OLVIDAR ES BUENO, PERO…
En mi opinión, olvidar lo desagradable es bueno, pero no antes de tiempo. Ni más tarde.
Antes de enviar las cosas y las experiencias ya vividas al olvido –porque no nos encantan y su presencia nos perjudica- es necesario extraerles la enseñanza que todas las cosas que nos suceden llevan implícita.
Olvidar sin más, pretendiendo alejar la mala experiencia sin que nos deje poso, no siempre es buena idea.
Algunas de las cosas que nos pasan nos tienen que dejar huella. No de un modo traumático, sino que nos tienen que dejar su lección impresa en nuestro libro de experiencias, para que no sea necesario que se tenga que repetir con el consiguiente malestar repetido.
Hemos de permitir que esas cosas nos afecten en la medida necesaria, y si lo que pretenden es despertar nuestros sentimientos, o llevarnos a contactar con alguna emoción, habrá que permitirlo para ver a dónde nos quiere llevar, para comprobar qué es lo que no hemos visto hasta ahora y es necesario conocer.
De lo que hay que estar pendiente es de no caer en el regodeo en esa mala experiencia que hemos pasado, en no permitir que nuestro masoquista se deleite en quedarse ahí rebozándose en la desgracia, y en que ese sufridor que todos tenemos más o menos oculto no retenga como presa ese motivo que le da la razón en que sufre y sufre.
Ante las malas experiencias es conveniente actuar del modo justo y adecuado: no es necesario quedarse morbosamente en ellas, pero tampoco es correcto escapar indemne y lo antes posible.
Aunque cueste comprenderlo, es necesario que nos impregnen de algún modo… pero durante el mínimo tiempo, justo el tiempo imprescindible para darse cuenta de lo que haya que darse cuenta.
Algunas experiencias resultan muy crueles, aparentemente son innecesariamente crueles, pero parece que sí son necesarias aunque no se comprendan en el momento. “De todo se aprende”, dice el dicho.
Lo que puede suceder es que en el momento de la experiencia –en el desconcierto y el desagrado del momento- uno no siempre esté receptivo a extraer la enseñanza, y en ocasiones es conveniente apartarlo a un lado y dejarlo reposar, por lo menos hasta que uno esté en otro momento más sereno y receptivo y sea capaz de verlo con la ecuanimidad y conciencia que ello requiere.
Está demostrado que las personas no toman decisiones correctas ni en los momentos de euforia ni en los momentos trágicos. Ambos estados aportan una visión distorsionada de la realidad.
Hay que buscar el estado, la actitud, y el momento adecuados, y traer a la memoria –sin pre-juicios- lo sucedido, verlo con los ojos de la comprensión, desde la sabiduría innata de la que todos disponemos, con la conciencia y la consciencia presentes, y entonces diseccionarlo, verlo desde todos los puntos de vista con el ánimo de comprender, y cuando se haya terminado el proceso es seguro que algo dentro de nosotros habrá interpretado correctamente lo que sucedió. Entonces es cuando se puede enviar, ya limpio, y definitivamente, al olvido.
Olvidar es bueno, y hasta necesario.
Ahora ya sabes cuándo.
Te dejo con tus reflexiones…