombrezcan gravemente la luz y paz que hayamos conseguido llevar a nuestra vida.
No hablo de deshumanizarnos, sino de aceptar.
Y cuando escribo aceptar, me refiero también a aceptar la felicidad, porque muchas personas se sienten indignas de ser felices: les parece que eso es casi un pecado, y prefieren mantenerse en lo lúgubre de la vida –“cuando se piensa en la vida, es como para llorar sin parar”, “tras la risa siempre llega la pena”, “quien bien te quiere, te hará sufrir”-.
Pensar de forma positiva respecto a los acontecimientos que han sido negativos, aunque sólo sea aparentemente, nos mantiene mentalmente sanos.
La felicidad, por tanto, se convierte en una elección personal, y hay que trabajar con ello cotidianamente, para no perderlo de vista y no dejarse caer en la rutina de la apatía y el conformismo con lo que venga.
Se puede aprender a ser feliz. Incluso, a ser muy feliz. A ser muy feliz como objetivo primordial.
Y esto no es un acto de egoísmo, sino de cumplimiento del mandato divino.
Además, la felicidad es contagiosa: si uno es feliz lo transmite, y con ello lleva optimismo a los demás y confianza en que lo pueden lograr.
En este caso, más que en otros a los que se aplica la frase, la felicidad no es sólo una meta sino todo el Camino.
Conviene deshacerse de las desdichas del pasado y de los temores al futuro, e instalarse conscientemente en el presente, atentos y abiertos a que sea óptimo en bienestar, y a permitir que cualquier cosa nos pueda aportar, en la medida de sus posibilidades, más felicidad.
Y conviene, también, tomar las riendas de la propia vida, no dejarla al azar de que los acontecimientos externos sean quienes marquen las pautas.
Tener valores, y respetarlos, también es otra fuente que mana felicidad, así como hacer cosas por los demás, y mimarnos, y realizar tareas gratificantes…
Y tener metas u objetivos, porque el cumplimiento de ellos nos aportaría más felicidad.
Contactar con el niño interior es otra de las cosas que pueden aportarnos felicidad. Los niños tienen como único objetivo procurarse cosas que les hagan felices, y son felices casi con cualquier cosa. Ríen espontáneamente y con toda intensidad. En la mayoría de los momentos los niños están felices, y casi todos recordamos la infancia como momentos muy placenteros.
¿Has pensado más de una vez que te gustaría volver a ser niño? Pues realízalo…
Deshazte de las auto-obligaciones que sean prescindibles, aprende a decir no a las propuestas que sabes que no te apetecen, y rechaza las cosas que no te agradan, para evitar que afecten a tu felicidad.
Aprende a estar más atento a lo que sucede en la vida que a lo que sucede en tu mente.
No tengas pudor en rechazar todo aquello que afecte a tu integridad, tu paz y tus principios.
Haz de tu felicidad, y si puedes de la felicidad del prójimo, un lema de vida. Que ocupe un lugar principal y destacado en tu Plan de Vida.
Fíjate en lo pequeño: los pequeños detalles, las pequeñas alegrías, las pequeñas sonrisas, los pequeños instantes de sentirte muy bien…
Guarda en la memoria, a buen recaudo, los momentos de placer, y tráelos a la memoria una y otra vez, pero sin apegos ni nostalgia pesimista.
Aprecia tus cualidades. Sé consciente de lo que tienes y de lo que haces. Disfrútalo.
Perdona y perdónate todos los desacuerdos y rencores que tengas pendientes contigo. Te desharás de ese modo de una pena de la que no eres muy consciente, pero que te afecta.
Ocúpate de las cosas cuando sea necesario, y no te pre-ocupes excesiva e innecesariamente por cosas que no han sucedido y que, probablemente, no lleguen a suceder.
No busques la felicidad donde no se halla. No estamos hablando de satisfacciones breves, sino de Felicidad, con mayúsculas. Haz que sea continua e indestructible.
Muchas veces los obstáculos a la felicidad son formas de pensar equivocadas e innecesarias, como, por ejemplo, compararse con los demás, no aceptarse uno mismo como es, ni a los demás como son, ser un poco pesimista, ser un continuo insatisfecho, ser demasiado exigente con uno y con la vida…
Haz lugar para el ocio, para el descanso y el ejercicio, para las cosas sanas y la salud, para las actividades gratificantes.
Lee revistas y ve películas de humor.
Deshazte de las cosas y situaciones que te crean frustración.
Elimina el pesimismo de tu cartera de valores.
No permitas al enfado que se instale en ti a perpetuidad.
No te conviertas en un profesional del drama.
Acéptate como eres en este momento y date permiso para tener errores y equivocarte sin culpabilizarte después.
Descubre tus miedos escondidos y desbarátalos.
Dedica todo el tiempo que puedas a esto, hasta que consigas que la felicidad se instale en ti, y todo tú seas un centro que irradia felicidad.
La felicidad compensa cualquier esfuerzo o dedicación que tengas que hacer para relacionarte bien con ella y para conseguir que se quede a vivir contigo de un modo continuo.