Llevo toda mi vida conmigo y aún sigo descubriendo aspectos que no conocía, aún me sorprendo con pensamientos que acepto como propios pero me parecen ajenos, aún me pongo zancadillas, me maltrato o no me cuido, me quiero pocas veces y me odio más a menudo, reniego de mí y me infravaloro, no sé tratarme con delicadeza, no cuido de darme caprichos, soy autocrítico, muy riguroso, me desatiendo, y no me ocupo de mejorar mi relación conmigo.
Si están en alguna de estas frases les recomiendo que no se estanquen en lo cotidiano, que no aplacen más el encuentro, que se reconcilien, y que se amen.
Para conocer la respuesta hay que hacerse la pregunta.
Estas son algunas.
¿ME PRESTO ATENCIÓN?
¿ME DEDICO EL TIEMPO SUFICIENTE?
¿ME HAGO PREGUNTAS?
¿ESPERO Y ESCUCHO LAS RESPUESTAS?
¿ME INVITO A MIS MOMENTOS IMPORTANTES?
¿SOY CONSCIENTE DE QUE ESTOY AQUÍ AHORA?
¿SOY CONSCIENTE DE QUE VIVO?
Estas son algunas preguntas. Son generales, no personalizadas.
Le recomiendo que sea valiente y se haga preguntas. Las grandes preguntas. Las que cambian el modo de relacionarse consigo mismo o el rumbo de la vida. Las que exigen respuestas contundentes. Las que siempre ha eludido o las que no se ha atrevido a hacerse hasta ahora. Las íntimas, las profundas, aquellas cuyas respuestas pueden hacer que se tambaleen sus creencias.
Si no encuentra respuestas, persevere. O haga la misma pregunta de otro modo, con otras palabras. O pregúntele a alguien que le conozca bien.
Vuelva otra vez en otro momento a la pregunta.
Evite esos momentos en los que está eufórico o deprimido. Ninguno de los dos son adecuados consejeros.
Pregunte sin miedo.
Relacionarse bien consigo mismo es una buena decisión y una buena inversión. De ello puede depender la calidad del resto de su vida.
Siempre se ha dicho que no se debe engañar ni al médico ni al mecánico. Ni a uno mismo, añado.