SUFRIR… SÓLO SI ES PARA CAMBIAR
En mi opinión, el sufrimiento es contraproducente.
No aporta nada que sea positivo, salvo que… salvo que uno lo utilice como plataforma desde la que comenzar un cambio.
Ya se ha escrito en demasiadas ocasiones que cada experiencia por la que pasamos, tanto si es positiva como si aparenta ser negativa, nos puede aportar una lección, algo que nos engrandezca, y que solo depende de cada uno que quiera quedarse en la euforia de los buenos momentos –sin reflexionar acerca de ello y de lo interesante que sería estar así más a menudo- o cuando está mal quiera quedarse en el abatimiento, el pesar, la autocompasión, la lágrima, la negatividad y la sensación de estar en un mundo y una vida que es su enemiga acérrima.
El sufrimiento lo que hace es coartar la confianza, espantar la dicha, opacar la esperanza, teñir todo de un luto agresivo, o poner en la mente los peores pensamientos cargados de dolor y frustración.
A eso que provoca ese sufrimiento conviene mirarlo con objetividad, sin miedo, y no desde el punto de vista de ser su víctima, sino como un asunto que hay que afrontar y resolver. Insisto: no asustado.
Hay que mirarlo de frente, a los ojos, tratando de desdramatizarlo, poniéndolo en su lugar correspondiente y con sus medidas, y no magnificándolo.
Hay que conocer el origen real del sufrimiento, y no el aparente.
Es muy posible que –por ejemplo- tras el sufrimiento de “la gente no me quiere”, esté la verdad de “en realidad sufro porque yo no me quiero, no me acepto”. Y con esta forma de reflexionar acerca del sufrimiento, lo que se propone es no quedarse como el perrito apaleado, y dejando en manos ajenas la responsabilidad de nuestros bienestar o sufrimiento, cuando lo adecuado es admitir la verdad y ponerse a la hermosa tarea de reconciliarse consigo mismo.
Y conviene verificar si estancarse en el sufrimiento, apresado entre sus barrotes, tiene alguna utilidad.
Si sufres –por ejemplo- porque te ha dejado tu pareja, el hecho de que sufras no sirve para que vuelva tu pareja. Si sufres porque te han despedido del trabajo –por ejemplo-, el hecho de que sufras no hace que te llamen para que vuelvas.
Ya sé que en todos los casos están por medio los sentimientos, y contra ellos es difícil luchar… pero no imposible.
Conviene poner objetividad al revisar los motivos del sufrimiento. Ser ecuánimes –unos jueces justos-, y ser objetivos –desinteresados y desapasionados- y muy neutrales.
Date permiso para apreciar las cosas en su justa medida. Sin sentimientos ni pasión, las cosas adquieren el matiz que les corresponde.
Es el modo de apreciarlo en su justa medida.
Y si somos capaces de hacerlo de ese modo, resultará más sencillo mitigar el malestar del sufrimiento.
No tienen que vencer siempre los sentimientos pesarosos y arrastrarnos a su tenebrosidad.
No es necesario quedarse en el sufrimiento ni un segundo más de lo imprescindible para extraer el aprendizaje acerca de cómo actuar en la próxima ocasión que se presente una situación similar, o del necesario para darse cuenta de la incorrección en el actuar o en el pensar, de tomar la decisión firme de no querer volver a caer en lo mismo o no volver a tomarse las cosas del mismo modo. Cada cual verá cuál es su lección.
Hay que evitar siempre, eso sí, que nuestra parte masoquista se quede a regodearse en el sufrimiento porque eso nos acercará más al fondo, a la desesperación, a la depresión… y no son sitios agradables para estar.
Te dejo con tus reflexiones…