EL 91.4% DE LAS COSAS QUE NOS PREOCUPAN NO LLEGAN A SUCEDER NUNCA.
En mi opinión, el dato que ha elaborado la Universidad Estatal de Pensilvania -que ha verificado que 91.4 de las cosas que nos preocupan jamás llegan a ocurrir- ya lo intuíamos desde siempre.
El error principal es que tenemos una mala tendencia al negativismo y a lo trágico y a que suceda la peor de las posibilidades, y no tenemos clara la diferencia entre dos formas de afrontar los pensamientos cuando miramos el futuro o miramos las posibilidades de lo que puede llegar a ocurrir.
PREVER: “Ver con anticipación; conocer, conjeturar por algunas señales o indicios lo que ha de suceder; disponer o preparar medios contra futuras contingencias”.
PREOCUPAR: “Ocupar antes o anticipadamente algo; dicho de algo que ha ocurrido o va a ocurrir: producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud; dicho de una cosa: interesar a alguien de modo que le sea difícil admitir o pensar en otras cosas”.
En principio ambas cosas persiguen el mismo objetivo: PRE-VER (ver con anticipación) y PRE-OCUPARSE (ocuparse con anticipación), o sea anticiparse. La muy notable diferencia está en el modo de base de afrontarlo.
En el primer caso se adivina tranquilidad, objetividad, una visión desapegada del asunto; uno se prepara con tranquilidad. En el segundo caso cambia el modo y la actitud y eso puede afectar, inevitablemente, al resultado; ya se habla de “producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud” –ya no hay objetividad sino tensión y nerviosismo- y al mismo tiempo se pierde la imparcialidad imprescindible puesto que también es “interesar a alguien de modo que le sea difícil admitir o pensar en otras cosas” –se convierte en algo obsesivo desde una actitud no abierta a nuevas posibilidades-.
Repito el dato porque es alarmante: EL 91.4% DE LAS COSAS QUE NOS PREOCUPAN NO LLEGAN A SUCEDER NUNCA. Y mientras, estamos cometiendo un derroche de mortificaciones innecesarias, un sufrimiento que no ha aportado luz y sí intranquilidad, una angustia que nos ha llevado a imaginar el peor escenario posible, el porvenir más oscuro, desvelos, inquietud, dolor…
Hay que aprender a controlar la mente para que sólo piense bajo nuestra supervisión y para que no se dispare hacia escenarios trágicos improbables. Sólo provocan ansiedad, angustia, temor, sufrimiento y hasta un trastorno de ansiedad generalizada en los casos más graves. Está bien estar alerta y prever pero no está tan bien estar preocupado.
Ante cada situación hay que situarse en la actitud correcta y en la medida justa. Y esto es algo que se puede aprender. Se puede –y se debe- aprender a ver los asuntos como ajenos, fuera del efecto que le pueden provocar a uno, tal como somos capaces de ver los problemas de los otros desde nuestra imparcialidad.
“Y si…”. Todo lo que llegue detrás de este “y si…” hay que cogerlo con pinzas y ponerlo en cuarentena, no hay que quedarse a priori con ninguno de los supuestos como algo inevitable. Conviene dudar en principio de nuestra propia mente hasta comprobar si es una elaboración en la que hemos participado conscientemente o es una elucubración autónoma de nuestra asustadiza y pesimista mente.
Está bien anticiparse, está bien tener preparadas posibles soluciones o actuaciones, está bien tener un plan B, pero… hay que hacerlo bien. Todo lo visto se resume fácilmente: hay que ocuparse, pero no hay que preocuparse.
¿Sabrás hacerlo bien a partir de ahora?
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