LECCIONES DE OPTIMISMO
Optimismo para vivir
Cuando el marido de Laura la dejó para casarse con otra mujer, su mundo se vino abajo. Se sentía frustrada por todo el amor que había puesto en su matrimonio, que ahora acababa con una hija de siete años que crecería con unos padres separados. Le asustaba pensar en el cambio que se iba a producir en su vida después de la separación. Se sentía desorientada. Por más que intentaba hallar una luz en su universo, Laura sólo era capaz de ver oscuridad. A pesar de no tener problemas económicos y de mantenerse todo el día ocupada entre el trabajo y la niña, sentía rabia e ira, y eso le provocaba angustia. Estaba dolida y creía que nunca podría perdonar la traición. El recuerdo de los momentos felices juntos era una tortura que le hacía llorar muchas veces, aunque se esforzaba en retener las lágrimas.
Se preocupaba mucho por su hija. Pensaba que si ella echaba de menos al hombre con quien había compartido más de diez años, la niña no aceptaría bien la separación. Creyó de antemano que se convertiría en una niña llorona, irritable y triste. No se daba cuenta de que proyectaba sobre ella sus emociones, su resentimiento, su soledad y su miedo a comenzar una nueva vida.
Sin embargo, la pequeña no mostraba ninguno de estos síntomas. Más bien al contrario. Lloró los primeros días al enterarse de que su padre ya no viviría con ellas, pero después volvió a ser una niña tranquila, juguetona y despierta, y con mucho interés por aprender cosas nuevas. Laura pensó que quizá los niños son más capaces que los adultos de superar los malos momentos.
Una tarde recibió una llamada del colegio. Laura acudió a la cita con la certeza de que el comportamiento de la niña habría experimentado un cambio negativo y la habían llamado para informarle. Pero la tutora le habló de su preocupación por que la mejor amiga de su hija se iba a otra ciudad. Temía que la niña pudiera sufrir por esto, ya que era otro golpe duro además de la separación de sus padres.
Laura estuvo muy pendiente de su hija cuando volvió a casa, estaba convencida de que la encontraría llorando desconsolada. Pero la niña estaba de buen humor, jugando tranquila. Más preocupada aún al no notar ningún cambio, le preguntó directamente cómo se sentía tras la marcha de su amiguita y, para su sorpresa, su hija le contestó: “Sí, voy a echarla mucho de menos. Pero me ha dicho que se trasladan a una casa enorme con piscina, y que en verano podré ir con ella todo el tiempo que quiera, y nos lo pasaremos en grande, y...” Laura lanzó un suspiro de alivio. Su niña era un torrente de alegría y se centraba en todo lo bueno que podía ocurrir. “Ah, ¿y sabes qué?” –siguió su hija–. “María me ha invitado a su fiesta de cumpleaños ¡al zoo!”
Su hija iba a ir al zoo con otras amigas y, sencillamente, era feliz. “Claro –pensó Laura–con todas las sorpresas agradables que puede darte la vida, por qué encerrarse a llorar pensando sólo en lo que hemos perdido en vez de ver todo lo que tenemos por delante. Mejor llamar a puertas entreabiertas que a otras que vemos claramente cerradas con candado y reja.”
Laura sintió que la respuesta de su hija era una lección de optimismo que debía aprender y aplicar a lo que estaba viviendo. La sonrisa de su hija era un refugio. Si su pequeña era capaz de asumir una separación de forma tan animosa, ella no iba a ser menos. Recordando las palabras de la niña, Laura cerró los ojos y se vio a sí misma con una hija a la que adoraba y toda una vida por delante. La rabia que había sentido contra su situación empezó a disiparse. La actitud de su hija le había recordado cómo en otros momentos de su vida había encontrado en su interior la fuerza que necesitaba para superar las dificultades. Ahora también podría hacerlo. La pequeña le había enseñado que el optimismo ayuda a superar los peores momentos del pasado.
La tristeza y el miedo nos hacen ver las cosas mucho peor de como son en realidad. Esforzarnos en recuperar la alegría puede ser la mejor forma de seguir adelante. El optimismo es una actitud ante la vida que nos permite avanzar y afrontar la adversidad del presente sin quedarnos estancados en la idea de un pasado mejor. Ahora Laura sabía que superaría este bache. Contempló por primera vez en muchos días la posibilidad de sentirse mejor muy pronto, y pensó que, igual que su hija tenía nuevas amigas, quizás ella también encontraría un nuevo compañero con quien compartir su vida.
Laura emuló la actitud optimista de su hija cada día en cada cosa a la que se dedicaba, poco a poco, sin forzarse.
Empezó por concentrarse en el trabajo, rompiendo el círculo vicioso de sus pensamientos negativos y, aunque los primeros intentos no lo consiguió del todo, progresivamente fue sintiéndose más ligera. Cuando sentía ganas de llorar, lo hacía como los niños, hasta que las lágrimas se agotaban y después se sentía aliviada. Además, se esforzó por dedicar a cada cosa un buen pensamiento: desde abrir la puerta del coche a vestir a su hija, se decía cosas como “es maravilloso bañar a mi hija” o “es genial tener un coche para ir a trabajar”. Hasta que, un día, Laura empezó a sentirse como lo que realmente era: una mujer afortunada, con una vida plena a pesar del dolor de la separación. Gracias al optimismo que había demostrado tener su hija, Laura pudo encontrar su propio optimismo.
Se puede aprender a ser optimista, quizá todos nacemos siéndolo aunque las dificultades de la vida nos hacen olvidar esa indudable cualidad. Para recuperarla, sólo tenemos que tomar la decisión de descubrirla dentro de nosotros y no olvidar mantenernos optimistas incluso en los momentos difíciles en que sentimos que es difícil avanzar. Un simple cambio de actitud puede mejorar toda tu vida.
Mar Cantero Sánchez
Escritora y coach literaria
www.marcanterosanchez.com