EQUIVOCAR LOS PASOS
En mi opinión, no es grave equivocar los pasos si se acierta con el Camino.
Es habitual equivocarse, no acertar siempre, no encontrar la solución óptima ni tomar la decisión correcta. Todo esto forma parte de lo cotidiano en la vida porque no estamos preparados para ser perfectos.
El hecho de ser humanos implica vivir una vida que es un continuo aprendizaje. Hasta las cosas que se repiten pueden ser o parecer nuevas y por eso volvemos a tropezar en las mismas piedras que jalonan nuestro Camino.
En el Proceso de Desarrollo Espiritual nos equivocamos una y otra vez, aunque a algunos les consuela eso de que “Todos los caminos llevan a Roma”, y piensan –con razón- que si hoy se equivocan al querer coger un atajo, mañana pueden reorientar sus pasos y volver al Camino.
Equivocar los pasos no siempre es culpa de uno ni quiere decir que uno sea especialmente torpe: es lo que nos sucede a la mayoría de las personas. Sobre todo porque nadie nos ha explicado cómo ni por dónde hay que ir, ni hay marcadas claras señales que impidan la equivocación.
Vamos con toda la buena voluntad hacia no sabemos dónde. Y esto es cierto.
Parece como si sólo nuestra intuición y nuestra alma supieran el Destino, y que nos llevaran de la mano y en la buena dirección, pero… somos niños y no somos del todo sensatos, somos rebeldes y queremos rebelarnos, somos unos inconscientes y nos salimos del Camino sin valorar que a los lados puede haber barrancos, o que los pasos atrás suelen ser tiempo perdido.
Si uno tuviera consciencia clara del lugar al que se dirige, si tuviera establecidos unos principios fundamentales y los respetara siempre, si creyera más en esa intuición que le dirige sin palabras, si escuchara su alma, sus inquietudes internas, la voz de su Sabiduría… equivocaría menos sus pasos.
Andar el Camino es lo que hacemos todos los días. Una veces con pasos grandes y firmes, otras veces con traspiés y tropezones, y otras somos nosotros quienes nos ponemos la zancadilla… pero hay que seguir. Siempre seguir.
“El miedo es el mayor enemigo”, se dice. Y es cierto. El miedo a caminar condena al estancamiento. El miedo al error impide el intento. El miedo a caer imposibilita andar.
Hay cosas que tenemos que hacer aunque el miedo no esté a favor. La prudencia está bien, el miedo es innecesario.
Hay que caminar, aunque se equivoquen los pasos.
Hay que caminar y confiar. Confiar, porque a veces ese andar nos lleva a experiencias desagradables e incomprendidas que con el tiempo demuestran que eran necesarias para hacer el Camino correcto.
Si uno se dirige a una meta puede tomar diferentes senderos. Unos más agradables y otros menos. Pero si prevalece el objetivo, si se sabe por lo menos el punto cardinal al que uno se dirige, eso nos permitirá en cualquier momento reorientar la dirección y, salvo que se hayan dado en el sentido contrario, no serán pasos perdidos.
La sugerencia en este caso es avanzar. Con prudencia y consciencia, con atención y precaución, procurando afianzar en la medida de lo posible los pasos, pero avanzar, caminar, ir en pos de la meta…
Sabemos que no nos podemos quedar quietos y que nuestro destino es la búsqueda de la perfección personal –para unos-, la propia espiritualidad –para otros-, o el encuentro con la divinidad o la reconciliación con el alma –para otras personas-. Cada uno puede tener un objetivo distinto, aunque también es posible que cada uno llame con un nombre diferente a lo mismo.
El objetivo o la meta siempre están delante, nunca están detrás y nunca se alcanzan quedándose quieto.
La vida nos invita a avanzar y conviene aceptar la invitación.
Te dejo con tus reflexiones…