CARTA A LA MUERTE
Rechazada muerte:
No te sorprenderá a estas alturas escuchar que eres odiada, nada querida y mal recibida.
Has hecho méritos suficientes para ganarte tantos desprecios.
La verdad es que desde que tenemos las primeras noticias de tu existencia -en la infancia- deberíamos aceptarte como algo inevitable que eres, y deberíamos hacernos a la idea de la finitud de la vida, y de su irrepetibilidad e irrecuperabilidad.
Durante la infancia y la juventud nos habita la sensación de inmortalidad. Entonces somos jóvenes y vivimos en la insolencia de una juventud que se cree que nunca acabará.
Se mueren “los viejos”, nuestros abuelos, algunos padres de los amigos, pero nosotros nos quedamos a salvo; parece que eso no nos va a llegar nunca… y caemos en el derroche de tiempo –que es el derroche de la vida- y sólo cuando nos vamos acercando a cierta edad y comprobamos que otros de nuestra misma edad ya mueren es cuando nos entra el miedo ante el reconocimiento de nuestra propia vejez en un cuerpo que se ha ido deteriorando. Ahora sí que uno comprueba que va en serio eso de morirse.
Una visita a un cementerio, o acudir a un entierro, o una reflexión objetiva, nos confirman que todos nuestros antecesores, sin excepción, han ido muriendo y que nosotros, inevitablemente, también vamos a morir.
“No es morir lo que me molesta, sino dejar de vivir”, dicen algunos escondiendo su miedo en esta ironía o mal chiste filosófico.
Morir asusta. Aunque uno no ha muerto nunca antes, y no sabe de qué se trata en realidad, está asustado ante el evento. Tanto por la idea de no seguir vivo como por la otra idea de qué va a pasar después. Ahí se despiertan las creencias en eso de que hay un “más allá” y hasta es posible que uno se auto-engañe –si no está plenamente convencido- creyendo que después de la vida hay algo más –la mejor parte, según algunos-.
Personalmente, en este momento de mi vida, no te tengo miedo, muerte. No es que tenga prisa por que hagas acto de presencia, pero no pienso hacer ningún esfuerzo peleando contra ti en una batalla que claramente voy a perder.
Soy muy consciente de que el tiempo de vida es un regalo con fecha de caducidad, que algún día tendré que devolver este cuerpo y esta mente y no sé si algo más; que es muy agradable y es mágica la oportunidad de estar aquí y ahora, de haber podido disfrutar de tantas cosas y de tanta gente; que vivir es un milagro que no siempre sabemos apreciar porque nos parece un derecho y porque lo convertimos en cotidiano y lo menospreciamos.
No te conozco personalmente. Sólo te he visto en otros cuerpos, siempre inmóviles ante tu presencia. Veo que dejas quietud y que te llevas esta presunción que nos crea estar vivos aunque seamos simples mortales con pretensiones de ser eternos.
Esto de vivir se acaba el día que tú decides presentarte. Decides y ganas tú siempre, no hay duda. No tienes rivales a tu altura.
Se le atribuye a Antonio Machado una rotunda reflexión que debería tranquilizar del todo a quienes realmente la comprendan: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”. Y no necesita explicación: cuando estemos muertos no seremos este ser vivo actual. No tendremos sentimientos, así que no existirá la nostalgia, ni el dolor, ni la añoranza, ni la carencia, ni los pensamientos, ni el sufrimiento. El muerto ni siente ni padece.
Creo que no merece la pena perder el tiempo pensando en ti. Ese tiempo es más provechoso si lo dedico a la VIDA. Para mí, hablar de ti me sirve para VIVIR la VIDA con más intensidad.
Algún día seré tuyo. Pero no tengas prisa en venir.
Francisco de Sales
