¿EN QUÉ SE DIFERENCIAN LA ACEPTACIÓN Y LA RESIGNACIÓN?
La aceptación implica una experiencia de aprendizaje. La resignación nos impide capitalizar una circunstancia y transformarnos de manera positiva.
La aceptación y la resignación tienen claras diferencias, aunque algunas personas tienden a pensar que son lo mismo. En primer lugar, la aceptación deja abierta la posibilidad de cambiar la manera en que nos sentimos frente a una situación.
Por su parte, la resignación —aunque también es una salida— nos deja atrapados como «el perro que se muerde la cola», una metáfora de estar dándole vueltas al asunto una y otra vez. ¿Por qué una actitud es más sana que la otra? Veamos.
ACEPTACIÓN Y RESIGNACIÓN: ¿CUÁLES SON LAS DIFERENCIAS?
Tanto la aceptación como la resignación se manifiestan en los pensamientos, las emociones y las conductas. La resignación nos deja con un sabor amargo en la boca, con una actitud derrotista o con ese sentimiento de que no queda otra salida que aceptar que las cosas se presentan de tal manera.
Por el contrario, la aceptación nos lleva a comprender que una situación se presenta de determinado modo, pero nos invita a pensar qué cambio podemos activar en nosotros mismos para afrontarla de la mejor manera.
Es decir, asumimos un rol activo, orientado a una transformación personal, que nos vuelve partícipes y agentes de algo que nos haga sentir mejor. En otras palabras, nos implicamos con el cambio. De igual manera, es una forma de pasar página, ya que abarca un proceso con diferentes emociones.
Esto nos permite reconocer que hicimos lo que pudimos y que otros aspectos simplemente se escaparon de nuestro control. Nos pone de frente a las circunstancias y nos permite evitar el autoengaño o la autopena.
Sin embargo, la resignación nos lleva una y otra vez a la misma situación, ya que quisiéramos poder hacer más. Nos quedamos con la idea de que queda algo pendiente. Incluso, a veces asumimos un rol de víctimas, «no depende de mí, no fui yo quien tomó esa decisión». Por último, nos impide trabajar sobre nuestras emociones, ya que renegamos de la realidad que nos toca vivir.
La aceptación implica un proceso en el que se gestionan las emociones y se cambia la visión con respecto a las situaciones.
PRINCIPALES DIFERENCIAS
Recapitulemos a continuación las principales diferencias de estos dos conceptos.
• Rol: mientras que en la aceptación nos invita a «apoderarnos» de la situación, la resignación nos deja inmóviles. En la aceptación somos capaces de buscar soluciones o de pensar en alternativas.
• Orientación en el tiempo: la resignación vuelve una y otra vez sobre el pasado, la aceptación se orienta en el presente y eso le permite avanzar hacia el futuro.
• Resultado: la aceptación nos lleva a la resiliencia, mientras que la resignación nos ancla al sufrimiento.
• Emociones: en un caso, se niegan, mientras que en otro se abordan, se «viven» y se transforman. De este modo, la resignación nos deja en emociones pesimistas, mientras que la aceptación nos activa y nos invita al entusiasmo de reinventarse, de rehacer y de generar nuevas propuestas y vínculos.
La aceptación y la resignación avanzan de manera diferente hacia la adaptación. La primera de tipo proactiva —reconozco todo lo que pasa, pero voy a buscar circunstancias que me permitan actuar a mi favor y por mi bienestar— y la segunda pasiva, «no hay otra salida».
VEAMOS UN EJEMPLO SOBRE LA ACEPTACIÓN Y LA RESIGNACIÓN
Recibimos un diagnóstico de una enfermedad. La noticia, en primer lugar, nos provoca shock. Ahora bien, en un segundo momento, direccionamos nuestra actitud; ¿aceptamos o nos resignamos?
La aceptación implica movilizar recursos, mientras que la resignación nos bloquea, ya que nos deja estancados en la situación, sin armas, incapaces de pensar qué podemos hacer para afrontar este panorama.
La aceptación nos convoca a buscar un sentido, un «para qué». Nos permite resignificar una experiencia y es el puntapié para trabajar sobre la resiliencia. Es decir, luego de un proceso, somos capaces de entender que la enfermedad puede enseñarnos algo, que podemos transformarnos.
Así, empezamos a cambiar nuestro estilo de vida y a virar hacia nuevos hábitos, llevar una vida más saludable, realizar controles médicos con frecuencia, entre otras medidas. Ampliamos nuestra mirada, nos preguntamos por otras variables y llegamos a una lectura más amplia y compleja de las situaciones.
Entonces, deja de ser autorreferencial y personalista, y nos ayuda a entenderlo. Por supuesto, requiere de trabajo y de voluntad, pues no es algo que se dé naturalmente.
Entre tanto, la resignación nos atrapa en una visión de desgracia, en la pregunta recurrente sobre «¿por qué a mi?». Incluso, muchas veces adopta esa mirada culposa y que nos responsabiliza; «debería haberlo hecho antes», «debí haberme cuidado…», «y si…», entre otras ideas que nos destruyen.
La resignación limita encontrar soluciones a las dificultades. Conlleva a una visión más fatalista de todo.
LA ACEPTACIÓN NO ES LINEAL, REQUIERE DE UN PROCESO
Nadie dice que la aceptación será «sin pena y sin gloria». Requiere de un proceso que permita afrontar la situación hasta poder aceptarla. No es algo lineal, que empieza y continúa sin altibajos. Es esperable que nos encontremos con diferentes emociones.
Sin embargo, a partir del momento en que las reconozcamos, podremos gestionarlas y poco a poco nos sentiremos mejor. Esto no significa que estemos conformes con la ocurrencia de determinada experiencia, pero sí nos alienta hacia un nuevo entendimiento y hacia la superación.
No nos deja en el conformismo, ni en el pesar de no poder controlarlo todo. Por el contrario, nos permite enfocarnos en aquello que sí está bajo nuestro eje.
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