CUANDO EL ABUSO SEXUAL CONVERGE CON LA CULPA.
Por José Daniel Cascante Calderón
Es frecuente observar, en los pasillos de los hospitales psiquiátricos, manifestaciones de trastornos mentales enraizados con el trauma. Aquí las vivencias dolorosas y la vida cotidiana se compenetran de tal manera que la persona ve mermada su capacidad de realizar tareas diarias con normalidad. Incluso, el contenido del pensamiento puede tornarse depresivo y sumamente decadente, asociándose en ocasiones con una ideación suicida: en estos casos, la hospitalización se torna imperativa.
Los eventos que pueden desencadenar secuelas de trauma son sumamente variopintos. Incluso sin cumplir con su definición formal, algunas sutilezas pueden demarcar la expresión psicológica del cerebro. Sin embargo, otros sucesos pueden ser más evidentes, como es el caso de los abusos sexuales.
El comportamiento de una persona que ha sufrido abuso sexual no sigue una misma línea: algunas personas desarrollan una coraza que les hace inmunes a las secuelas negativas del abuso y, otras, despliegan una serie de síntomas psicológicos sumamente abruptos, dolorosos y difíciles de controlar.
Entre el enorme abanico de síntomas que pueden florecer en las personas afectadas por un abuso sexual, yace la culpa.
Es usual que algunos pacientes les comenten a sus psiquiatras y psicólogos que se sienten culpables de la agresión sexual sufrida. Este sentimiento es muchas veces incomprendido. ¿Por qué sentirse culpable de un hecho del cual se fue víctima? No obstante, tiene sentido desde el punto de vista de que la persona puede sentir que incitó el abuso: acatando las órdenes del agresor, haciendo del abuso un continuum interminable al quedarse callada, al seguir encontrándose con el violador por cuenta propia, al permitirse ser manipulada o chantajeada por este sin percatarse de su valor como persona. Inclusive, por haber disfrutado de alguna manera posible de la agresión. A pesar de ello, y recalcándolo como una tónica, la agresión sexual es agresión sexual y el violador es un violador. No importan las circunstancias: si no hubo consentimiento es un abuso sexual.
El tratamiento de las secuelas de abuso sexual es largo y tedioso. Es necesaria la intervención de la terapia psicológica y, en ocasiones, de complementos farmacológicos para lidiar con síntomas más graves asociados al trauma como la ansiedad o la depresión.
Es un reto para los terapeutas propiciar las herramientas necesarias para reconfigurar la idea de la culpa, pues muchas veces ha enraizado tan profundo en el inconsciente que se convierte en una verdad perpetua con la que se lidia todos los días. Este nocivo apego a la idea de la culpa es motivo para que el paciente muchas veces sienta que debe ser castigado o que no es merecedor de sucesos positivos.
De igual manera, el constructo moral de la sociedad influye en la sensación de culpabilidad: el hecho de ser abusado sexualmente es motivo para sentir que se ha perdido la dignidad o que se ha sido denigrado de forma permanente, pues el sexo es sucio y se premia la virginidad como símbolo de pureza. Ambos sentimientos perpetúan la sensación angustiante de la culpa.
La empatía en estos casos y en la vida en general es necesaria: ponerse en los zapatos del otro nos permite ver de cerca su dolor, tomarlo con nuestras manos y comprenderlo con franqueza. Es solo mediante este acercamiento que podemos ofrecer un acompañamiento asertivo que sane y que no juzgue.
La terapia continua, en ocasiones el complemento farmacológico, el apoyo de la familia y los amigos permiten a los pacientes liberarse paulatinamente de las pesadas cadenas de la culpa para dar lugar una profunda sensación de bienestar, autoconocimiento y amor por sí mismo. No, no tenés la culpa. Eso es un hecho.
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