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 LOS NOVENTA ERRORES MÁS COMUNES EN EL MATRIMONIO QUE DESTROZAN LA FAMILIA



Diciembre 05, 2013, 06:29:27 am
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LOS NOVENTA ERRORES MÁS COMUNES EN EL MATRIMONIO QUE DESTROZAN LA FAMILIA


Los 90 errores más comunes en el matrimonio que destrozan la familia, puestos por orden alfabético. Cada matrimonio y cada cónyuge por separado, según sean sus características y situaciones, tendrá un concepto diferente de cuáles son los más importares para ellos. Es tarea de cada uno el ponerlos en el orden que quieran, para intentar evitarlos o en su caso corregirlos. Es fácil caer en estos errores si no se ponen los medios para impedirlo. Lo importante es levantarse siempre y buscar la manera de evitar o afrontar los errores y sus correspondientes soluciones.

Contraer matrimonio en la adolescencia o sus cercanías, sin la madurez suficiente. Los cónyuges tienen que hacer un esfuerzo extraordinario de formación para solucionar los problemas que su inmadurez les produce.

Cuando a la vista de los primeros síntomas del nacimiento de un problema grave, o aparentemente irresoluble, no buscan un intermediario para que les ayude a encontrar soluciones. Bien sea un sacerdote, pastor, rabino o imán, según la religión que profesen, o amigos y familiares en común, que sean serios, bien formados y respetables y que puedan servir de orientadores.

Cuando coexiste la Incongruencia entre el decir y el actuar relacionado con las continuas promesas expresamente incumplidas de cosas importantes para los cónyuges.

Cuando desaparece el amor por el tú, y sólo queda el amor por el yo.

Cuando desaparece el encanto físico de los comienzos y empiezan a romperse u olvidarse los compromisos y proyectos que hicieron, incluso el futuro familiar que construyeron juntos.

Cuando el comportamiento del cónyuge es muy diferente en el hogar o ante familiares y amigos, estando presente o ausente el otro cónyuge,

Cuando falta el amor humano y el religioso y predomina el egoísmo.

Cuando falta el deseo de negociar y llegar a acuerdos constantemente y se sustituye por la imposición a ultranza.

Cuando falta el pedir perdón en las ofensas, la alegría en las penas, y la fuerza en la debilidad. Son situaciones que ambos cónyuges deben prevenirlas y descubrirlas para tratar de ponerles remedio y así evitar que empiecen los riesgos de un divorcio

Cuando falta el respeto interior y exterior, la comprensión, el compromiso y el entendimiento entre los cónyuges, estando solos o acompañados.

Cuando falta la generosidad y la solidaridad con los problemas o situaciones del cónyuge.

Cuando falta la madurez y el equilibrio y no ponen ambos los remedios para mejorarlo.

Cuando falta la sagrada intimidad que produce el matrimonio y esta se comparte con terceros.

Cuando falta la unidad. Es muy peligroso decir o pensar: Haz lo que quieras que yo también haré lo que quiera.

Cuando falta, en uno o en los dos cónyuges, la actitud para mejorar el matrimonio y se conforman por igualarse por la alpargata en vez de por la corbata. Es decir en vez de crecer juntos, se disminuyen.

Cuando hay una mala comunicación en los temas difíciles e importantes para los cónyuges en sus relaciones privadas o externas.

Cuando hay una sistemática disparidad en las relaciones con los hijos, premiando, castigando o consintiendo sus actos, solamente por llevar siempre la contraria al cónyuge para desautorizarle.

Cuando impiden por la fuerza que los hijos o el otro cónyuge practiquen sus sentimientos religiosos.

Cuando las faltas matrimoniales se cubren con aparatosos regalos para cerrar la boca del otro cónyuge, incluso con dinero que sale de los ingresos familiares. A la larga la compra de esos silencios para evitar reproches, forman una escalada que siempre termina mal.

Cuando los cónyuges basan las acciones de su matrimonio en el egoísmo personal, pretendiendo ser satisfechos continuamente por el otro cónyuge.

Cuando los cónyuges convierten la libertad matrimonial en libertinaje. Nadie está más esclavizado que aquellos que se creen falsamente libres.

Cuando los cónyuges no quieren trabajar juntos en los momentos de adversidad matrimonial, religiosa, económica o emocional, para superar las crisis. 

Cuando no aceptan las diferencias de conocimientos y las consideran como distanciadoras, lo que en realidad deberían ser enriquecedoras y complementarias, además de una ayuda para crecer los dos hacia una mejor vida intelectual y profesional.

Cuando no hay una actitud amable del uno con el otro, ni gestos físicos de cariño.

Cuando no se es lo suficientemente valiente e inteligente como para callarse ante la injuria y buscar posteriormente la reconciliación tras la ofensa.

Cuando no se está abiertos a la relación con los otros familiares: Abuelos, hermanos políticos, tíos, primos, etc.

Cuando no se ha tratado de igualar o mejorar en lo posible, las diferentes educaciones, culturas, situaciones económicas, prácticas religiosas, ideas políticas, amistades, costumbres anteriores, etc. y se conforman con decir ¡A mí me educaron así!

Cuando no se quiere hablar con el cónyuge sobre el sexo matrimonial, la educación de los hijos, el valor del dinero u otros temas importantes y difíciles, teniendo que digerirlos en soledad.

Cuando no se quiere, no se puede o no se sabe compaginar las profesiones o actividades del otro cónyuge.

Cuando no se reconocen las propias limitaciones y se rehúsa a aceptar la realidad física, económica, intelectual o social. Esto puede producir graves frustraciones que perjudiquen a los dos cónyuges y arrastrar a ambos a situaciones peligrosas familiares, profesionales o sociales.

Cuando no se respetan las legítimas diferencias físicas, mentales, educativas y emocionales del otro consigue, ni se intentan entenderlas.

Cuando se culpabiliza de todos los errores del matrimonio a los padres o familiares del otro cónyuge, sin querer asumir la responsabilidad que a cada uno le corresponda.

Cuando se encarga al cónyuge con responsabilidades o trabajos impropios de su condición, debido a que el otro cónyuge no quiere hacerlas.

Cuando se ignora, desprecia o se tienen relaciones tensas con la familia política.

Cuando se manipula al otro cónyuge para obtener intereses en beneficio propio.

Cuando se permite al cónyuge hacer lo que quiera, dónde quiera, cómo quiera y la hora que quiera, aunque eso vaya en contra del matrimonio y de las responsabilidades familiares.

Cuando se producen errores, el uso inadecuado del respeto y de las atribuciones lógicas de cada cónyuge, si prevalece el autoritarismo o la permisividad, sin punto medio.

Cuando se sobreprotege al cónyuge de todas las dificultades, tratándole como si fuera menor de edad y demostrando un amor obsesivo, para crearle inseguridad y evitar su desarrollo intelectual y social, casi siempre en beneficio del otro cónyuge.

Cuando solamente hay unión de los cuerpos, pero no de las almas y no buscan en ambos el crecimiento interior, moral y espiritual.

Cuando surge la indiferencia, la falta de comunicación, la frialdad amorosa, la crítica constante, la falta de compromiso y el entendimiento hacia el otro cónyuge.

Cuando sus formas de vida anteriores al matrimonio eran diferentes o antagónicas y no se ponen a procurar llegar a acuerdos para que haya armonía y compatibilidad.

Discutir sobre ideas políticas o religiosas antagónicas, queriendo imponerlas o mantenerlas a ultranza. Traten de convencer, no de vencer.

El abandono mental del matrimonio, incluso mucho antes que llegue el divorcio.

El aburrimiento: Frases más frecuentes: Nos hemos cansado el uno del otro. Somos incompatibles. Ya no nos queremos. Nuestro matrimonio está irremediablemente perdido.

El engaño o violencia económica que suele ocurrir cuando se tienen ingresos que no se aportan al fondo común y cada uno gasta en lo que quiere,  cuando quiere y como quiere, sin importarles las necesidades de la familia. Este es uno de los principales motivos de los fracasos matrimoniales. Pero es muy difícil corregirlo, pues en algunas culturas los matrimonios no son para todo, pues dejan fuera la parte económica.

El no compartir los principio e ideas fundamentales en el matrimonio.

El permitir que las adicciones se instalen en la familia.

Faltar a la palabra de honor dada en el matrimonio, al prometer que es para siempre, en la salud y en la enfermedad e indisoluble.

Hablar continuamente y hacer comparaciones de los matrimonios, hijos o familiares anteriores.

Imponer por la fuerza lo que creemos que es nuestra verdad.
La escasa educación en los órdenes: Familiar, religiosa, social, económica, sexual, etc.

La falta de ayuda al cónyuge para que mejore sus capacidades profesionales, escolares, sociales, religiosas, etc. privándole del crecimiento personal y fomentando la dependencia al otro cónyuge. Suprimiéndole cualquier posibilidad de tener una alternativa o que esté bien preparado para el caso de que haya graves problemas familiares.

La falta de comunicación o la comunicación inadecuada o deficiente.

La falta de cumplimiento de los derechos y obligaciones entre los cónyuges y para con los hijos.

La falta de la práctica de las virtudes y valores humanos,  principalmente las relacionadas con el matrimonio.

La falta de perdón, arrepentimiento, reconciliación y firme propósito de la enmienda. Deben aprender a pedir perdón y a perdonar. Nunca deberán acostarse sin perdonar y buscar el ser perdonado. Un pequeño gesto sentimental puede ser suficiente para indicar el deseo del perdón.

La falta de planificación financiera, imprescindible para intentar alcanzar unos objetivos mutuamente acordados.

La falta de un buen sistema de administración de todos los ingresos familiares, incluyendo la realización de unos objetivos económicos, un presupuesto y un sistema de control de lo realizado y de lo que hay que realizar.

La incompatibilidad o egoísmo sexual, que normalmente oculta una falta de auténtico amor, carencia de sensibilidad y capacidad de donación y aceptación.

La Infidelidad conyugal, sexual o económica que rompe el compromiso del amor mutuo, exclusivo y para siempre, que además siembra la desconfianza.

La inmadurez en las relaciones matrimoniales, al no haber tratado previamente de amoldar o eliminar las diferencias que los separan y reforzar las que más les unen, pensando que ya habrá tiempo para hacerlo.


La monotonía, enfrentamientos o violencia física o mental que hacen disminuir o anulan el placer sexual, o la monotonía en la vida cotidiana.

La pérdida de objetivos e intereses comunes relacionados con las obligaciones, gustos y aficiones de ambos, normalmente comentadas durante el noviazgo.

La primera agresión o acto violento si no se corrige en ese mismo momento.

La reincidencia en cosas graves sin que haya verdadero arrepentimiento, propósito de la enmienda y satisfacción de obra, corrección de actitudes y controles de comportamiento.

La soberbia hace que muchos cónyuges equivocadamente se rodeen de una muralla, como en las fortificaciones antiguas, no permitiendo que nadie ni nada la traspase. Soberbiamente creen que lo saben todo y no aceptan ni oír otras opiniones. Así sucede que con el paso del tiempo se van aislando en sus “creencias” y las personas que les deberían aconsejar con otras alternativas, no se las dicen porque no quieren ser rechazados, incluso antes de ser escuchados. Eso pasa a las personas y las naciones que se aislaron del mundo, con murallas o sin ellas, y no permitieron que los habitantes de sus países conocieran los avances mundiales.

La violencia familiar física, mental y en todas sus facetas, principalmente la originada por el machismo, el feminismo y el desprecio. La violencia física no es más que una cuestión de prepotencia y hábito en el uso de la fuerza.

Las envidias profesionales o sociales.

Las graves adicciones a las drogas, alcohol, sexo, juego, etc.


Las opiniones políticas mantenidas a ultranza y queriendo imponerlas al otro cónyuge.

Las pasiones confundidas con el amor y la mutua entrega. La pasión se marchita y el amor se queda.

Las respectivas familias políticas, pues hay algunos cónyuges que no quieren admitir que han formado una nueva familia, a la que tienen que poner como máxima prioridad para todas sus acciones. No por eso tienen que romper relaciones con sus familias de sangre. Tienen que intentar darle su lugar a cada uno.

Los celos infundados que contaminan el matrimonio y hacen la vida un infierno para los cónyuges.

Los noviazgos mal llevados: Sin una buena formación prematrimonial, demasiado cortos, falta de diálogo, falta de objetivos claros comunes, egoísmos para conseguir mejor posición social, fama, conveniencia personal, pasiones desordenadas, etc. Que haya sido uno de los denominados “de a primera vista”, o motivado por otros actos que les llevaron a contraer matrimonio sin haberlo querido. El camino que no han andado antes del matrimonio tienen que recorrerlo después para evitar el fracaso.

No cuidar con mucho esmero las seis cosas más importantes del matrimonio: El amor y educación de la familia, la vida espiritual, la salud, el trabajo, los amigos y la formación continua.

No dedicar a la familia el máximo tiempo posible, empleándolo en cuestiones que les satisfagan personalmente, pero no familiarmente.

No formalizar ante Dios y ante la sociedad su realidad matrimonial, máxime si tienen hijos o esperan tenerlos.

No hacer algo concreto para atraer al otro cónyuge, prestando solamente atención a su persona.

No poner los medios para manejar, resistir y superar los problemas, graves disgustos y enfrentamientos entre cónyuges, que algunas veces producen los hijos y que repercuten enormemente en las relaciones matrimoniales, principalmente los motivados por los malos o diferentes tratos dados los hijos, propios o de anteriores matrimonios.

No preguntarse periódicamente, las cosas que le gustaría que el otro cónyuge hiciera y no hiciera, y las que podrían hacer juntos para mejorar el matrimonio. Así como lo que cada uno espera del otro.
Pretender maliciosamente sacar provecho personal, económico o social del matrimonio, utilizando o manipulando al cónyuge únicamente en beneficio propio.

Ridiculizar al cónyuge, aunque sea con ironía o por hacer una gracia, ante los hijos, la familia o los amigos, sacando o agrandando los defectos que pudiera tener.

Ser intolerantes con las costumbres y formas de vida del otro cónyuge.

Si el matrimonio o cada uno de los cónyuges se rodean de amistades tóxicas que les impiden seguir las promesas matrimoniales contraídas.
Siendo de convicciones religiosas, casarse solamente por el procedimiento civil o vivir en pareja sin ningún vínculo religioso ni civil.

Tener cuentas separadas de ingresos, gastos, ahorros y deudas, aunque en algunas culturas sea una desgraciada costumbre que avala la unión de cuerpos pero no del dinero.

Vivir solamente el día a día, sin preocuparse de tener objetivos comunes y planes futuros realistas de vida para vivir en armonía. No preguntándose cómo será su matrimonio después de 30, 40, o 50 años.

Impedir que el cónyuge tenga su espacio vital propio, que le permita tener actividades de lo que le guste hacer, siempre y cuando no sean extremistas que afecten su crecimiento como persona o el matrimonio.

No querer sacrificarse por el cónyuge, lo necesite o no, evitando hacer los esfuerzos necesarios en beneficio del otro. Renunciando o cediendo en las diferencias y sin entregarse el uno al otro,

Cuando no hay adaptación ni cambio y no se suprimen las cosas que separan y refuerzan las que unen en la convivencia. El matrimonio es para darse sin egoísmos y adaptarse al cónyuge, sin esperar nada a cambio.
 
Todos estos errores se pueden corregir si previamente se admite su existencia y se ponen a tiempo las medidas correctoras convenientes, pues casi siempre se puede enmendar los daños ocasionados. Es muy conveniente aceptar y corregir los errores para evitar que lleguen a más y se produzcan problemas matrimoniales graves o irresolubles. No tengan miedo, no tiren la toalla, luchen por negociar con su cónyuge las soluciones a los errores que hayan encontrado en esta lista. Si no hacen nada, no sucederá nada. Pero inténtenlo, pues se puede llegar a los objetivos previstos mediante el ejercicio de “ensayo y error”. Cuándo no, en un tema tan serio como es el presente y futuro del matrimonio.

Los cónyuges no tienen que tener miedo a conversar con paciencia y serenidad, de todos los problemas, inquietudes y anhelos que tengan, para así poder encontrar soluciones consensuadas. Fijen unas horas o fechas predeterminadas para tomarse un tiempo para ustedes solos, entonces podrán hablar con tranquilidad, sin distracciones ni intrusiones. Esto es sólo el principio de un camino que tiene que hacer cada uno, apoyado en el hombro del otro.



 

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