¿A veces piensas que hay demasiadas casualidades en la vida?
¿Alguna vez te ha parecido que vives experiencias casi mágicas?
Si no crees en que todas las cosas, incluso las desagradables, tienen una razón de suceder, y si no crees en que tu Dios te ha preparado sorpresas y momentos especiales, te costará creer en la parte mágica de la vida.
¿No te ha sorprendido encontrarte inesperadamente con una persona en la que estabas pensando en ese momento?, ¿O que alguien diga algo que tú acababas de pensar?, ¿Se te ha cumplido algún sueño o deseo que parecía imposible?, ¿O al abrir un libro al azar ha aparecido la respuesta a lo que te estabas preguntando?
Hay señales de magia en muchos momentos, pero necesitas una apertura descondicionada para darte cuenta de ellos. Se dan más en los momentos en que es el corazón el que está al mando.
Hay un mundo que está más allá de lo que vemos, y un lenguaje que no necesita de las palabras, y unos momentos en que se abre una posibilidad de poder cambiar el destino.
Hay momentos que no están hechos para que se dé cuenta de ellos el humano, sino el alma.
La magia se manifiesta, a veces, de modos tan simples y poco llamativos como una sonrisa que nos florece sin motivo aparente, un suspiro, un escalofrío… y no son más que señales de aprobación y confirmación de que algo en nuestro interior –aunque no seamos conscientes de ello- se ha resuelto.
Otras veces sentimos un bienestar inexplicable, una paz inhabitual, una sensación de armonía y confianza, o de asombro, y todas las veces aparecen sin motivo razonable ni son causa de algo que nos esté sucediendo. En mi opinión, estos instantes a los que pretendo referirme, y no otros, son momentos de auténtica magia.
Todos conocemos personas que parecen vivir en “ese mundo mágico” en el que las experiencias transpersonales y las cosas que causan asombro aparecen cotidianamente.
Son personas especiales. Las imaginamos felices a menudo, con una confianza en la vida y en el futuro que les planta una sonrisa en la boca y una paz en el corazón. Confían en esa magia de la vida. Son conscientes de que la vida no hay que tomársela excesivamente en serio. A veces, hasta les envidiamos, pero… no nos atrevemos a dejarlo todo y ser como ellos.
Suelen ser personas que han ido aprendiendo a lo largo de la vida que todo tiene un sentido, y que hasta las cosas menos agradables son necesarias; han salido fortalecidas de todos los trances que han tenido que atravesar, y han sabido comprender el sentido de las pruebas pasadas. Están tranquilas porque saben que tras la tempestad viene la calma, y luego saben apreciar esa calma con una sonrisa comprensiva.
Se han hecho la gran pregunta: ¿por qué me ha sucedido ésto a mí?, y han sabido esperar la respuesta, y han sabido escucharla.
Esta pregunta, como todas las preguntas, hay que hacerla del modo adecuado. Si se hace la pregunta con la mente, y se espera una respuesta, lo más seguro es que sea la propia mente quien responda.
Aunque se haga en una meditación, creo que es un error hacerlo así. La pregunta se ha de dirigir al Cosmos, a la divinidad, al aire, al que somos nosotros por encima de la mente, a la sabiduría que nos habita, al corazón, a la intuición… posiblemente ellos sepan de la respuesta más que nosotros.
Ya conoces la frase: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”.
Te será más fácil si estás fuera de los esquemas mentales, y si tienes la creencia de que tú y tu vida formáis parte de la eternidad. Si crees en ello, si sientes que has venido al mundo a cumplir una misión, y que formas parte de un plan Divino, eso te permitirá vivir más receptivo a sentir la parte mágica que se mezcla con lo cotidiano.
Esos momentos se les presentan más a menudo a quienes son capaces de vivir con la guardia bajada, a quienes confían, a quienes no ambicionan, a quienes son conscientes de lo efímero de las cosas y de su valor real.
Sería conveniente deshacerse de esas creencias que nos dicen que sólo se ha de admitir lo que se puede ver, tocar o razonar.
Hay un mundo que no está enmarcado en lo que es tangible, y es bueno confiarse y transitar por él.
Confía por lo menos un poco, y déjate llevar.
Hazte amigo de la intuición y déjala manifestarse cada vez que quiera. Es más, aliéntala para que lo haga más a menudo.
Ten fe.
Relájate.
Date permiso para creer como cree un niño.
Sólo si eres como un niño entrarás en el Reino de los Cielos.
