OCHO CLAVES PARA SABER SI TIENES UN NIÑO INTERIOR HERIDO
Prácticamente todos tenemos un niño herido, en mayor o menor medida, porque no existen los padres, las escuelas ni las situaciones perfectas, y porque ahí donde nos herimos hay una oportunidad para aprender.
¿Has escuchado alguna vez a una niña de ocho años hablar sobre sí misma? Incluso a una de diez u once, que ya va entrando en la pubertad y va siendo asaltada por las hormonas y todos los cambios que conllevan. Estas niñas, a pesar de la insistencia de nuestra cultura en un modelo muy limitado de belleza femenina, dicen de sí mismas que son hermosas. No tienen ninguna de las inseguridades de las adolescentes; han resistido muchos años a la propaganda social porque, en esencia, son fuertes. También, pese a los errores garrafales que comete nuestra educación, estas niñas y niños dicen de sí mismos que son inteligentes, aunque sus profesores les hayan puesto malas notas una y otra vez. Si les preguntas, ninguno te dirá que es tonto, que es menos que otro niño. Son absolutamente maravillosos. Son lo que hemos perdido.
Desde que nacemos hasta la madurez emocional de los dieciséis años, necesitamos que nuestros cuidadores nos den seguridad, libertad y amor. Si en alguna de estas áreas nos faltó la presencia de nuestro padre o de nuestra madre o de quien asumiera sus roles, de adultos tendremos carencias que, inconscientemente, buscaremos llenar ahí fuera, como si aún nos las pudieran suplir nuestros cuidadores –en la forma de nuestra pareja o incluso de nuestros niños.
Una persona con un niño herido busca cubrir sus necesidades a través de los demás, igual que hiciera de pequeño con sus padres, cuando sí que era imposible que él mismo pudiera satisfacer sus propias necesidades, porque era aún vulnerable e inexperto. Cuando somos adultos, y gracias a la educación que nos dieron nuestros padres y cuidadores, sabemos cómo satisfacer nuestras necesidades enteramente: esa es la verdadera madurez. Sin embargo, esto no sucede en la mayoría de los casos; casi todos tenemos algunas áreas en las que no supieron satisfacernos, o donde nos reprimieron, y que ahora no sabemos cómo satisfacer nosotros mismos. Puede ser que nos faltara seguridad, nos faltara amor y cariño, o nos faltara libertad. Puede que uno de los progenitores no nos lo diera o ninguno de los dos. Habrá una herida, mayor o menor según las circunstancias y cómo la recibiéramos. Esa herida se manifiesta en diversos aspectos de nuestra vida como adultos.
¿CÓMO PUEDO SABER SI TENGO UN NIÑO INTERIOR HERIDO?
Si te sientes identificado con alguno de los siguientes puntos, tu niño necesita tu atención y tu amor. Si atiendes a sus necesidades, tu vida será mucho más sana en todas estas áreas.
1. Repites patrones familiares de forma inconsciente
Actúas exactamente como hicieron tus padres, aunque te juraste no ser como ellos, porque es lo único que conoces y de lo que te vales en ausencia de un modelo mejor y cuando te falta hacerte consciente de tus actos. También es posible que te rebeles y acabes haciendo algo impropio de ti en respuesta a las conductas de tus familiares.
«De esta agua no beberé» indica que tenemos miedo de convertirnos en algo o alguien, y de lo que huimos es con lo que acabamos enfrentándonos.
2. Utilizas la manipulación en tus relaciones
Manipulaciones como el victimismo y el chantaje emocional son estrategias de niños, no de adultos sanos, capaces de cubrir sus propias necesidades. En ausencia de un adulto responsable que supiera cómo satisfacer al niño y ponerle límites sanos, el niño desarrolla comportamientos manipuladores, aprendidos de sus cuidadores, en respuesta a las carencias y a los abusos.
Las diversas manipulaciones que realizamos en nuestro día a día son conductas surgidas del miedo a perder el amor de los demás. Si el amor propio lo tenemos garantizado, no necesitaremos aferrarnos a los demás de formas enfermizas y dañinas.
3. No sabes poner límites
Cuando algo le daña o cuando exigen demasiado de ti, no sabes decir basta, pero, sobre todo, te cuesta ponerte límites a sí mismo y reconocer que no puedes con todo, no sin ayuda. Te cuesta admitir que eres humano. El niño ha tenido que lidiar con conductas y actitudes abusivas y ha reprimido sus deseos hasta el punto de que ahora, como adulto, no reconoce lo que necesita de verdad.
Si como adulto te cuesta exponer lo que necesitas o decirle que no a la gente que te rodea, por temor a defraudarlos, es una señal de que tu niño necesita tu atención.
4. Desaparecen el juego y la risa de tu vida
Las cosas son demasiado serias, la vida es una lucha, no tienes tiempo para ti ni para divertirte o relajarte; todo son obligaciones. Si miras atrás seguro que recuerdas algún momento de la vida de tu niño que, aunque todo fuera negro a su alrededor, encontraba placer en las cosas más pequeñas.
Si no hay un momento cada día, aunque sea uno, para el placer por el placer, es que tu niño interior te necesita.
5. Los nuevos retos te aterran, te falta iniciativa
A los niños sanos no les asusta nada, se atreven con todo, y saben que pueden lograrlo, aunque se equivoquen una y otra vez. Observa a un niño que empieza a andar. Se lanzará de cabeza al suelo una y otra vez, correrá más que el adulto que intenta sostenerle y, si se cae, llorará y se levantará y volverá al ataque. No le asustan los errores –las caídas– porque son parte del proceso.
Si en la infancia nos inculcaron mucho miedo a los errores, nos reprendieron en exceso cuando cometíamos una falta, es posible que nuestro niño interior esté asustado y no se atreva a probar cosas nuevas.
6. Te inhibes de hacer ciertas cosas porque no son apropiadas
Piensa que te van a juzgar o desaprobar si actúas de una manera determinada. Si no te muestras como un adulto serio y respetable, perderás la aprobación de los que le rodean.
«Ya no estoy para…» suele indicar que hay un niño interior reprimido, al que de verdad le gustaría hacer eso que no «debe» hacer.
7. Te preocupas demasiado de lo que opinan los demás
Buscas la aprobación o, por el contrario, el conflicto, pero nunca actúas según sus propias necesidades e intereses sin plantearte cómo reaccionarán los demás. No significa esto que una persona «sana» deba ignorar a los demás; hay una gran diferencia entre tener en cuenta a los que te rodean para no vulnerar su libertad y reprimir una respuesta espontánea ante la vida.
Si te apetece subirte a un columpio o echar a correr por la calle, por el placer de mover tu cuerpo, pero no lo haces, pregúntate por qué.
8. Tu bienestar depende de los demás
Buscas tapar un vacío de amor, horadado en la infancia, con lo que te puedan proporcionar tus parejas. Los amores que experimentas no son amores en los que donde cada uno se provee a sí mismo de lo que necesita y, al uniros, el resultado sea mayor que una suma. Os complementáis en vuestras carencias en lugar de ser dos personas completas que se multiplican al estar juntas.
Si te vales de lo que hay ahí fuera para cubrir tus necesidades en lugar de desarrollar tu propia capacidad para sanarte, entras en la dependencia emocional y en el amor enfermizo.
Marta Tornero