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 EL CASTIGO ES UNA ACTITUD Y UNA CREENCIA LIMITANTE



Agosto 27, 2013, 06:30:47 am
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Desconectado Irene Zambrano

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EL CASTIGO ES UNA ACTITUD Y UNA CREENCIA LIMITANTE
« en: Agosto 27, 2013, 06:30:47 am »
EL CASTIGO ES UNA ACTITUD Y UNA CREENCIA LIMITANTE

 
El castigo es una actitud y una creencia limitante aprendida no sólo de padres, maestros y guías religiosos, también de hermanos, hijos, familiares, parejas y amigos: todo error en esta vida se paga, en cualquier momento la deuda será cobrada.

Las leyes del mundo dictan que toda falta, por leve que sea, merece un castigo. Hasta la ofensa involuntaria debe ser limpiada con el dolor de quien la causó.

El castigo comienza con una serie de reacciones generadoras de culpa y remordimiento. La ofensa ofrece la excusa perfecta para atacar y tomar un control momentáneo o permanente sobre el ofensor. El drama forma parte fundamental de este círculo de ofensa, culpa y castigo.

De este concepto es que surgen la violencia, la guerra, la venganza, el rencor y el círculo vicioso de ofensa – castigo. Siempre habrá alguien que se sienta ofendido y busque calmar su dolor castigando al agresor.

Ahora bien, ¿Puede el dolor del ofensor aliviar al ofendido?

Castigar es herir en defensa propia, causar dolor a quien se considera culpable por una ofensa. Suena absurdo pero cuando el ofendido logra que el ofensor sufra por lo que hizo y se sienta culpable, su dolor se calma. Si no lo logra busca la manera de herirlo, activa todo su armamento, lo acosa, esculca en sus heridas, lo que sea con tal de que sufra y pague su dolor.

La creencia es que no reaccionar es aceptar la ofensa, vulnerar la imagen propia ante los demás. ¿Cómo no defenderse? ¿Cómo no pelear por tener la razón? ¿Cómo dejar en manos ajenas el auto concepto? Claudicar, renunciar, ceder, transigir, conciliar, perdonar, ignorar el error; todos estos son términos desconocidos en una sociedad conflictiva.

¿Cómo no va a ser así? Si el fundamento y el fin último de las leyes y la moral es el castigo. La vida no se rige por normas que surgen de una conciencia de responsabilidad con uno mismo y con los demás, sino por las consecuencias en términos de castigo o recompensa.

Una parte de la mente está convencida de que todo error debe ser castigado. Aunque ese error quede oculto en la oscuridad de la conciencia, merece un castigo. La culpa surge de pensar que aún no se ha recibido lo merecido, que aún hay una deuda por pagar que, tarde o temprano, será cobrada.

Tal es el mecanismo de la culpa: nadie se libra del castigo merecido, la vida se llena de temor, se convierte en un recuento continuo de errores y todo lo malo que sucede es el justo castigo por ellos.

Esto es lo que ha hecho del sufrimiento una virtud. El que sufre purga sus “pecados” y disminuye su castigo. La culpa menoscaba la capacidad de aceptar bendiciones, pues anula la sensación de merecimiento.

Una creencia que bien vale la pena cuestionar. ¿De dónde surge esta necesidad de castigar a los demás? De la incapacidad que tiene el ofendido para aceptar su responsabilidad. Ser ofendido no depende del ofensor sino de quien se ofende. Solo él puede permitir que se le haga daño. Percibir una ofensa es una decisión del perceptor.

Errar es una característica del ser humano. Los errores se cometen casi siempre de forma involuntaria. Pocas personas ofenden o hieren a otra de manera intencional y alevosa. Algunas veces lo hacen llevadas por el miedo, la impotencia, la ira u otra emoción que han permitido que se apodere de ellas. Otras veces no existe la menor intención de ofender o agredir, lo que sucede es que se tocan fibras sensibles en el otro que lo llevan a sentirse ofendido.

Ante una aparente ofensa o ataque lo mejor sería, antes de reaccionar, analizar las circunstancias, el entorno y el estado de ánimo del momento. Hacer ciertas preguntas puede ayudar a racionalizar lo sucedido:

¿Qué dijo?

¿Cómo lo dijo?

¿Por qué me siento ofendido?
 
¿Lo que dijo tiene un trasfondo de verdad y me duele porque confirma algo por lo cual me siento mal?

¿Qué dije yo que pueda haber causado su reacción?

¿Ofendí yo primero?

¿Estábamos tocando un tema sensible para ambos?

¿Está pasando por un momento de angustia, crisis, enfermedad o depresión?

¿Estoy pasando por un momento de angustia, crisis, enfermedad o depresión?

¿Escuché lo que necesitaba expresar o lo juzgué y le resté importancia a su necesidad de expresarse?

¿Le permití hablar con libertad o me puse a la defensiva sin escuchar con atención su opinión, reclamo, queja o petición?

¿Vale la pena amargarme por esto?

¿Es más importante esto que nuestra relación?

Sentirse ofendido es una elección, vivir en paz también lo es.

Castigar es una opción, la otra es no tomar la ofensa como algo personal, perdonar aunque haya dolido y seguir en paz sin necesidad de calmar el dolor con el dolor del otro.

Que la luz de tu visión más alta te guie hoy y siempre.


Diana Rodríguez Angulo
http://dianarodriguezangulo.blogspot.com/


 

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