LA AUTO-ESTIMA Y LA OTRO-ESTIMA
Partimos de la idea o definición de que la Autoestima es el estado de aceptación de quien uno es, de valoración de lo que es, y de sentir el amor propio consecuencia de ello.
La Autoestima sólo puede ser retroalimentada por uno mismo.
Lo que aportan los otros –piropos, halagos, reconocimientos…-, se lo queda el ego.
No llegan al Ser.
Los reconocimientos exteriores son sólo un truco –pero bienvenidos si uno es consciente de que son sólo un truco- que nos puede servir para empezar a sentir la propia valía. Pero con sólo un truco.
El aplauso y reconocimiento externo no valen realmente si son acogidos y apreciados desde el ego.
Si somos amables, y nos lo dicen, pues qué bien. Pero ojo si eso de que “somos amables” no es más que una opinión de alguien que sólo conoce una faceta nuestra.
Sólo si uno siente de sí para sí que es amable, si está convencido en su esencia, en un convencimiento indestructible que supere cualquier bache o duda, sólo en ese caso es vigente y tiene presencia rotunda.
Uno de los síntomas de una Autoestima saludable es la sensación de sentirse bien –y sin necesidad de definir o aclarar qué es “bien”-, de sentirse a gusto consigo mismo. La manifestación visible de ello es la paz
Paz con lo que se es, y cómo se es, lo que no excluye que se siga ahondando en desarrollar y consolidar aún más esa paz.
Basar la Autoestima en lo que nos aportan los otros, dejar en sus manos la propia estabilidad, y la base de firmeza personal que es la Autoestima, es una insensatez; es estar en la cuerda floja continuamente; es malvivir en una intranquilidad o bamboleo incesante.
No saber darse amor y reconocimiento, y vivir de la mendicidad de la limosna de valía que nos quieran dar los otros, es una manifestación del fracaso en la relación propia.
Es imprescindible amarte, porque eres tu única responsabilidad , quien te ha acompañado desde el nacimiento hasta el final, porque no tienes a otro, porque eres una buena materia prima sobre la que construir o reconstruir, por el motivo que te parezca adecuado, o por ser un milagro de la Creación: un Hijo de Dios.
