SABER ESCUCHAR
Oír es permitir que las palabras o los sonidos entren a través de nuestros oídos.
Escuchar es centrar la atención en lo que nos están diciendo, dedicar nuestra consideración a ello, y ser muy conscientes de comprender lo que nos dicen.
Saber escuchar es, en principio, un gesto de amabilidad hacia el otro. Es un modo de demostrarle respeto.
Algunas personas dicen que les gusta escuchar porque cuando son ellos quienes hablan no aprenden nada, mientras que al escuchar sí son beneficiados por el aprendizaje de lo que dicen los otros.
En mi opinión no es del todo cierto. En muchas ocasiones nos enteramos de lo que cavilamos o de lo que sabemos cuando tenemos la obligación de cosificar nuestros pensamientos, o sea, cuando tenemos que ordenar en palabras comprensibles las ideas dispersas y contradictorias que viven perfectamente en armonía en nuestro inconsciente. Yo me he sorprendido en muchas ocasiones al decir algo, y he tenido que reconocer que “no sabía que sabía esto, o que, en realidad, esto es lo que pienso”.
Saber escuchar nos permite conocer qué es lo que el otro nos quiere comunicar o aportar, y es el principio fundamental de un diálogo, ya que sin una comprensión exacta de lo que el otro dice se pueden formar malos entendidos, o desvirtuar la intención del otro, y de ese modo perdernos la oportunidad de comprender con claridad la intención o la información que nos pretenden comunicar.
Cuando alguien nos transmite algo para esa persona tiene importancia, y se merece el respeto de ser atendido con una atención exquisita –del mismo modo que nos gustaría que nos escucharan a nosotros-; aunque no estemos de acuerdo en lo que nos esté transmitiendo, tenemos que darle la oportunidad de que lo diga todo, sin interrupciones, sin prejuicios, de un modo abierto y receptivo.
Luego llegará nuestro turno y podremos expresar nuestra opinión, y debatir o rebatir, o reconocer la imposibilidad de conciliar puntos de vista, pero mientras sea el turno del otro conviene dejar que exprese cuanto quiera expresar para tener la seguridad de que entendemos su opinión o su punto de vista. Es mejor no interrumpir menospreciando lo que dice o, peor aún, dar por supuesto lo que piensa o lo que quiere decir, con la gran posibilidad de error que ello conlleva.
Paciencia.
En muchas ocasiones estamos tan convencidos de tener la razón, o de que lo realmente importante y cierto es lo nuestro, que no permitimos la opción cortés de dejarle que se exprese hasta que lo considere necesario.
Eso sí, si respetamos en escrupuloso silencio su disertación estamos en derecho de exigir que su comportamiento sea igual cuando llegue nuestro turno.
Saber escuchar tiene mucha más importancia de la que le damos. Un diálogo –no un monólogo…- civilizado siempre tiene algo que aportar y es conveniente darle la oportunidad de que lo haga.
Te dejo con tus reflexiones…
