EL PODER DE TUS PENSAMIENTOS PARA VER LA BELLEZA DE LA VIDA
Carmen Calero
Qué terriblemente triste es que las personas están hechas de tal forma que se acostumbran a algo tan extraordinario como la vida.
Jostein Gaarder.
Hace ya algún tiempo tuve un pensamiento que me cambió la vida. Le di una importancia descomunal a una cosa que pensé, (obviando ese algo tan extraordinario que es la vida y creyéndome yo algo más de la cuenta) fue de manera inconsciente, involuntaria, sin darme cuenta, no lo sé. Pero hoy, con el tiempo, lo veo claro. Me diseñé el plan perfecto para estar amargada.
Por una serie de circunstancias, en su mayoría imaginarias, llegué a la conclusión de que mi vida era una mierda. Tenía demasiados problemas que no sabía resolver. Veía a gente que le pasaban cosas peores que a mí y parecían felices. Y yo arrastraba problemas como una novia arrastraría su vestido por el salón de baile en una boda eterna. Haciendo círculos sobre sí misma sin llegar a ninguna parte.
Me repetía a diario lo mismo. El mismo diálogo, la misma solución falsa que no solucionaba nada. Pero no me daba cuenta de nada. La vida que vivía me parecía la única alternativa posible. No veía más allá del horizonte de mi nariz. Volvía a ver a la gente feliz, y me preguntaba por qué las vidas de los demás eran mejores que la mía. Ni cuando me pasaban cosas buenas era feliz. No sabía serlo.
Y en ese momento todavía no sabía que no todo lo que yo pensaba tenía que corresponderse con la realidad. ¿Si me sentía así era porque era real lo que yo pensaba no? Ese era mi respaldo de que era verdad. Pero no. Sentirse así solo quería decir que pensaba cosas que me hacían daño. Lo que yo creía era que mis pensamientos eran rotundamente ciertos. Hasta inamovibles. Confundía mi pensamiento con la realidad.
Vivía encerrada en un pensamiento inútil sin salida. Estoy a punto de descubrir que no soy dueña de todos mis pensamientos. Solo de los que mi razón quiera. Que la mente es libre. A veces pienso que quiero volar, teletransportarme con un chasquido de dedos, ser invisible, salir de copas con el rey Felipe VI, sustituir a Madonna en un concierto, puedo querer morir, puedo pensar que todo es relativo, que todo es absoluto. Puedo pensar lo que quiera. Pero es mejor pensar cosas que no duelan.
En las vidas de las personas hay puntos de inflexión, puntos que lo cambian todo, la forma de mirar el mundo. Supongo que en esos puntos de inflexión los miles de pensamientos que tenemos cada día se filtran (es complicado que los miles de pensamientos que tenemos sean buenos y positivos, según dicen la mayoría suelen ser negativos y chorradas), y el pensador en cuestión, ha de escoger los mejores, sólo los mejores. Y desechar completamente los que hacen daño, los que no valen para nada. Podemos auto-convencernos de lo que queramos, de que somos geniales o unos fracasados. Nuestro filtro es la clave, nuestro diálogo interno elige. Es decir, tú.
Por una serie de circunstancias, en su mayoría imaginarias, me di cuenta que yo misma había creado aquella jaula del pensamiento gris. Y estaba atrapada en ella. Vivía en la jaula sin saber que era una jaula, como los peces no saben que viven en el agua. Hasta que un día pensé, inventé y creé una llave maestra para abrir la jaula. La llave era del mismo material que la jaula. Estaba hecha de pensamientos.
He abierto la jaula, he salido y he vuelto a descubrir el mundo, hace sol, hay gente que me sonríe quizá porque yo ya sonrío, canto, recuerdo las mejores etapas de mi vida, he vuelto a hacer cosas que me gustan, a dibujar, a imaginarme tonterías con las formas de las nubes, a tumbarme en el césped del parque sin pensar en nada, a coger trenes, a entablar conversaciones con personas que no conozco, a tomar tés y gintonics, he vuelto a enamorarme y todavía no sé de quién.
El mundo es el mismo que antes, todo sigue estando ahí, la belleza, y la guerra, pero yo ya me siento libre. Y soy capaz de ver la belleza.