LA MARAVILLA DE AGRADECER
En mi opinión, ese dicho que se mantiene vigente desde hace tanto tiempo que dice “el que no es agradecido no es bien nacido”, o “de bien nacidos es ser agradecido”, que es lo mismo, contiene una grandísima verdad, un lema que sería conveniente trasladar a la vida de cada persona y darle la preponderancia que requiere y se merece.
He sido agradecido durante todo el tiempo de mi vida que recuerdo, y por tanto hablo con conocimiento cuando digo que el hecho de ser tan agradecido, con todos y por todo, me ha aportado la maravilla de poder recibir sonrisas de gratitud, ver unas miradas muy amables, sentir generosidades espontáneas y, en muchísimos casos, unas manifestaciones cordiales por parte de las personas que reciben mi gratitud por su atención, por su servicio, o por su ayuda, y lo he sentido simplemente porque me han sonreído como señal del mutuo agradecimiento.
Recuerdo mil casos, pero hay uno que representa muy bien el efecto que puede producir la gratitud. Quería registrar un libro que había escrito y, como no sabía los pasos que tenía que dar, para hacerlo llamé por teléfono al departamento correspondiente, y me atendió, muy amablemente, una señora o señorita llamada Marta. Me explicó todos los pasos que tenía que dar, y hasta se ofreció a tenerme preparado con mis datos –tarea que me correspondía a mí- un documento que tenía que presentar en el banco para abonar los gastos del trámite. Cuando llegué al lugar y pregunté por ella, salió a recibirme con el documento ya preparado y, sin abandonar una discreta sonrisa, me repitió las instrucciones, cosa que le agradecí. Me sentí tan bien atendido –y más aún por esa fama de desagradables que tienen los funcionarios- que al día siguiente, cuando llegué a mi despacho, redacté una carta de agradecimiento y se la pasé por fax. Así quedó aquel asunto, hasta que años después tuve que registrar de nuevo un libro, y como no recordaba lo que había hecho la vez anterior repetí la llamada de teléfono para informarme y me atendió de nuevo la misma persona que, nuevamente, se ofreció a tenerme preparado el documento para evitarme la molestia de tener que hacerlo yo. Cuando llegué a su departamento y me vio, a pesar de estar aún lejos pareció recordarme porque salió a mi encuentro y preguntó y afirmó al mismo tiempo al decir “¿usted es Francisco de Sales?”, y le dije que sí. “Pues perdóneme y espere un momento, por favor”. Se acercó hasta su mesa. Vi que abría su dietario y sacaba un folio. “Mire –dijo mostrándomelo cuando llegó a mi lado-, ¿lo recuerda?, es un fax que me envió usted. No sabe cuántas veces y cuántos días lo he tenido que mirar para animarme a seguir en mi trabajo y recordarme que, aunque me encuentre con muchas personas desagradables y desagradecidas, también hay otras personas que saben reconocerlo y agradecerlo”.
¡Qué poco cuesta decir “gracias” y qué gran regalo llega a ser!
Cada vez que me siento bien atendido por una persona digo: “Es usted muy amable”. Cada vez que un dependiente hace bien su trabajo digo: “Es usted un buen profesional”. Cada vez que veo que alguien hace algo rápido y bien digo: “Es usted muy eficiente”. Incluso en algunas ocasiones he pedido hablar con su jefe para hacerle ver que tiene un buen empleado y que le conviene cuidarlo y mantenerlo en ese puesto.
Ahora me he acostumbrado a decir al despedirme: “Que tenga buen día”, porque a mí me encanta cuando me lo dicen. O digo: “Bendiciones”, porque lo siento así.
No cuesta nada, y compensa hacerlo porque a uno le queda un sentimiento rondando que significa “soy una persona agradecida”, y no es el ego quien lo siente, sino el alma.
Si todos fuésemos –uno a uno- más amables y agradecidos, el mundo se llenaría de gente amable y agradecida.
Pon tu granito de arena para conseguirlo.
Te dejo con tus reflexiones…