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 CULTIVAR LA SENSIBILIDAD - Krishnamurti



Julio 27, 2013, 05:47:31 am
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CULTIVAR LA SENSIBILIDAD - Krishnamurti
« en: Julio 27, 2013, 05:47:31 am »
CULTIVAR LA SENSIBILIDAD



Para el desarrollo total del ser humano se vuelve indispensable la soledad como un medio de cultivar la sensibilidad.

Uno tiene que saber lo que es estar solo, lo que es meditar, lo que es morir; y las aplicaciones de la soledad, de la meditación, de la muerte, sólo pueden ser conocidas si uno las anhela.

Estas aplicaciones no pueden ser enseñadas, tienen que ser aprendidas.

Uno puede indicar, pero aprender a base de lo indicado no es experimentar la soledad o la meditación. Para experimentarlas, uno debe hallarse en un estado de investigación; sólo una mente que investiga es capaz de aprender. Pero cuando la investigación es suprimida por el conocimiento previo o por la autoridad y la experiencia de otro, el aprender se vuelve mera imitación, y la imitación hace que un ser humano repita lo aprendido sin experimentarlo.

La enseñanza no consiste tan sólo en impartir información, sino que es el cultivo de una mente inquisitiva.

Una mente así penetrará en el problema de lo que es la religión y no aceptará meramente las religiones establecidas, con sus templos y rituales.

La búsqueda de Dios, de la verdad o como guste uno llamarlo -y no la mera aceptación de la creencia y el dogma- es la verdadera religión.

Tal como el estudiante lava sus dientes todos los días, se baña todos los días, así también tiene que existir la acción de sentarse quietamente con otros o a solas. Esta soledad creativa no puede ser producida por la enseñanza o impulsada por la autoridad externa de la tradición o inducida por la influencia de aquéllos que desean sentarse quietamente, pero son incapaces de permanecer solos. Esta soledad ayuda a la mente a que se vea con claridad a sí misma como en un espejo y a que se libere del inútil esfuerzo de la ambición con todas sus complejidades, temores y frustraciones que son el resultado de la actividad egocéntrico.

La soledad confiere estabilidad a la mente, la da una constancia que no puede ser medida en términos de tiempo. Esa claridad de la mente es el carácter. La falta de carácter es el estado de contradicción interna.

Ser sensible es amar. La palabra "amor" no es el amor. Y el amor no puede dividirse como el amor a Dios y el amor al hombre, ni puede medirse como el amor a uno solo y el amor a muchos. El amor se brinda a sí mismo tal como una flor da su perfume; pero nosotros estamos siempre midiendo el amor en nuestras relaciones y, debido a eso, lo destruimos.

El amor no es un producto del reformador o del trabajador social, no es un instrumento político con el que se pueda crear acción. Cuando el político y el reformador hablan de amor, están usando la palabra sin tocar la realidad que implica, porque el amor no puede ser empleado como un medio para un fin, ya sea éste inmediato o se encuentre en el lejano futuro. El amor pertenece a toda la Tierra y no a un campo o bosque en particular.

El amor de la realidad no puede ser abarcado por ninguna religión; y cuando las religiones organizadas lo usan, deja de existir. Las sociedades, las religiones organizadas y los gobiernos totalitarios, perseverando en sus múltiples actividades, destruyen inconscientemente ese amor que, cuando actúa, se convierte en pasión.


En el desarrollo total del ser humano mediante la correcta educación, la calidad del amor debe ser nutrida y sostenida desde el comienzo mismo. El amor no es sentimentalismo ni es devoción. Es tan poderoso como la muerte. El amor no puede ser comprado mediante el conocimiento; y una mente que, sin amor, persigue el conocimiento, es una mente que trafica con la crueldad y aspira meramente a la eficiencia.

De modo que el educador debe interesarse desde el principio mismo en esta calidad del amor, la cual es humildad, delicadeza, consideración, paciencia y cortesía. La modestia y la cortesía son innatas en el hombre que ha tenido una educación apropiada; él es atento con todo, incluyendo los animales y las plantas, y esto se refleja en su conducta y en su manera de hablar.

El énfasis en esta calidad del amor libera a la mente del ensimismamiento en su ambición, en su codicia y en su afán adquisitivo. ¿Acaso el amor no tiene, en relación con la mente, un refinamiento que se expresa como respeto y buen gusto? ¿Acaso no produce la purificación de la mente, la que de otro modo tiene una tendencia a fortalecerse en la arrogancia? El refinamiento en la conducta no es un ajuste auto impuesto o el resultado de una exigencia externa; surge espontáneamente, con la calidad del amor. Cuando hay una comprensión del amor, entonces el sexo y todas las complicaciones y sutilezas de la relación humana pueden abordarse con sensatez y no con excitación y aprensión.

El educador para quien es de primordial importancia el desarrollo total del ser humano, tiene que comprender las ¡aplicaciones del impulso sexual que juega un! papel tan importante en nuestra vida y, desde el principio mismo, ha de afrontar la natural curiosidad de los niños, sin que en ello se manifieste un interés morboso. El impartir meramente información biológica a los adolescentes puede conducir a la experimentación de lujuria, si no se percibe la calidad del amor. El amor libera del mal a la mente. Sin amor y sin comprensión por parte del educador, el mero separar a los muchachos de las chicas, ya sea con alambre de púas o con edictos, no hace sino fortalecer su natural curiosidad y estimular esa pasión que forzosamente tiene que degenerar en mera satisfacción. Por lo tanto, es esencial que los muchachos y las chicas sean educados juntos, de manera apropiada.

Esta calidad del amor también tiene que expresarse cuando uno realiza trabajos manuales, tales como la jardinería, la carpintería, la pintura, la artesanía; y a través de los sentidos, cuando uno mira los árboles, las montañas, la riqueza de la Tierra, la pobreza que los hombres han creado entre ellos mismos; y también al escuchar música, el canto de los pájaros, el murmullo de las aguas que corren.

Extracto de EL ARTE DE VIVIR
J. Krishnamurti


 

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