CAPÍTULOS INCONEXOS 2
Está bien. Si he de morir de una agonía fruto de mi pena, me reclamo el derecho a ser antes defendido del ataque y juicio de mi conciencia. Solicito para mí una justicia que nazca de mis propios cielos, una paz que me permita no ser más ni menos, paciencia para llegar hasta mi último recoveco, y una luz mayúscula, preñada de más luz, que me guíe en el intento.
Si me he de ir, aunque ya esté muerto mil veces con cada respirar que a mi pesar nace, antes hurgaré entre los pasados que un día fueron presentes, y rebuscaré hasta encontrar el brillo hoy empolvado de algún instante en que fui feliz, y rememoraré y degustaré la presencia de la felicidad que habitó en mí.
Me debo un perdón a pesar del precio que pueda tener.
Si soy capaz de admitir en otros sus debilidades y sus tropiezos, no veo porqué conmigo no he de ser igual de generoso.
Me falta limar mis propios desamores, los rencores nunca aceptados, lo falso y lo incierto.
Me falta abrazarme hasta sentirme muy abrazado.
Voy a reparir entre dolores las sonrisas que un día me habitaron y me prometo a mi vida un remanso donde nadar plácidamente.
Volaré hasta mis ayeres para encontrar una reminiscencia mía, mi antepasado de esta existencia, aquel que era antes de que me raptara la congoja y me hiciera suyo.
Solo pido en este momento de incertidumbre un espíritu valiente que me acompañe con paso firme por entre los algodones y los rayos que me acompañarán cargados de veneno, un espíritu que sepa leer las notas y los planos que se pintarán en el aire, que sepa distinguir entre los aromas que emanarán de ese infierno que me llamará con su voz de sirena en celo, que en el bagaje de sus mil vidas haya aprendido a guiar al ciego y ayudar al desvalido y que sepa encontrar en la oscuridad el interruptor que al susurro de “hágase la luz”, obedezca.
Que así sea.