CUANDO LA SOLUCIÓN NO ES QUE TE DEJE DE AFECTAR LO QUE HACEN LOS DEMÁS.
• Vanessa Carreño Andrés
¿Uno de tus grandes problemas es que te afecta demasiado lo que hacen y dicen los demás?
Vale, entonces voy a contarte algo.
Imagínate a una mujer (es el caso real de una coach que trabajó conmigo hace unos meses) que viene y me dice esto: “cuando alguien opina algo de mí me genera enfado. Y no quiero que me sienten mal ciertas críticas. Quiero que me den igual, relativizar y no tomármelo como un ataque”.
El asunto era que tenía una compañera de trabajo que constantemente se estaba metiendo con ella, haciendo comentarios despectivos y dejándola en evidencia delante de otras personas.
“Me voy a casa dándole vueltas a lo que ha pasado y después duermo fatal. No quiero que me afecte tanto lo que ella haga”, me decía.
“A ver, si yo estoy contenta con mi trabajo, ¿por qué me tiene que afectar lo que ella diga o lo que los demás puedan pensar cuando la escuchan?”.
Es decir, lo que esta coach quería era que su compañera hiciera esos comentarios y a ella le importara un pimiento. Vaya, que le entrara por un oído y le saliera por el otro. Con cero malestar.
Porque los comentarios y las actitudes de su compañera le estaban afectando en todo: en cómo rendía en el trabajo, en cómo se relacionaba con sus compañeros, en cómo se sentía cuando se iba a casa, en cómo estaba después con su pareja y las ganas que tenia de hacer cosas… ¡en todo!
¿Qué opinas tú de esto?
Pues te cuento cuál era el verdadero problema aquí: que el sentirse mal no venía de lo que hiciera su compañera, sino de que ella NO se estaba defendiendo. Porque había aprendido que tenía que “ser buena”, por miedo al conflicto, por miedo a lo que pensaran los demás de ella y por no saber cómo hacerlo, la cosa es que la otra la atacaba y ella no hacía nada. ¡Y esto era lo que le estaba generando tanto malestar!
“Si alguien intenta pisarme me quedo callada y después estoy dándole vueltas. Y lo que quiero es aceptar lo que ha pasado y olvidarme del tema. Tengo compañeras que se van a casa y desconectan, pero yo no soy capaz”, me decía.
Ya. ¡Pero es que no puedes olvidarte de algo que te ha generado malestar y hacer como que no ha pasado nada!
Es decir, si alguien te trata de tonta delante del jefe, lo lógico es que te sientas mal. Y eso es sano, no tiene nada de malo.
Pero si tu respuesta es callarte y no poner un límite, lo lógico es que te sientas fataaaaal y que te vayas a casa rayada y sintiéndote insegura. Y eso sí que NO es sano y sí que tiene mucho de malo, ¡porque no te estás protegiendo ni defendiendo!
Ese era su verdadero malestar, y de eso fue de lo que se dio cuenta con solo un par de sesiones (el resto ya sirvieron para que aprendiera a poner esos límites).
“Claro, ahora me doy cuenta de que lo normal es que me afecte y de que ese daño me sirve para saber que necesito poner un límite”.
Y así fue como ella empezó a responder a esas críticas malintencionadas, a defenderse y a hacer lo que necesitaba hacer en cada momento para poner un límite. Y así, también, fue como empezó a irse a casa tranquila (a veces enfadada por los desplantes de su compañera, sí, pero tranquila), sin darle más vueltas a la cabeza, y durmiendo bien.
Porque comprendió que valorarse no es solo valorar cómo haces tu trabajo, sino también cuidarte y respetarte a ti misma. Y eso pasa por ponerle freno a quien no te respeta.
Es decir, en estos casos de acoso (laboral, familiar o lo que sea), la solución no es que la otra persona deje de hacer lo que hace y deje de ser tan tóxica, porque eso no depende de ti.
Y tampoco es que tú dejes de sentirte mal por lo que ella hace, para que así pueda seguir molestándote cada vez que le da la gana y a ti te la bufe, porque eso no sería quererte ni respetarte a ti misma lo más mínimo.
ESCUCHA TU DOLOR, ¡Y ACTÚA!
Resumiendo: cuando alguien te hace daño te tiene que doler.
Porque gracias a ese dolor podrás gestionar lo que está pasando y hacer lo que necesites en esa situación.
Cuando por miedo a enfrentarte a la otra persona, por miedo a que la cosa vaya a más, o por lo que sea, no quieres sentirte mal, la consecuencia es que te vas a sentir peor. Porque, por un lado, no estás aceptando cómo te sientes con eso y, por el otro, no lo estás gestionando.
Y esto habla de ti, no tiene nada que ver con la otra persona, y es algo que necesitas trabajarte tú.
Esto te cuenta que hay algún motivo por el que preferirías no sentir lo que sientes.
Piénsalo, ¿qué es eso que pretendes evitar dejando de sentirte mal por lo que hacen los demás?
Ya te digo que pueden ser muchas cosas: desde evitar tener una conversación incómoda con alguien, evitar un conflicto mayor, evitar no gustarle a alguien, evitar que los demás puedan pensar X de ti…
Y esto nos pasa mucho, muchísimo más de lo que te puedas imaginar.
Por ejemplo, si unos amigos quedan para comer sin avisarme y yo me siento mal, el problema sería querer dejar de sentirme mal (para así no tener que decirles que eso me ha dolido). En cambio, lo sano, es escuchar que me estoy sintiendo mal, sin juzgar que no debería sentirme así, y expresarles a ellos como me he sentido (sin valorar lo que han hecho, simplemente hablando de lo que me ha removido eso a mí).
Más ejemplos para que te des cuenta de lo cotidiano que es esto:
Una coach cuya pareja era un manipulador emocional con rasgos narcisistas (afortunadamente, ahora ya solo es su ex) que me decía “yo lo que no quiero es que mis emociones dependan del otro. No quiero quedarme mal porque él se ponga agresivo conmigo y después me eche a mí la culpa de que se haya puesto así”.
A ver, es que tus emociones van a depender del otro siempre, y así ha de ser. Porque si tus emociones funcionan bien y alguien te hace daño, tú te vas a enfadar. ¡Y esto es correcto! El problema sería que alguien te haga daño y a ti te de igual, ¡entonces sí que tienes tu radar atrofiado!
Es decir, y me repito porque esto te lo he contado muchas veces, pero es importante: tus emociones funcionan como un piloto que llevas incorporado.
Y que ese piloto se ponga verde, amarillo o naranja no depende de ti.
Depende de muchísimos factores internos y externos, como puede ser un pensamiento, que tengas un golpe con otro coche en la carretera o que alguien te deje en ridículo delante de otras personas.
Y ninguno de esos imputs externos va a depender de ti.
Lo único, lo que siempre depende de ti, es como lo gestionas. Es decir, lo que tú haces con esa lucecita, del color que sea, que se ha encendido en el piloto que son tus emociones.
Por ejemplo, una coachee que me contaba que su marido se acababa de jubilar y ella seguía trabajando, así que le pidió que ayudara más en casa. Pero él no lo hacía, y si un día conseguía que tendiera la ropa era a regañadientes.
Y ella me decía “me gustaría que me diera lo mismo que me dijera so que arre, y si no quiere hacer las cosas de casa que me dé igual”.
Vale, ¿qué crees que pretendía evitar esta coachee queriendo no sentirse mal por el comportamiento de su pareja? Pues eso, eso es lo que quiero que aprendas a ver, que sentirte mal es correcto, y que cuando no quieres sentirte así es porque estás intentando evitar algo que te da miedo.
Y lo mismo con otra coachee que se había quedado disgustada porque su hermana le había dicho “es que tu solo te preocupas de papá y mamá cuando te interesa”. Y me venía contando lo mismo, que “no quiero sentirme así por lo que ella diga, si yo sé que eso no es verdad”.
Vale, entonces si sabes que no es verdad, ¿por qué no le dices a tu hermana cómo te has sentido con su comentario?
Si la que hubiera recibido ese comentario de tu hermana hubiera sido una niña pequeña de la que tú estás cuidando, ¿qué le dirías?
¿Le dirías “ay mi amor, no tienes que sentirte así, si ya sabes que eso no es verdad”?
¿O le dirías “tranquila, ahora mismo vamos a hablar con ella y a decirle que lo que ha dicho te ha dolido y que no estás de acuerdo”?
Claro, la segunda opción implica enfrentarse al otro, por eso muchas veces preferimos la primera. Porque si yo consigo que deje de afectarme lo que hacen los demás, ya no tendré que tener esa conversación incómoda.
Y así, te podría seguir poniendo ejemplos de lo mismo hasta que las dos fuéramos viejecitas, porque lo trabajo constantemente con mis coachees.
LOS LÍMITES QUE NO PONES
Como puedes ver, muchas veces detrás del “no quiero que me afecte lo que hacen los demás”, lo que hay es miedo a poner límites.
El problema es que por ese camino JAMÁS te vas a sentir bien.
Porque tus límites son la manera en la que cuidas de ti y como te proteges de que los demás te hagan daño.
Y porque cuando algo te afecta, te afecta, y punto.
Da igual si es que tienes muchas heridas del pasado y eres demasiado sensible a lo que hacen los demás, o si es que cualquiera en tu situación sentiría lo mismo.
Puedes resistirte, reprimirlo o enfadarte contigo misma (sí, infinitas las veces que nos enfadamos con nosotras mismas para así no tener que enfadarnos con los demás… ¡ay!).
La cosa es que te afecta. Y NO se trata de que te deje de afectar, sino de que lo gestiones.
Si vives una situación tipo a los ejemplos que te acabo de poner y eso te deja toda la tarde dándole vueltas, te quita el sueño o hace que no tengas ganas de hacer nada en los próximos tres días, ¡lo que necesitas es hacer algo!
Si te encuentras a alguien que te ridiculiza o te hace un comentario de desprecio, y tú te sientes, mal pero no dices nada, y te vas a casa con mal cuerpo y no dejas de pensar en ello y en que no debería afectarte, este silencio y este mutis por el foro es lo que tienes que gestionar. Porque te están hablando de ti.
De ti, y de los límites que NO pones.
Si esto te interesa, mi curso de Límites está a puntito de salir. Y te darás cuenta de que cuando empiezas a poner límites es cuando, por fin, lo que hacen los demás te deja de afectar. Porque les sacas tu señal de “stop” y te defiendes.
Es decir, para que algo no te afecte, primero te tiene que afectar.
Te afecta, lo escuchas, lo gestionas de la manera que necesites, pones los límites que haga falta… y entonces ya te deja de afectar.
Ese es el proceso. Sin atajos.
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