QUIERO SENTIRME BIEN. QUIERO SER FELIZ.
Así como hay ciertos alimentos que nos dañan y a los que tenemos que renunciar, debemos también aprender a renunciar a ciertas emociones que nos perjudican.
Cómo es posible que en un mundo cada vez más desarrollado en el que las personas viven mejor, van bien vestidas, bien alimentadas, se educan en buenos colegios y tienen médicos que atienden hasta sus más pequeñas dolencias resulte que el más mínimo contratiempo les hace perder la salud mental y necesitan acudir a especialistas para solucionarlo.
¿Qué está fallando? ¿Dónde está entonces el problema?
Pues el fallo es que vivimos en la era del bienestar y de la intolerancia a la frustración.
Somos esa generación hedonista que no tolera contrariedades.
Todos queremos alcanzar nuestras metas con rapidez y facilidad y nos hundimos cuando la vida nos presenta obstáculos.
Cuando se presentan dificultades nadamos a contracorriente, sin paciencia, sin persistir y sin ver los contratiempos como otra parte más de la vida.
Nos rendimos, vamos lloriqueando como niños por los rincones y pedimos al doctor una pastilla que nos permita soportar nuestra pésima existencia.
Tenemos el “síndrome del derecho”; sentimos y actuamos como si tuviéramos derecho al éxito, al amor, a la aprobación, a una salud de hierro, a la felicidad...
Hemos imaginado una vida ideal, perfecta y cuando la comparamos con la realidad y no coinciden condenamos la realidad.
En lugar de modificar nuestras expectativas, volverlas más realistas, seguimos tratando de alcanzar ese mundo ideal y perfecto que solo está en nuestra mente y que por supuesto es imposible de conseguir.
Somos las únicas personas en el mundo capaces de atormentarnos y martirizarnos con eficacia. Nadie en mundo tiene ese poder, solo tú.
Y lo conseguimos, vaya si lo conseguimos...
(Autora: Rosa María Miguel García)