ACOSTÚMBRATE A DAR OPINIONES Y NO SOLUCIONES.
El arte de acompañar sin imponer, escuchar sin intervenir, opinar sin dirigir
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Vivimos en una cultura obsesionada con las soluciones. Nos enseñan desde pequeños que lo valioso es arreglar, intervenir, resolver. “¿Cuál es el problema?” es casi un reflejo automático ante cualquier situación difícil. Y aunque esta actitud puede parecer útil, incluso noble, también puede ser profundamente invasiva. No todas las personas que hablan quieren ser salvadas; muchas solo desean ser escuchadas.
En este artículo exploraremos por qué es tan importante aprender a dar opiniones en lugar de soluciones, cuándo intervenir, cuándo callar, y cómo acompañar de forma empática y respetuosa a quienes comparten con nosotros sus problemas, dudas o emociones.
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1. La ilusión del salvador: querer ayudar sin ser pedido
Cuando alguien nos cuenta un problema, nuestro primer impulso suele ser ofrecer una solución:
• “¿Has probado a hacer esto…?”
• “Yo en tu lugar haría…”
• “Lo que deberías hacer es…”
Esta actitud tiene su origen en una mezcla de preocupación genuina y ego: queremos ayudar, sí, pero también queremos sentirnos útiles. Sin embargo, esa urgencia por intervenir suele tener un efecto contrario al deseado: la persona se siente no escuchada, juzgada o invadida.
Dar soluciones antes de tiempo es como interrumpir el proceso emocional del otro. Es decirle, aunque no lo digamos en voz alta: “Tu problema me incomoda, así que mejor lo arreglamos rápido”. El salvador, en su deseo de hacer el bien, muchas veces actúa desde su necesidad, no desde la necesidad real del otro.
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2. ¿Por qué dar opiniones y no soluciones?
a) Porque el otro no siempre busca respuestas
Muchas personas no buscan consejos, sino comprensión. Necesitan ordenar lo que sienten hablándolo, no que alguien les diga qué hacer.
b) Porque cada uno tiene su camino
Lo que a ti te funcionó no necesariamente le servirá al otro. Tu contexto, tu carácter, tus recursos emocionales son distintos.
c) Porque intervenir desactiva el proceso del otro
Cuando das una solución rápida, cortas el proceso de reflexión, aprendizaje o catarsis de la otra persona. Le robas la oportunidad de descubrir por sí misma qué necesita.
d) Porque puedes convertirte en responsable de algo que no te pertenece
Si la persona sigue tu consejo y no le funciona, te culpará (con razón o sin ella). Si le funciona, puede volverse dependiente de ti. En ambos casos, le quitas autonomía.
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3. La diferencia entre opinión y solución
Una solución suele ser directiva:
“Haz esto”, “Deberías dejarlo”, “Lo mejor sería cambiar de trabajo”.
Una opinión es reflexiva, abierta, y respetuosa:
“Desde mi experiencia, eso puede ser muy desgastante”,
“Yo lo viví de otra forma, y esto fue lo que me sirvió, aunque no sé si sea tu caso”.
Dar una opinión es compartir una perspectiva, no imponer un camino. Es como ofrecer una linterna al que camina en la noche, pero sin obligarlo a seguir el camino que tú iluminaste.
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4. La escucha activa: el acto más poderoso que puedes ofrecer
Más que una solución, lo que la mayoría de las personas necesitan es presencia emocional. Escuchar bien es un acto profundo y sanador. No significa simplemente oír, sino:
• No interrumpir.
• No juzgar.
• No buscar el “punto débil” para arreglarlo.
• Reflejar lo que el otro siente (“Parece que estás muy frustrado por eso”).
• Hacer preguntas abiertas, no respuestas cerradas.
Una escucha sincera tiene más poder terapéutico que mil consejos. Hace que la persona se sienta comprendida, validada y libre.
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5. Acompañar ? dirigir
Acompañar es caminar al lado del otro, no delante. Es estar disponible sin cargar, sugerir sin imponer, opinar sin dirigir. Las personas crecen más cuando se sienten apoyadas, no dirigidas. Nadie florece bajo la sombra de otro.
Una de las señales de madurez emocional es poder estar con alguien en su dolor, su duda o su enredo, sin sentir la necesidad de resolverle la vida. Eso no es indiferencia: es respeto.
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6. Cuando dar soluciones es necesario (pero con cuidado)
Esto no significa que nunca debamos dar soluciones. Hay momentos —por ejemplo, en situaciones de peligro, crisis o si nos piden explícitamente ayuda— en que una intervención clara puede ser valiosa. Sin embargo, incluso entonces, conviene tener presente algunas reglas:
• Pregunta antes: “¿Quieres que te dé una opinión o solo que te escuche?”
• Valida antes de opinar: “Entiendo que eso es muy duro… ¿te gustaría que compartiera algo que a mí me ayudó?”
• Ofrece, no impongas: “Hay una posibilidad que quizás no hayas considerado…”
La solución que das con humildad y respeto puede ser bienvenida. La que das sin haber sido pedida puede ser rechazada, incluso si es acertada.
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7. La importancia de confiar en el otro
Cuando das una opinión en vez de una solución, le estás diciendo al otro:
“Confío en tu capacidad de encontrar tu camino.”
Y esa es una forma profunda de amor. Las personas no necesitan que les resolvamos la vida. Necesitan saber que no están solas mientras la resuelven.
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8. Conclusión: la sabiduría de no salvar a nadie
Acostúmbrate a dar opiniones y no soluciones.
No porque no tengas ideas, experiencia o buena voluntad.
Sino porque tu presencia es más valiosa que tu consejo.
Porque la libertad de pensar, sentir y decidir es sagrada.
Porque las personas crecen más cuando se sienten escuchadas que cuando se sienten corregidas.
Y porque, al final, acompañar con respeto y humildad es una de las formas más puras de amar.