LA VALENTÍA EN EL DUELO
Quiero hablaros de una cualidad que forma parte integral y principal en todo proceso de duelo y en toda persona que ha perdido a su ser querido y ha tenido que enfrentarse al sufrimiento.
Llevo 14 años trabajando con el duelo y sí he tratado alguna que otra vez la heroicidad del duelo, tema que a muchos os incomoda, pero jamás específicamente la valentía.
La valentía es por excelencia la principal energía que acompaña a toda persona en su proceso de duelo desde el primerísimo momento de la pérdida.
Cuando nuestro ser querido se va de nuestro lado, el golpe inicial desata un sin fin de dolores, problemas y especialmente miedos que nos dejan literalmente sin aliento. En un instante todo nuestro futuro desaparece tal y cómo lo habíamos proyectado y nos encontramos sin nada familiar. Esta situación totalmente extraña, nos descoloca, produciendo una sensación de incredulidad, desatada por la magnitud del acontecimiento.
Para neutralizar el demasiado dolor que nos espera en cualquier momento, este estado de aturdimiento puede eternizarse, manteniéndonos en una suspensión sin fin. Lo que nos espera nos amenaza tanto que nos defendemos alargando y posponiendo el momento en el que vamos a tener que enfrentar la realidad.
Ante tanta precariedad, nos vemos totalmente incapacitados y sólo la valentía nos va a rescatar de la nada. En un momento u otro vamos a tener que armarnos de valor, respirar hondamente y dar ese paso, tan duro, hacia lo que nos está esperando. Todo se ha suspendido, todos están pendientes de nuestro más mínimo gesto, mínima necesidad. Pero, nuestra única necesidad ya está más allá de nuestro alcance y aunque se nos esté ofreciendo todo y más por parte de nuestros familiares y amigos, en ese momento no vamos a poder apreciar y valorar todo lo que se ha puesto a nuestra disposición.
En ese momento, para incorporar esa realidad que se estrecha ante nosotros como un desfiladero interminable de amenazas, pero que también conlleva el cuidado y apoyo de los que se preocupan y nos quieren, vamos a tener que abrir la puerta al valor y con valor dar el primer paso. Desde ese segundo, ya nunca más sabremos lo que es vivir sin valor.
En un principio somos conscientes del esfuerzo, del hacer de tripas corazón y colocar un pie delante del otro para literalmente ir hacia delante, aunque sólo sea de la cama al sillón más cercano. Una valentía que va a tener que saltarse todos los parámetros que hasta entonces conocíamos y que hará que nos sorprendamos al reconocer nuestra la capacidad para superar los retos, de todo lo que parece estar en contra nuestra.
Luego, MUY lentamente empezamos a hacernos con la medida de valor necesaria para incorporar cada vez más "vida" en nuestro día a día. Tarde o temprano llegará el momento en el que parece que ya lo hacemos mejor y que ya no necesitamos esforzarnos tanto, y la verdad es que vamos ganado en experiencia, aprendiendo a emplear el valor de tal forma que nos sorprendería ver cuan expertos nos hemos vuelto. Incluso ganamos en confianza y podemos cada vez más con nuevos y más complejos retos. Podemos con todo esto y si algunos que ya hemos hecho el recorrido nos paráramos a pensarlo, seríamos conscientes de todo lo que hemos tenido que sobrellevar para llegar hasta donde estamos ahora,
No pretendo con esto, resaltar las dificultades, ya que esas las conocemos porque las hemos vivido. Pero sí quiero haceros conscientes de vuestros logros, porque esos nunca los tenemos en cuenta. Muchas veces el detrimento principal es el siguiente... ¿Cuántos de vosotros sentís que más vale no tener capacidades porque podría ser que teniéndolas, la vida os vaya enviando más retos y/o desgracias? Tenemos que contestar muy sinceramente y tenemos que saber exactamente qué pasa con esto. Porque la realidad es otra.
En verdad no es así. No porque yo sea capaz, voy a tener que demostrarlo superando una dificultad detrás de otra, No funciona así. Lo que no nos damos cuenta es que también se necesitan grandes capacidades para vivir grandes acontecimientos, grandes emociones, como el cariño, aprender, apreciar, disfrutar incluso y ¿por qué no? ser felices. Reconocer que hemos sido capaces de superar lo imposible abre la puerta a lo extraordinario, la grandeza de la vida. Que muchas veces, se significa en la posibilidad de no sólo vivir el duelo bien (llorar, expresar, ayudar, conocernos un poco más), sino de descubrir lo que nos está esperando más allá del dolor.
Y no me refiero a mañanas lejanas sino al momento después del demasiado dolor, cuando ese respiro que necesitamos puede incluir un gesto de cariño, un gesto de comprensión hacia nuestra propia persona, una sonrisa, un agradecimiento.
Tenemos que ser muy valientes como para reconocer que nos está faltando lo más importante: reconocernos y querernos. Tenemos que querernos ya que toda nueva vida empieza por allí. Y para esto vamos a tener que admitir las cualidades y la grandeza que nos esperan en nuestro interior.
El paso siguiente es la autoestima, que cuando nos encontramos enfrentando el vacio de la pérdida, desaparece, si alguna vez había sido parte importante nuestra. Digo esto porque raras veces nos damos la oportunidad de conocernos para querernos. Nos queremos a través de los demás. Si mis padres me aceptan y me reconocen, si mi pareja me quiere, si mis hijos me aprueban. Cuántas cosas para reconocernos y comprobar, saber y concedernos que somos tan buenos y perfectos como todos. Es así, cada uno es como tiene que ser, con una cantidad sorprendente de capacidades, con fallos pero sobre todo con buena voluntad. Yo no creo que nadie sea merecedor de desprecio... incluso el máximo "malvado" podría ser un hijo ejemplar o un padre fuera de serie o un amigo leal capaz de dar su vida... Y metafísicamente si enfocamos lo positivo podremos potenciarlo, en nuestro entorno, en los demás pero lo más importante en nosotros mismos.
Pero para poder enfocar... primero tenemos que reconocer. Entonces, yo os pido y os animo y ruego que reconozcáis vuestras cualidades. No sólo saldréis ganando por ello sino que vuestro duelo podrá vivirse de la forma en que cada uno de vosotros necesita que se viva, llorando y expresando todo lo necesario para luego volver a ilusionarse y apreciar y poder abrazar la vida que está esperando sin culpa ni remordimiento.
ACEPTACIÓN
Tenemos que hablar de uno de los temas más polémicos, rechazados y más necesarios en cualquier proceso de crecimiento y especialmente en el proceso de duelo. Antes de revelaros el qué, quiero que sepáis que no vamos a tratarlo de la forma en que lo habéis tratado y hablado hasta ahora.
Cuando nos piden que aceptemos, la primera, segunda y tercera reacción es indignación, rebeldía y rechazo. Esto es así y es MUY normal. Cuando después de la pérdida de lo más importante en nuestra vida, nos piden que aceptemos, pensamos y con razón que nos están pidiendo que aceptemos la muerte de ese ser que ya no está con nosotros de forma física. Esto es IMPOSIBLE. Jamás lo vamos a hacer, por mucho que pase el tiempo, es no sólo imposible pero va contra todo sentido común y sentimental. ¿Cómo vamos a aceptar eso?
Pero nuestra interpretación del consejo no siempre tiene que ver con el mensaje real.
Cuando yo os hablo de aceptación, no me estoy refiriendo a la aceptación del hecho, eso sería no sólo inaceptable sino inmensamente cruel, sino a la aceptación de que estáis viviendo una experiencia descomunal, tremenda, la peor de vuestra vida. Aceptar lo mal que os sentís por el desbarajuste que os está causando vuestra carencia es un primer paso para poder transformar el mal. Esto se tiene que significar. Hemos tenido una pérdida y el cambio que esa pérdida está impulsando en nuestra vida no se puede negar.
Entonces empezamos aceptando la máxima realidad, estamos muy mal. Muchos de los que estáis aquí habéis pasado por esto, muchos lo estáis pasando y otros estáis en ello pero sin ser conscientes de ello. No hay nada más desequilibrante que no darse cuenta de lo que nos pasa. Este acto de conciencia empieza por la aceptación para luego poder comprender. El duelo de verdad tiene que empezar por ahí. Estamos peor que nunca y lo estamos pasando cómo jamás lo hemos pasado, incluso en los peores momentos. ¿Por qué tenemos que aceptar esto? Porque si no constatamos nuestro momento actual, no podremos sanarlo. Si no me considero herida, no habrá curación posible.
Cuando nos aceptamos en la noche más negra de nuestra vida, implícita en esa aceptación esta la posibilidad de que en algún momento empiece a amanecer. Entonces podemos dar un paso más. Estos momentos de enfrentamiento total con la verdad del presente, nos van colocando en el punto justo de nuestro duelo. Si no lo hacemos estaremos viviendo a espaldas de nuestras lágrimas que necesitan ser liberadas. Poder llorar comporta reconocer que tenemos por qué llorar.
Esta es la primerísima aceptación. Pero a medida que pasa el tiempo vamos a tener que seguir en la misma línea y reforzarla. A medida que vamos liberando el sufrimiento nos damos cuenta que hemos cambiado. La misma superación de las dificultades que hemos encontrado, nos cambia, y nos cambia de una manera muy puntual. Ya no somos las personas que éramos antes, ya no reaccionamos de la misma manera. Las personas, los hechos y los problemas que antes nos desmontaban y descolocaban ahora, ni nos llaman la atención. Ya tenemos otra perspectiva y podríamos decir que nos proporciona nuevos puntos de vista más enriquecedores.
Esto está, pero muchas veces no lo vamos a aceptar. Como tampoco cuando ya más adelante empezamos a notar cambios más importantes, cualidades que de pronto notamos: fuerza, sensibilidad, profundidad de pensar y de sentir, más recursos, una visión más sabia que lleva a nuevas posibilidades... Y podría seguir sin parar. Cada uno de vosotros podéis calibrar qué cambios y qué capacidades están formando parte de vuestra nueva manera de ser para aplicarlos a vuestro quehacer diario.
Integrar para que todo esto sea positivo y pragmático, implica una aceptación previa. Esto puede convertirse en un problema ya que es duro aceptar que lo que peor nos ha podido pasar puede llevar a alguna mejora, algún beneficio. Pero toda superación tiene sus recompensas y vamos a tener que aceptarlas para usarlas de manera que nuestro duelo pueda hacerse de la mejor forma posible, que es cómo nosotros queremos elaborarlo. En eso estamos y vamos a hacerlo bien. Cada uno en su momento, sea el que sea. Si toca llorar, si necesitamos expresar, si podemos apoyar o tenemos que esforzarnos o ya, superar... Es una carrera que no tiene fin, pero que tiene sus etapas, y es parte de la gran carrera de la vida, con sus obstáculos y momentos de respiro, con duras pruebas y recompensas. La estamos labrando y como muchas veces se dice, tenemos que estar, tanto a las duras como a las maduras, pero tenemos que estar. Estar significa aceptar el momento, aceptarnos y aceptar el desenlace. Y nos encontraremos con muchos momentos en el cual nos será más difícil aceptar los momentos buenos.
En algún momento del largo proceso de duelo empezaremos a darnos cuenta que la vida nos vuelve a abrir puertas que se habían cerrado de golpe con la pérdida. Ahora sí ahora vamos a tener que hacer un acto de valentía total y aceptar esas nuevas oportunidades. El ser humano es complejo, pero también es completo, tiene sus grandes momentos de dificultad y pruebas, pero también los de recompensa y felicidad. Este es el máximo esfuerzo, máximo acto de valentía que conlleva todo proceso de duelo... volver a ser felices.
¿Cuántas trabas? ¿Cuántos prejuicios? ¿Cuántos miedos? Todos ellos impidiendo que nuestra vida vuelva a ser una vez más una celebración compartida con nuestros seres queridos. Con todos ellos, los que están con nosotros a nuestro lado pero también, los que están con nosotros en nuestro corazón, porque están en cada momento de nuestro presente y en todos nuestros futuros. Ya jamás habrá pérdida, ya jamás habrá vacío.
Están, y reencontrar la vida, acudir a su invitación perenne de vivirla una vez más se convierte en una ceremonia de puro amor, pura constatación de la presencia de ese ser en todo lo que hacemos, sentimos y pensamos.
¿Cuántas cosas para aceptar? Todas, pero yo creo que ha quedado muy claro que aceptación no significa en ninguna de sus acepciones resignación. Nada que ver. Resignarse no tiene cabida en una vida que ha conocido el máximo sufrimiento porque ha perdido el tesoro mayor. Resignarse es una bajada de hombros y de ánimo que no va con seres que aman y que, aunque sólo sea por ese amor, necesitan ser la imagen viviente de todo lo que su ser querido ha sembrado en ellos... Gracias.
(Anji Carmelo)