EL MAESTRO
En el Camino de DESCUBRIR siempre hay varios Maestros: el primero puede ser la Vida, quizás Jesucristo, algún pensador oriental, una persona que nos habla de cosas esotéricas, que nos contesta a esas dudas que han dormido largamente, etc.
Luego, en otros casos, hay realmente una persona física con la que se puede hablar y a quien se puede preguntar, alguien que esta en su búsqueda desde antes que nosotros y nos puede hablar de su experiencia; alguien con una claridad de actuación o sentimiento que, siempre, nos ayuda a aclararnos.
Hasta llegar a este ultimo, han ido apareciendo personas, cada vez con un nivel superior de enseñanza que coincide con un nivel superior de nuestra receptividad hacia lo que nos muestra, en un proceso similar para todos. Aparece una persona en nuestra vida que nos desvela los primeros misterios, nos ayuda en los primeros pasos, nos muestra una puerta. Luego, desaparece, para cumplir la tradición y dejar espacio para el siguiente Maestro, que a su vez estará durante un espacio de tiempo, y se volverá a repetir el ciclo.
Este Maestro físico último, a quien se le ha de solicitar expresamente que lo sea, y tiene libre voluntad de aceptarlo o no, ha de reunir unas cualidades morales que le autoricen a serlo, puesto que no existen títulos para confirmarlo. Y puede negarse por cumplimiento de su libre albedrio, pero también porque la responsabilidad es enorme.
Un Maestro tiene que enseñar, no contar o decir sino: ENSEÑAR. ENSEÑAR es MOSTRAR. El Maestro no se limita a narrar o filosofar teóricamente, lo que hace es mostrar que tiene la entera certeza. Solo habla de sus vivencias.
Una de sus más grandes y graves responsabilidades es la de no trasmitir a su alumno sus problemas, traumas, errores o frustraciones, por lo que se le supone un gran equilibrio y autoconocimiento.
El verdadero Maestro sabe bajar el nivel del alumno en vez de esperar a que éste suba el suyo. No tiene porqué ser un erudito, y su función es más la de enseñar a andar que la de llevar de la mano. Él, a su vez, aprende: nada enseña más a un Maestro que un buen alumno. Y su verdadera maestría no consiste en demostrar cuánto sabe al alumno, sino en dejar que el alumno se dé cuenta de que él mismo ya lo sabía.
Cada Maestro vibra en un nivel espiritual al que sólo pueden acceder los que estén en el mismo nivel, por eso no todos los Maestros valen para todos los alumnos.
El Maestro siempre es duro, porque es la única forma de exigir al alumno que dé un paso más.
El alumno, por su parte, no debe aceptar algo “porque sí”; debe sentir lo que le enseña, debe almacenar lo que aprende en el corazón y no en la cabeza, y no debe limitarse a escuchar: puede discutir, y, sobre todo, debe tener cuidado de no apegarse al Maestro.
Tony de Mello se preguntaba, “¿para qué se necesita un Maestro?... para que haga ver la inutilidad de tener un Maestro…”. Un buen Maestro se encargará de hablar del único y verdadero MAESTRO: UNO MISMO.
Y así llegamos al aspecto de Maestro del que quería hablar: uno ha de ver a su SER INTERIOR COMO SU MAESTRO. Copio unos párrafos de Karlgried Graf Dürckheim que me parecen insuperables para hablar de ello.
“El Maestro interior somos nosotros mismos bajo el aspecto potencial hecho consciente de lo que podríamos y deberíamos ser. El Maestro interior en el sentido de aptitud para comprender y reconocer esa potencialidad, exige cierto grado de evolución. Para oír como llamada la voz del Maestro hay que estar presto a ello. Responder a esa llamada exige, no solamente coraje, sino también cierta humildad.
No supone presunción reconocer al Maestro en uno mismo. Hacerlo así eleva, colma y compromete a la vez: se precisa humildad para aceptar el peso de este compromiso y del Camino a recorrer por esta vía.
La verdadera humildad no consiste solo en no querer parecer más de lo que uno es. Es también aceptar ser más de lo que uno parece ser.
Hay una falsa modestia que es, sencillamente, miedo a las responsabilidades. Y es un obstáculo para dejar emerger al Maestro interior.
Reconocer y aceptar el Maestro supone que el despertar del Maestro y del alumno se ha producido ya en nosotros y que ambos han despertado al Camino.
Cuando aparece el Maestro es como el rugido de un león anunciando un combate a vida o muerte. De este combate no se libra ningún hombre que esté llamado a un plano superior. Ninguno de los llamados puede evitarlo. Es una lucha que promete lo más sublime y que presagia lo mas difícil: un verdadero “morir y devenir”, no de una vez por todas, sino como formula perpetua del camino. El hombre, sólo puede cumplir su destino si escucha la voz de su Maestro interior. La trinidad Maestro-alumno-camino, es la manera en y a través de la cual toma forma, a pesar de las resistencias y sean cuales fueran las circunstancias, el SER sobrenatural y absoluto que está mas allá del espacio-tiempo. Hacerse cada vez más disponible, es decir, abrirse a la Vida que tiende a manifestarse en el mundo, es la tarea que le está destinada al hombre. Pero para percibir así la vida, para tomar coincidencia de que ésta pugna por manifestarse, y aceptarla como un camino a seguir y como una vocación esencial, hay que haber alcanzado cierto grado de evolución. Entonces será un deber, un privilegio y una misión”.
Hasta aquí algo de lo que habla con respecto al Maestro; con respecto al alumno, dice lo siguiente:
“Y, ¿Quién puede llamarse alumno? Sólo aquel que está sumido en una profunda nostalgia, a quien la afiliación le lleva al limite de su resistencia sintiéndose amenazado por la destrucción si no logra encontrar una salida. Solo el hombre atormentado por una inquietud del corazón que no cederá con nada en tanto que no encuentre lo que le calma. Sólo aquel que, una vez que ha emprendido el Camino, sabe que no puede volverse atrás, estando dispuesto a dejarse llevar allí donde ya no comprende nada, estando dispuesto a pasar por todas las pruebas. El hombre duro consigo mismo, que acepta soltar presa para someter al SER que quiere emerger en él. Solo aquel en quien lo Absoluto ha tomado posesión, puede soportar todas las dificultades que encuentra en el rudo Camino que le lleva el Maestro.”
Ante tal belleza y claridad, no se puede sino admirar y callar.
Francisco de Sales