MIS PERSONAJES Y YO
En mi opinión, si es tan difícil responder con una verdad a la pregunta clásica de “Quién soy yo”, es porque, realmente, es muy difícil saber quién es uno.
Aparte de esas respuestas que ya están prefabricadas para la pregunta, como esa de “soy yo” –porque se dice sin saber quién es ese “Yo” al cual se hace referencia-, o la de “un hijo de Dios” –que tampoco aclara nada-, “un Ser Espiritual encarnado en un cuerpo humano” –que no es más que una respuesta con ínfulas de rimbombancia-, es difícil que alguien pueda decir con certeza quién es.
Y eso se debe –sobre todo- a que no hemos sido preparados para afrontar la profundidad de la pregunta y su considerable importancia. Nos ha servido durante mucho tiempo responder con un nombre y unos apellidos o con alguna referencia al modo en que nos conocen los otros.
Para sobrevivir, el niño pequeño que alguna vez fuimos –y que de algún modo aún sigue vivo y afectando con su estar más de lo que podemos suponer- tuvo que inventarse diferentes personajes, y porque le parece que eso es lo “normal”, y no se para a revisarlo, cada uno de nosotros seguimos siendo esos personajes con tanta intensidad y tal convencimiento que nos creemos que somos alguno o algunos de ellos.
Para poder sobrevivir en una familia que le daba alimento y cuidado y cobijo, pero que a cambio de ello le exigía que acatara normas y obedeciera sin rechistar a todo lo que se le pedía o mandaba, desarrolló un niño sumiso, amaestrado como un animal de circo, manso y dócil, que se reprimía su naturaleza a veces por la buena convivencia y para no tener que enfrentarse a las figuras fuertes que representaban sus padres y educadores.
Para ganarse los favores y cuidados de su madre, cuando dejó la parte más inconsciente de la infancia y empezó a darse cuenta de lo que tenía que hacer para defender sus intereses, reprimió alguno de sus sentimientos y los ocultó tras la máscara del personaje que representaba de niño subordinado.
Para evitar las regañinas de su padre, tuvo que ser tan “varonil” como se esperaba de él –aunque su edad no era la apropiada para ejercer ese personaje-, o tan obediente y modosa como se espera de una niña, y fue ocultando su verdadera naturaleza indómita o sus ansias de aventura o su sensibilidad o su miedo, y creó un Superman o una Superwoman que tomara su papel y se enfrentara a ese mundo.
Para satisfacer a su abuela –y recibir sus atenciones y sus regalos- se puso el personaje de niño ideal, de niña agradable y cariñosa.
Para evitar los conflictos en el colegio, o para no desentonar con sus amigos, o para relacionarse bien con los otros, fue creando diferentes personajes, y fueron tantos que al final no supo quién era él mismo, quién era ella misma.
Y así estamos hoy.
No son malos los personajes siempre y cuando seamos conscientes de que son personajes y no somos nosotros. El caso más claro es el del actor, que llega a su camerino, se maquilla, se mete en el personaje que tiene que representar y lo es mientras dura la función, pero en ningún momento deja de ser él mismo, y cuando ésta acaba, se quita el maquillaje, retoma su vida, y no le afecta lo que ha vivido mientras ha estado en el escenario.
Es conveniente observarse, estar atento a todo lo que tiene que ver con uno, y prestar atención a conocer todos los personajes que uno es, y, sobre todo, saber cuándo utilizar el apropiado, PERO DE UN MODO CONSCIENTE, y sin olvidar en ningún momento, que uno es EL OBSERVADOR QUE SE DA CUENTA DE TODOS ELLOS.
Conviene también descubrir los condicionamientos inconscientes de cada uno de ellos –de los que somos víctimas directas si los desconocemos-, para ver si necesitan una modificación o ser eliminados, lo mismo que hay que reflexionar por si necesitamos crear alguno que nos interese utilizar en ciertos momentos.
MIENTRAS no cambiemos las ideas y condicionamientos de estos personajes que nos gobiernan a nuestras espaldas estaremos desorientados y en el desconcierto de no saber quiénes somos realmente, y creernos –equivocadamente- que somos cualquiera de ellos. Y mientras no los descubramos no los podremos gobernar, porque actúan desde el inconsciente, sin nuestra autorización ni nuestro control.
Mis personajes me pueden ayudar a andar por la vida, a solventar situaciones sin que Yo quede afectado, a socializar, a manejarme con soltura…
Sólo tengo que conocerles/conocerme, y descartar a ese personaje timorato que me obstaculiza en ocasiones, al protestón que se aferra a su queja y no me deja evolucionar, al boicoteador profesional que se opone a cualquier cosa que Yo considere interesante, al inquisidor que no me autoriza a ser libre o divertido, al acomplejado que usurpa mi identidad muy a menudo, al tibio que me impide disfrutar la vida con toda la intensidad que requiere… hay tantos que en vez de ayudar me perjudican…
Esta es una hermosa y necesaria tarea. Y es imprescindible si quiero empezar a ser Yo Mismo, sin la influencia nefasta de los personajes que pudieron servirme en algún momento para sobrevivir, pero que ahora me ahogan, me descentran, me impiden, me afectan…
¿Quién soy yo?, ¿quiénes mis personajes?, ¿les controlo o me dominan?
Te dejo con tus reflexiones…