LA VIDA ES INJUSTA, ¿Y QUÉ?
Creemos que la vida debe ser justa. Creemos que las personas “buenas” merecen cosas buenas y que las personas “malas” deben ser castigadas. Creemos que, si hacemos buenas obras, el universo está en la obligación de devolvérnoslas. Creemos que existe cierta justicia universal que da a cada quien lo que cada quien merece.
Sin duda, la vida sería infinitamente mejor si las cosas fueran justas. Sería genial que siempre pudiésemos obtener aquello por lo que trabajamos o que el universo premiara de alguna manera nuestros buenos actos. Por desgracia, la vida no es justa. Y cuanto antes lo asumamos, mejor.
CUANDO EL SENTIDO DE LA JUSTICIA SE CONVIERTE EN UN PENSAMIENTO MÁGICO
El pensamiento mágico es característico de los niños pequeños, pero los adultos no somos inmunes a esa forma de pensar. El pensamiento mágico ocurre cuando realizamos atribuciones ilógicas de causalidad sin pruebas empíricas que las respalden, como cuando creemos que nuestras ideas o expectativas pueden tener consecuencias directas en el mundo externo.
Nuestra creencia de que el mundo es justo puede transmutar fácilmente en un pensamiento mágico. Por ejemplo, un estudio realizado en el Fisher College of Business descubrió que cuando somos clientes habituales de un negocio, creemos que tenemos más probabilidades que los demás de ganar un premio en ese negocio. Este fenómeno, conocido como “lealtad afortunada”, se basa en la idea de que merecemos un premio por nuestra lealtad. Es un pensamiento mágico porque no tiene en cuenta las probabilidades estadísticas.
Esa misma creencia es lo que nos lleva a invertir en el karma. En otro experimento realizado en la Universidad de Virginia los psicólogos apreciaron que en una feria de empleo, las personas a quienes se les hizo creer que el proceso de búsqueda de trabajo estaba fuera de su control, se ofrecieron a donar más dinero a una organización benéfica no relacionada con los dadores de trabajo, en comparación con aquellos a quienes se les hizo creer que encontrar un empleo dependía de ellos.
Más tarde, las personas que buscaban empleo a las que se les hizo creer que su búsqueda estaba fuera de su control se mostraron más optimistas sobre sus perspectivas laborales cuando dieron dinero a la caridad que aquellas que no lo hicieron. Eso significa que, en el fondo, creían que el universo recompensaría su buena acción. Por supuesto, ser optimistas no es algo negativo, pero sentarnos a esperar que el mundo nos recompense no es una garantía de obtener buenos resultados.
PENSAR QUE LA VIDA DEBE SER JUSTA NOS RECONFORTA, PERO TAMBIÉN TIENE UN LADO OSCURO
Todos tenemos un sentido de justicia muy arraigado que puede ser agraviado de muchas maneras. Aunque es importante esforzarnos por crear un campo de juego más justo y equitativo en la vida, hay ocasiones en las que esa sensibilidad no es de gran ayuda a largo plazo. Por eso, a veces es valioso aferrarnos a nuestro sentido de la justicia, pero a veces debemos ser lo suficientemente maduros como para renunciar a la creencia de que la vida debe ser justa.
La creencia de que el mundo debe ser un sitio justo y equitativo nos brinda confianza y seguridad. Apuntala nuestro equilibrio psicológico. De hecho, entre los supervivientes del terremoto de Sichuan de 2008 en el que murieron cerca de 90.000 personas, quienes perdieron a familiares y amigos eran más propensos a creer que la vida es injusta. Sin embargo, quienes siguieron creyendo que el mundo era justo sufrieron menos ansiedad y depresión, como demostró un estudio realizado en la Universidad de Pekín.
No obstante, creer que la vida es justa también tiene un lado más oscuro. Albert Ellis, por ejemplo, estaba convencido de que existen tres monstruos que nos impiden avanzar: “tengo que hacerlo bien, tienes que tratarme bien y el mundo debe ser fácil”. Este psicólogo estaba convencido de que la creencia en que la vida debe ser justa en realidad se convierte en un obstáculo que genera infelicidad.
De hecho, esta creencia incluso nos puede llevar a ser más insensibles, sesgados e injustos. Un estudio realizado en la Universidad Purdue reveló que las personas que creen en la justicia universal son menos propensas a contratar a un candidato que ha sido despedido. Eso se debe a que piensan que debe haber una razón, que ese candidato ha sido, de alguna manera, castigado por su mal comportamiento o ineficiencia. Obviamente, no siempre es así.
LAS EXPECTATIVAS IRREALES NOS CONDENAN A LA FRUSTRACIÓN
Cuando creemos que los demás se deben comportar de manera amable o que no debemos encontrar obstáculos en nuestro camino, en realidad estamos alimentando expectativas irreales. Más temprano que tarde, la realidad se encargará de hacernos ver que no es así, que las cosas no funcionan de esa manera y que a veces la vida es injusta.
Entonces nos frustraremos. Como niños pequeños, nos sentiremos confundidos, agraviados y desorientados, preguntándonos qué ha pasado. No logramos encontrar sentido a un mundo caótico sin aparente justicia y orden en el que cosas malas le pasan a personas buenas y viceversa.
En ese punto podemos llegar a sentirnos extremadamente decepcionados, tristes o enfadados. Sin embargo, lo cierto es que esos sentimientos no suelen ser útiles para rectificar una situación injusta. Más bien lo contrario. Es probable que en más de una ocasión esas emociones hayan empeorado la situación porque nublan nuestra mente racional y nos impiden encontrar estrategias asertivas para lidiar con lo que está ocurriendo.
De hecho, hay personas que pueden arrastrar ese dolor, decepción y rabia durante años, lo cual terminará amargando su vida por completo. Esas personas se aferran a sus heridas y agravios, convirtiéndose en víctimas eternas de las injusticias de la vida. Van por el mundo lamentándose de que “¡la vida es injusta conmigo!”. En esos casos, obviamente, el sentido de la justicia no nos ayuda. Al contrario, se convierte en una fuente de angustia.
ACEPTAR QUE LA VIDA ES INJUSTA Y SEGUIR ADELANTE
Albert Ellis apuntó que “incluso la injusticia tiene aspectos positivos. Nos reta a ser tan feliz como podamos en un mundo injusto”. Ser felices, sentirnos realizados y plenos cuando el mundo va bien y nos premia no tiene mérito. El verdadero mérito consiste en desarrollar las herramientas psicológicas que nos permitan mantener la paz interior en medio de la tormenta, cuando el mundo es extremadamente injusto.
Cuando nos ocurren cosas malas, podemos gastar toda nuestra energía en lamentarnos por lo injusta que es la vida o podemos aceptar esa obviedad y seguir adelante. Si el universo no ha llevado bien las cuentas de nuestras buenas acciones, no podemos hacer nada más que aceptarlo.
Ellis explicaba que “la realidad no es tanto lo que nos sucede sino más bien lo que pensamos sobre los sucesos que crean la realidad que experimentamos. Eso significa que cada uno de nosotros crea la realidad en la que vive”. Tenemos un poder enorme para construir pensamientos, sentimientos y acciones que puedan ayudarnos a vivir de manera más equilibrada o, al contrario, que conduzcan a conductas autodestructivas.
Aceptar que la vida no es justa no significa permitir que todos nos pasen por encima o que vulneren nuestros derechos. También debemos ser capaces de poner límites siguiendo nuestro sentido de la justicia y lo correcto. Solo debemos tener cuidado de que ese sentido de la justicia no se convierta en una espada de doble filo porque podemos perder fácilmente la perspectiva y luchar una batalla que está perdida de antemano o envenenarnos con la amargura del agravio.
La noción de lo que es justo es seductora, pero debemos ser pragmáticos. Nos resultará más fácil lidiar de manera asertiva con un agravio cuando aceptamos la “aparente” falta de equidad en la vida. Podemos creer que los tribunales se han creado para protegernos e impartir justicia. Eso está bien. Pero también debemos ser conscientes de que a veces el sistema de justicia puede ser bastante injusto.
A veces solo debemos dejar ir ese deseo de encontrar un sentido a todo, un orden detrás del caos que explique lo que nos negamos a aceptar: que a las personas “buenas” les pasan cosas malas y que a las personas “malas” le pasan cosas buenas.
En resumen, necesitamos comprender que insistir tercamente en la creencia de que la vida es injusta conmigo inevitablemente profundizará nuestro dolor o enojo y nos obstaculizará en el agravio, impidiéndonos seguir adelante.