¿HACES POR LOS OTROS TODO LO QUE TE SUGIERE TU CONCIENCIA?
En mi opinión, desoímos con bastante frecuencia la voz sensata de la conciencia cuando nos sugiere prestar más atención a los otros.
Es porque nos resulta más cómodo.
Una atávica caridad cristiana -que también puede ser parte de la bondad innata de la naturaleza humana-, o ese conocimiento interno que nos hace saber que todos formamos parte de una grandeza común y que somos el mismo/lo mismo, nos empujan a ocuparnos de los otros cuando nos necesitan.
Otra cosa es que nos resistamos a ese empujón aferrados a la comodidad de la irresponsabilidad, y dejemos entonces que sean otros quienes se afilien a una ONG, quienes dediquen una parte de su tiempo a acompañar al solitario, quienes compartan una parte de su poca o mucha economía, o quienes ofrezcan su ayuda desinteresada a quien la necesita.
Cada uno hace oídos sordos si así lo desea, distrae y soborna a sus buenos sentimientos con el cebo de algo que le procure un placer inmediato, desoye su conciencia subiendo el volumen de sus ruidos mentales, e incluso algunos son capaces de menospreciarse, o devaluarse, para convencerse de que no están capacitados.
Pero la verdad es que todos podemos hacer algo por los otros.
Y no se trata, por supuesto, de crear una Fundación, de construir un Hospital Benéfico, o dedicar un millón de dólares al año para obras de caridad.
Se trata de hacer por los otros algo para lo que cada cual está capacitado. Uno es un buen escuchador. Otro tiene la habilidad de despertar las sonrisas ajenas o de contagiarle su vitalidad o su optimismo. Otro puede ayudar a algún anciano o discapacitado a hacerles sus recados, ordenarles la casa, lavarles la ropa, cocinar, hablarles…y mil cosas más.
Hacer algo por los demás, a su vez, es algo que siempre beneficia. Al Ser Humano, no sólo al ego.
Es innegable esa bondad natural e innata que nos propone ayudar al necesitado, y es mejor y más conveniente no acallar la voz que reclama poner en marcha esa faceta nuestra de generosidad desinteresada y de altruismo a la altura de los grandes altruistas.
Cuando me dedicaba a la quirología tuve encuentros con personas sencillas que en realidad eran excepcionales. No eran brillantes socialmente, pero eran dueñas del Cielo. Se lo habían ganado. Tenían el corazón al servicio de cualquier causa que se lo reclamara. Y la bondad se les asomaba por la mirada y por las sonrisas. Se las notaba satisfechas con la vida.
Tuve la ocasión de conocer a una mujer, Directora de una Feria Internacional muy importante, muy enjoyada, de esas que en el mismo día desayunan en Madrid, comen en Londres y cenan en Estambul. No era feliz. Cuando descubrí en las líneas de sus manos lo que realmente le haría feliz, me pareció que era un disparate y que era un error de interpretación por mi parte. Le dije que lo que estaba viendo en sus manos me desconcertaba, y le advertí previamente varias veces que tenía que tratarse de un error mío, que no me encajaba con ella lo que veía en sus manos, pero ante su insistencia en que se lo dijera de todos modos, lo hice. “Es un disparate -le dije por enésima vez-, pero veo que tú serías realmente feliz cuidando ancianos, gente muy empobrecida, personas muy maltratadas por la vida”. No dijo nada. Varios meses después me llamó por teléfono y me dijo que me invitaba a tomar un café. Me contó que acababa de regresar de su viaje de vacaciones y que habían sido excelentes. “¿Dónde has pasado las vacaciones este año?”, le pregunté en cuanto nos vimos. “En Calcuta, en un centro de los que tiene la Madre Teresa. He estado cuidando y limpiando a las personas de un hogar de moribundos. Ya he conocido la felicidad”.
Se nos queda grande convertirnos en la Madre Teresa… Se nos hace un poquito imposible ir a Calcuta… No es posible dejarlo todo, tirarlo por la borda o mandarlo a la mierda y dedicarnos al cien por cien a la caridad…estamos en el mundo, estamos en nuestra vida, tenemos responsabilidades familiares, carecemos de medios, necesitamos seguir trabajando por un salario, somos conscientes de que formamos parte de ese 99,99% de los humanos que no son excepcionales… Tenemos limitaciones… Pero nos queda la opción de ser la versión reducida –en dedicación, que no en corazón- de uno de esos grandes que a nuestra conciencia le gustaría que fuéramos.
Se puede empezar por poco.
¿Cuáles son mis dones… mis talentos… en qué me desenvuelvo bien?
¿Cómo puedo poner todo eso al servicio de los otros?
¿Para qué puedo ser útil?
¿Cuál es mi vocación caritativa o mi disposición?
Son preguntas para el corazón. No se las hagas a la mente porque te quedarás sin respuestas. Averigua qué sientes y no qué piensas.
Seguramente habrás pasado ya por el trance de hacerte estas mismas preguntas, aunque sea con otras palabras, y puede que ya te hayas puesto en marcha y estés haciendo lo que sientes que quieres hacer. Si es así, Enhorabuena. Aunque estés aún en un pequeño porcentaje de lo que deseas hacer o lo que puedes hacer, Felicidades. Ya sólo se trata de incrementar un poco más la atención y dedicación.
Si aún no te has puesto en marcha, te sugiero que escuches esa voz censurada que te reclama, que recapacites acerca de lo que te dicen la conciencia y el corazón, que escuches tu divinidad interna, que no sigas aplazando ese deseo tan tuyo, que saques coraje, que despiertes el ánimo, que desempolves el valor, que pongas en marcha y con decisión ese proyecto de tu alma, y que manifiestes esa parte altruista, generosa y caritativa que eres tú.
Más tú de verdad, que el tú actual.
Te dejo con tus reflexiones…