SELECCION INCONSCIENTE DE LA PAREJA
A las personas románticas les gusta creer que las relaciones amorosas surgen por arte de encantamiento, por predestinación o, más frecuentemente, porque ha habido un «flechazo».
La realidad, aunque pueda parecer fría y nada romántica, es que todos seleccionamos nuestra pareja en función de una serie de criterios y que este proceso de selección tiene lugar a nivel más o menos subconsciente y se realiza generalmente de forma instantánea. Por ello no nos damos cuenta.
De todas maneras, estas dos teorías no son incompatibles.
Se trata de entender que todos poseemos una lista particular de criterios que apreciamos en los demás, y que cuando hallamos alguien que cumple muchos de ellos, o todos, se nos despierta un sentimiento que denominamos amor.
Esta lista de atributos que intervienen en la selección de pareja, y la importancia relativa atribuida a cada uno, varía de una persona a otra.
Mientras hay quien considera imprescindible que su pareja sea muy inteligente, otro concede suma importancia a que sea bien parecida y no le importa la inteligencia.
Además, la valoración difiere según la finalidad con la que se busca pareja: relaciones sexuales sin más, amistad, compañía o formación de una pareja estable.
A pesar de esta complejidad, es posible estudiar algunos de los principales factores que intervienen en la formación de las parejas.
¿QUÉ CUALIDADES DESEAMOS?
Numerosos estudios sobre la formación de la primera impresión al conocer a una posible pareja han revelado que cuanto mayor era el atractivo físico (valorado por un tercero) de un muchacho o muchacha, más apreciado era éste o ésta por su pareja.
Tanto en los varones como en las mujeres, atributos como la personalidad o la inteligencia no parecían tener peso. De hecho, es probable que éstas y otras cualidades no sean valoradas hasta que no se ha superado la primera fase de atractivo físico.
EL MITO MACHISTA
Otro factor a tener en cuenta radica en el hecho de que los hombres tienen más posibilidades de compensar la falta de atractivo físico con otras cualidades, como la inteligencia o la categoría social.
Estas cualidades del hombre apreciadas por las mujeres han sido estudiadas mediante la prueba del laberinto: ochenta parejas de estudiantes tenían que recorrer un laberinto, siendo el varón quien debía conducir a su pareja por medio de indicaciones verbales o gestos, hasta encontrar la salida. Al final se pidió a las chicas que calificaran a sus compañeros.
Las mujeres mostraron preferencia por los hombres dominantes, siempre y cuando se hubieran mostrado competentes. Los hombres que se mostraron dominantes, pero fueron incapaces de encontrar la salida, recibieron la puntuación más baja.
De nada le sirve, pues, al hombre adoptar actitudes de macho dominante si estas no van seguidas de una demostración de que verdaderamente posee aquellas cualidades de las que presume.
DIOS LOS CRÍA Y ELLOS SE JUNTAN
Los cometidos tradicionalmente asignados al hombre y a la mujer sugieren una idea de complementariedad: el hombre, fuerte, agresivo, que protege a toda la familia; y la mujer, necesitada de protección, que a su vez aporta a la pareja la dosis de dulzura y afectividad que el hombre no posee.
En este estereotipo, dejando al margen el rechazo que pueda merecer en sectores de opinión cada vez más amplios, queda patente la idea de que la pareja debe ser complementaria, esto es, cada miembro debe poseer unas actitudes diferentes del otro miembro para que, entre los dos, queden cubiertos todos los requerimientos que una pareja precisa.
Sin embargo, las investigaciones realizadas sugieren más bien lo contrario. Existen indicios de que preferimos personas con actitudes parecidas a las nuestras y no complementarias. En un estudio se emparejó a un grupo de alumnos con una persona desconocida para ellos. A la mitad se les asignó una pareja con personalidad y actitudes parecidas, y a la otra mitad, una pareja completamente distinta a ellos. Se efectuó, asimismo, una valoración del atractivo físico de los participantes. Las respuestas de los estudiantes revelaron que preferían a las personas más atractivas y con una personalidad y actitudes parecidas. También se observó que las parejas más compatibles tendían a sentarse juntas. Es probable por tanto que, dado que las actitudes de uno mismo suelen considerarse óptimas, tendemos a preferir personas que muestren estas mismas actitudes.
Pero, aunque en conjunto existen más indicios favorables a la similitud de personalidades que a la complementariedad como factor determinante del emparejamiento, los datos no son del todo concluyentes.
(Autor desconocido)