Y si nos diéramos cuenta de que todo lo que nos rodea es bello cuando nosotros lo hacemos posible, cuando queremos que salga adelante y luchamos por ello sin tener que recurrir a subterfugios externos -que no ayudan a poner más que murallas y piedras en el camino-, cuando nos buscamos siempre desgracias, sino que hacemos posible las cosas, para que las adversidades en vez de estar llenas de oscuridad estén llenas de luz, para superarlas y darlas un sentido por muy difícil que sean, cuando no nos dejamos arrastrar por el qué dirán, por el qué no voy a recibir, por la excusa de la impotencia de no saber ser ni estar.
Y si nos diéramos cuenta que todo lo que nos sucede son las consecuencias de los actos que hacemos, que nos ponemos muy difíciles las cosas, cuando no toleramos o pensamos en venganzas, rencores, o en tener prisioneras a las personas que tenemos al lado, por creernos superiores unos a otros, o rechazar todo aquello que sea diferente, porque nos molesta, que a veces no expresamos lo que sentimos o damos por hecho cosas que no se pueden dar nunca por ello, que convertimos en rutina por olvidarnos de que somos personas que necesitamos de valores, de conexión, de empatías, para poder hacer de todo esto algo posible y no algo que siempre tenga que doler.
Y si nos diéramos cuenta que vamos sembrando cosas bellas, porque somos seres especiales con más coraje y luz de lo que creemos, que siempre habrá adversidades que te hagan probarte, pero que si serenas el alma sabrás y averiguarás que puedes con ellas, porque dentro de ti tienes lo suficiente para ello, con solo dar la vuelta y buscar soluciones en vez de lloriquear o echar culpas, o no saber si matar o espantar, comparándote, o haciendo daño gratuito a los que te rodean, porque así lo único que consigues es hacer lo fácil más difícil, y crear más problemas de los que hay.
Y si nos diéramos cuenta que siempre hay posibilidades, formas, maneras, de hacer de las utopías algo posible, cuando nos acordamos de todo lo que hemos recorrido cuando hemos estado arriba, que no nos quejábamos y cuando estamos abajo que es cuando realmente nos damos cuenta de quienes somos o dejamos de ser, porque nos hace falta confianza en nosotros, porque es cuando nos vamos a encontrar con nuestra horma del zapato, porque es cuando vamos a tener que elegir entre ser personas o gente que sigue el camino de los que nunca sabrán valorar ni lo que tienen y no se esforzaran nunca por salir a flote.
Y si nos diéramos cuenta que la vida es un gran laberinto en el que nosotros ponemos las señales, para saber lo que sí y lo que no, lo que merece la pena y lo que nunca lo merecerá, en el que aprendemos a no confundir los términos y aportar lo mejor sabiendo que nos equivocaremos una y mil veces, pero que en eso consiste todo esto en aprender, evolucionar, en saber perdonar, amar de verdad, dar, recibir, acoplarse y ser cada día más persona de lo que somos.
Y si nos diéramos cuenta que cuanto más ególatras somos, más nos mira-mos el ombligo para solo quejarnos; cuando más nos gusta que nos elogien, cuando menos compartimos lo que somos y tenemos, más cosas habrá que no nos gusten, más injusticias habrá y menos sentido tendrá la vida, pues no se trata de cambiar el mundo entero tú solo, pero si lo que te rodea, en donde estás, tu realidad y tu forma de mirar la vida para poder aportar luz, fuerza y coraje.
Y si supiésemos tantas y tantas cosas qué de avances reales existirían, pero lo grande es que hoy lo hemos hecho posible cuando lo hemos intentando, cuando lo estamos contando y cuando no cerramos la posibilidad de hacerlo mañana cuando salga el sol.
Esther Sánchez Orantos