- Acerca de las verdades¡Qué bonitas son las rosas!!!. Decicido a poner un pequeño rosal en el balcón de tu casa, para cuidarle y disfrutar de su fragancia y presencia, te acercas a un vivero cercano, a pesar de que está lloviendo, superando los inconvenientes movido por la ilusión.
Y allí está: un pequeño rosal cargado de grandes y perfectas rosas rojas, de color muy intenso. Así que sin pensártelo, y como si fuera un flechazo, lo adquieres y partes raudo para casa, a colocarlo en el lugar que ya le tienes asignado.
Una vez colocado y admirado, no sin reflexionar sobre la existencia de sus raíces aunque no se ven, y lo mucho que tienen que ver en su frescura (
), decides aprovecharlo para enseñarle algo a tus hijos que ya has aprendido hace tiempo, y que consideras que ya ha llegado el momento de transmitirles, por estar en edad de asimilarlo.
Así, cubres el rosal de modo que no se ve qué es, y cuando llegan tus hijos del colegio les hace saber la existencia de un nuevo inquilino, con vida propia, aunque de otra forma diferente a la nuestra: un pequeño arbolito.
Pero les propones un sencillo juego: les vendas los ojos y que sean ellos los que adivinen qué tipo de planta es, a lo que, entusiasmados y seguros de sí mismos, aceptan.
A uno de ellos le llevas la mano suavemente a una de las rosas grandes y pletóricas, sugiriéndole que, mediante el tacto, consiga definir de qué se trata.
Al otro, en cambio, le llevas la mano a uno de los tallos, lleno de afiladas y numerosas espinas, advirtiéndole que no ha de presionar mucho para conseguir su objetivo (en realidad pretendes que no sangre).
Y bien, una vez tomado su tiempo, los sacas del lugar, y quitadas las vendas de los ojos, les preguntas qué tipo de arbusto creen que es.
Uno dirá que parece tener hojas suaves, muy grandes y aterciopeladas y que tiene que ser tan dulce como un oso de peluche. El otro, dirá que ha sido un error comprar algo así, ya que un cactus en casa, lleno de espinas no tiene mucho atractivo.
No logran ponerse de acuerdo, ya que cada uno está seguro de la planta que ha "conocido" y en absoluto tiene las características que el otro considera.
Percibes que si los dejas pueden pasar al insulto personal, con tal de desacreditar la fuente que genera incongruencia, y tampoco es lo que pretendías, aunque lo anotas para una próxima lección. Así que, cariñosamente, los llevas de la mano al balcón, destapas el rosal y se lo muestras.
Quedan como bloqueados, y con la mirada baja, se miran el uno al otro, como solicitando el perdón por su injustificada intrasigencia con su propio hermano.
No hace falta que les digas nada. Pero han aprendido que la verdad puede estar compuesta de muchas verdades. Y que cuando creen que la descubren, han de ser sinceros y admitir que han descubierto sólamente una verdad. No la verdad.
¿Te suena?.