EJERCICIO INICIAL
Recomendaciones importantes
Debe enfatizarse la necesidad de la autoconciencia constante durante los ejercicios y, en el caso de las sesiones de grupo, la presencia de un controlador-vigilante del grupo. Sólo así se evitarán (o se detendrán) posibles situaciones de descontrol emocional.
Los principales requisitos para el máximo aprovechamiento de esta práctica son atención, sinceridad y entrega activa.
Atención. Esto significa que hemos de estar conscientes de nosotros mismos mientras expresamos todo lo que la música nos moviliza o nos sugiere. Atención al sentir y al expresar; gracias a esta atención es posible mantener un control sobre lo que se expresa.
Sinceridad. Eso quiere decir que yo trate de dar salida a cuanto hay en mi interior sin que mi mente interfiera tratando de buscar un mejor modo teórico de hacer las cosas, sin interpretar ni juzgar. Sinceridad implica que lo que hay en mi interior salga al exterior, directamente, sin pensamiento.
Entrega activa significa que yo he de volcarme en la expresión dinámica. No basta con sentir dentro lo que la música pueda evocar; es preciso que yome entregue activamente dando salida a todo sentimiento, a todo estado interno.
Y todo eso, expresarlo a través de movimientos en los que mi cuerpo se convierta en vehículo activo. Todo lo que yo sienta he de decirlo del todo a través de los movimientos de los brazos, del tronco, de las piernas, de la cabeza, todo yo convertido en movimiento expresivo de lo que siento en mi interior. La mímica puede ser un elemento complementario de expresión. En algunos momentos también la voz puede ser necesaria, sea como un susurro o en forma de canto o de grito; como salga. Durante la práctica debe evitarse el pensar; pensar lo que voy a hacer, lo que siento, si realmente lo siento, si es correcto expresarlo, de qué modo lo voy a expresar, etc. Debe evitarse esto. Debe pasarse del sentir al hacer, sin pensar, sólo estando atentos, despiertos, vigilantes, pero sin interferir; con la mente lúcida, en todo momento presente, pero sin detener la espontaneidad con el análisis o el juicio.
También hay que evitar los movimientos automáticos repetitivos como insistir en unos pasos de baile aprendidos, por ejemplo. Cuando en la música predomina el ritmo es una tentación seguir sencillamente este ritmo, especialmente para aquellas personas con hábito de bailar. La expresión con música ha de ser algo creativo, algo que se improvisa en cada momento; no debo saber lo que haré en el momento siguiente, no me he de encerrar en ninguna rutina o automatismo. Por eso, si bien al principio puede ser útil para ponerse en movimiento seguir el ritmo (en los primeros momentos) en forma de baile, hay que superar este automatismo y conseguir la espontaneidad.
Hay que moverse aunque al principio cueste «sentir». El mismo movimiento facilitará el sentir más la resonancia de la música, resonancia que al principio puede quedar bloqueada por la situación de espera, o de expectativa, o incluso de alarma por la experiencia nueva que se vive. A algunas personas les ha servido de ayuda para estimular el inicio del movimiento el imaginarse que están dirigiendo la orquesta, y de este dirigir la orquesta pasar luego a una expresión más espontánea. A otras personas les ha sido útil vivir la música como si estuvieran improvisando un ballet en el que hay que dar forma plástica a un mundo interior de sentimientos. Otras mencionan que se imaginan una escena que la música les sugiere; entonces pueden situarse dentro de esta escena y actúan de acuerdo con ella. Aquí la imaginación juega un papel preponderante al inicio, pero también hay que pasar de la representación mental de la escena a la expresión directa, hasta llegar a sentir-hacer, sentir-hacer, sentir-hacer.
Debe procurarse estar muy receptivos interiormente a todo lo que es sentimiento. Esto es algo que se siente como una apertura al nivel del pecho y en el interior de la cabeza. Que la música vaya directamente allí, despertando el sentimiento, la emoción estética. Hay que relajar la mente para que la música no se oiga sólo en el exterior, sino que resuene más y más en el fondo, en el interior del tórax y de la cabeza. Al provocar la música su resonancia interna de belleza, de grandeza o solemnidad, de violencia o de lo que sea, debe darse inmediata salida a esta resonancia a través del cuerpo de un modo pleno, total, obligándose a expresar todo el sentimiento. La expresión no debe ser sólo un símbolo indicativo de algo que hay dentro, sino que se debe exteriorizar todo lo que se siente.
Esto parece muy complicado pero no lo es. Se descubrirá que el abrirse a la música es un placer extraordinario, una experiencia única que permite ahondar más y más en esta dimensión viviente de nuestro sentimiento y permite abrir una salida directa de éste al exterior. Esto hará que nos sintamos despiertos, atentos, vigilantes, detrás de lo que sentimos y, a la vez, adquiriremos un sentido de dominio y de trascendencia de lo que sentimos y expresamos.
Si nos entregamos a ella, la música nos permitirá engrandecer, ensanchar nuestra dimensión interior y vivir esa calidad afectiva de gozo, de satisfacción que raras veces en la vida (tal como suele vivirse) podemos llegar a sentir. Así llegaremos, en nuestra vida diaria, a una disposición apta para exteriorizar ese tono afectivo positivo que habremos desarrollado mediante la práctica con la música.
En el ejercicio deben llenarse de vida, de expresión y sentido las varias clases de música que pueden constituir una sesión. Deben ser diferentes entre sí. En unas predominará el ritmo, en otras la melodía, unas serán superficiales, otras, profundas; algunas, elevadas, otras, más elementales. No se debe rechazar ninguna música, pues cada una de ellas corresponde a una dimensión de la afectividad interior que ha de ser vivida y expresada plena y profundamente.
Ejemplo de combinación de piezas para una sesión
(de unos 25-30 minutos)
1. Una marcha, festiva, ligera, pero con cierta majestuosidad (del tipo de las de Eric Coates).
2. Música animada de orquesta de cuerdas, que contenga algún accelerando (del tipo de Zorba, el griego, o bien Ojos negros).
3. Vals melódico, del tipo inglés.
4. Algunas orquestaciones espectaculares de melodías americanas (de tipo cinematográfico).
5. Alternando con las anteriores, alguna melodía ligera (del tipo melodía italiana).
6. Un allegro de sinfonía, pero no de tipo dramático (Haydn, Mozart, etc.).
Ésta es una sugerencia de sesión con música poco profunda, muy apta para los inicios.
Después del ejercicio
Descansar en el suelo. Relajarse y tomar conciencia de cómo se ha sentido uno durante las distintas fases de la expresión inducida por la música. Darse cuenta de que detrás de la resonancia afectiva que se expresaba existe un fondo (aún poco claro) que es uno mismo; existe la sensación como de estar detrás, mirando, asistiendo a todo lo que ocurría en la expresión. Este fondo es de la máxima importancia. Al descansar, olvidarse de todo y atender sólo a este fondo, que puede sentirse en el fondo del pecho o en la parte posterior de la cabeza, o en los dos sitios a la vez. Mantenerse en silencio tomando conciencia de uno mismo (del yo) que está ahí, mientras el cuerpo descansa, silencioso.
Este tipo de sesión puede practicarse dos veces por semana, no más. Una vez realizada cinco o seis veces, entonces se puede pasar a otra combinación con música más profunda