EL PROBLEMA DEL MAL
(texto de Antonio Blay)
Escrito por David, en Espiritualidad
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
En el trabajo relacionado con la vida espiritual, a veces se producen dificultades derivadas de las dudas que surgen en la propia mente, las cuales crean desconfianza e indecisión e inhiben nuestro progreso. Estas dudas se refieren básicamente al problema del mal. Sucede que las personas se enfrentan frecuentemente al mal y al dolor en sus varias formas y grados, dentro y fuera de sí mismas, y esto engendra estas dudas y actitudes contradictorias.
Hemos hablado de que el acercarnos a Dios debería ser el alfa y omega de nuestra vida, ya que todo cuando existe es expresión de la inteligencia, la voluntad y el amor de Dios. Y realmente, algo nos dice que es cierto que Dios es la base, el fundamento de todo, y que de algún modo todo ha de participar de esta naturaleza de lo divino. Pero, por otra parte, nuestra experiencia cotidiana nos hace vivir con recelo, con desconfianza, replegados en nosotros mismos, siempre en una actitud de protección, de defensa, de temor.
Pero esto no debería ser así, ya que si toda la existencia, toda la manifestación (o creación) es esta expresión divina en múltiples grados y modos, si todo es expresión de la naturaleza de Dios, todo debe participar de esta naturaleza divina en un grado u otro. Así, pues, ¿por qué existe el mal? ¿Qué es el mal?
Dios de ninguna manera ha creado el mal. Dios de ninguna manera permite el mal. El mal no tiene nada que ver con Dios. El mal, en todas sus formas y manifestaciones, no tiene existencia real, su existencia es aparente. No es una cosa como una silla (por ejemplo), que sí es una cosa, o como el pensar, que sí es una cosa; o como una montaña, que sí es una cosa. El mal no es una cosa, ni física ni sutil. El mal es sólo una apariencia, es un contraste entre dos cosas que son positivas. Aparece cuando vivimos simultáneamente varias modalidades o niveles de la expresión de Dios, y encontramos a faltar en el nivel inferior lo que vivimos o aspiramos a vivir en el nivel superior. Es esa diferencia de niveles lo que crea el contraste, lo que crea esta sensación de ausencia, de defecto, y a este defecto le llamamos mal; aparece como mal.
En el nivel material, las leyes físicas (de la materia) son completas, son perfectas en sí mismas. A un eslabón superior, en el nivel biológico y vital, lo que existe es perfecto, pues una mirada penetrante y objetiva nos hace ver la ingeniería maravillosa de todo lo viviente. Es perfecto lo que hace mover a este nivel vital; esos impulsos, esas necesidades básicas que mueven a los seres vivientes a satisfacer su apetito, a crecer, a consolidarse, a multiplicarse, incluida su capacidad de defensa y de ataque, lo cual es la base de su supervivencia y de su fortalecimiento, como individuos y como raza. Pero a un nivel superior, humano, en donde cabalgan juntos las leyes físicas, las leyes afectivas, mentales y espirituales, entonces -aunque cada nivel tenga en sí su perfección, aunque cada nivel sea totalmente positivo en sí mismo-, en la conciencia, en la mente que vive conjuntamente estos niveles, es donde se vive una complejidad, una variedad en la que se crea esta apariencia.
NO SE PUEDE PEDIR A UN NIVEL LO QUE ES PROPIO DE OTRO
Generalmente, la mente no está bien estructurada de manera que cada cosa se viva en su propio nivel. Estos contrastes, estas diferencias surgen cuando la persona trata de vivir su afirmación mental a través de lo vital, o su satisfacción emocional a través de lo sexual; o cuando trata de que lo espiritual se ponga a las órdenes de su yo personal; cuando manejamos los niveles subordinando unos a otros en lugar de vivir cada uno en su propio nivel. Si yo pido, en lo vital, la perfección que intuyo y deseo en lo espiritual, me encontraré con que lo vital no responde a este nivel de perfección que intuyo en lo superior. Lo espiritual es esencialmente una Unidad, una Belleza, una perennidad, un Bien, un Éxtasis. Esa realidad, en lo vital, se manifiesta convertida en la fuerza de la unidad biológica de cada individuo, es esa Inteligencia Universal pero vivida al servicio de la subsistencia y desarrollo de la unidad biológica aislada; y el sentido de unidad -en esas pequeñas unidades que son los seres vivientes- sólo se vive subordinado a unas unidades mayores que llamamos razas o familias biológicas.
Así, esta noción de Unidad total, sea noción de Bien, de permanencia, no puede expresarse a este nivel vital porque su modo natural de manifestación es a través de la oposición, de la lucha, del cambio o de la violencia. Y eso, que es correcto en el nivel biológico, aparece como sumamente imperfecto en el nivel espiritual. Y si pretendemos que lo espiritual se manifieste en lo biológico -en tanto que espiritual-, nos equivocamos, es una imposibilidad, ya que sería una negación de lo biológico en sí mismo.
Entonces nos lamentamos de la crueldad que hay en la ley biológica, en que cada uno vive en cierto grado a expensas de los demás; en que cada uno trata de defenderse y atacar para sobrevivir individualmente. Por ello, estas leyes pueden parecernos crueles. Pero sólo son crueles porque pretendemos que en el nivel biológico se manifieste una cosa de un nivel distinto, superior.
En nuestra vida humana, regida por la mente y la afectividad al servicio de la personalidad individual, el bien de esta personalidad es asimismo su subsistencia, su afirmación y desarrollo como personalidad individual. También aquí yo he de defenderme de los demás y he de fortalecerme como unidad, he de luchar para mantener mi sitio, para mantener mi equilibrio en relación con las circunstancias y con las demás personas, he de diferenciar constantemente lo que es favorable para esta subsistencia individual -sea a nivel físico, afectivo o mental- de lo que es perjudicial. La mente, en este sentido, es un instrumento maravilloso para organizar esta vida individual.
Pero en mi aspiración hacia una felicidad que no esté oscurecida por nada, hacia una noción de Belleza luminosa, hacia una noción de perennidad, etc., cuando esto lo busco pretendiendo vivirlo a través de lo personal, a través de mi unidad como persona concreta, entonces es cuando surge el que yo soy débil, soy frágil, soy ignorante, el que mi organismo está sujeto a un decaimiento, a unas enfermedades, a la muerte, el que mi mente es susceptible de muchos errores, el que estoy sometido a muchas limitaciones, el que la afectividad, que vive unas cosas buenas, inevitablemente vive también otras desagradables; entonces eso que es completo en el propio nivel del individuo aislado, pasa a ser incompleto, insatisfactorio, frustrante, cuando la persona lo vive buscando lo Superior a través de lo inferior.
Es siempre a través de este contraste, de esta comparación, de pretender que lo inferior nos dé el resultado de lo superior, es en razón de esta tergiversación de planos cuando encontramos constantemente contradicciones, cuando nos encontramos incompletos, imperfectos, cuando surge el error, el sufrimiento, el mal.
SOLUCIONES MEDIANTE EL TRABAJO
Podemos hacer dos cosas para resolver este problema del mal.
1. Puedo educar mi mente para que aprenda a vivir cada nivel por sí mismo, sin otras atribuciones. Entonces, yo aplicaré a mi cuerpo las leyes propias de lo biológico; a mi vida personal, las leyes propias del equilibrio y de la convivencia humana (en su relatividad); y aplicaré a mi vida espiritual las leyes propias de lo espiritual. Pero sin pretender subordinar lo superior a lo inferior, sin querer convertir, por ejemplo, mi vida espiritual en un medio para satisfacer mi egocentrismo, o para compensar mi ansiedad o mi inseguridad. O sea, tendiendo a descubrir la verdad de cada nivel en cada momento, con una disciplina de la actitud ante cada cosa y situación.
2. También puedo descubrir que, en el fondo, todo lo que yo busco a través de los distintos niveles, es, en un grado u otro, una expresión de lo que está en Dios, una expresión de la Fuente. En la vida espiritual se pretende que la persona se abra directamente a Dios, reconociendo a este Dios no solamente como la razón de ser de todo cuanto existe, sino también como finalidad de todo lo que existe; no sólo como la razón de ser de mi vida, sino como objetivo de mi vida. Y todo lo que yo estoy buscando a través de mi nivel emocional, biológico, mental, social, familiar, profesional, recreativo, etc., no es más que unas particularidades, unos aspectos de lo que Dios es en grado absoluto. Por lo tanto, todo lo que yo pretendo encontrar, o pueda recibir de las personas y de las circunstancias, yo puedo y debo llegar a descubrirlo y a vivirlo plenamente en Dios de un modo directo.
Yo no puedo pretender llegar a una vida espiritual plena si mi mente, mi corazón y mi voluntad están divididos. Aquello que dice «que no se puede servir a dos señores a la vez» es muy cierto. Yo he de llegar a unificar mi visión de todo; por lo tanto, mi actitud ante todo. Dios no es un apartado más en mi vida, aunque pueda serlo al principio. Cuando yo me voy abriendo más a la realidad de Dios, veo que Dios no es un apartado entre otros, sino que es la Fuente absoluta, única, que no tiene ninguna posible comparación con otros aspectos de mi vida. Y todas las cosas que yo vivo por imperativos de mi propia dinámica personal, las vivo aprendiendo a descubrir en ello una manifestación de Dios, un aspecto de Dios. Cuanto más yo aprendo a abrirme a Dios, más Dios, lo Superior, lo Espiritual, llena mi conciencia; no en sentido figurado sino literal: llena mi conciencia. Hay una sustancia que penetra en mí, hay una fuerza que penetra en mí, hay una Gracia que penetra en mí, lo cual es una experiencia concreta que transforma toda mi capacidad de vivir.
DIOS ES EL CENTRO DE TODO
Dios ya es la Fuente de todo lo que vivo. Pero cuando en mi conciencia conozco a Dios como Fuente de todo y me abro a este Dios, en este acto de entrega, de receptividad, de silencio, la Gracia y la Fuerza iluminan mi conciencia, y es esta iluminación experimental la que transforma toda mi vida; y no sólo subjetivamente, en lo que siento, sino que la transforma también objetivamente, en mi modo de ver y de vivir el mundo y en el modo como el mundo, las personas y las circunstancias se comportan en relación conmigo.
Nuestra salud no es más que Dios expresándose plenamente a través de nuestro nivel vital. Nuestra riqueza, nuestra abundancia en las cosas, no es más que Dios expresándose plenamente a través de nuestra realidad material. Nuestra felicidad no es más que Dios expresándose a través de nuestro nivel afectivo. Nuestra seguridad, poder y realidad no son más que Dios expresándose como nuestro propio ser. Nuestra vida exterior y todos los hechos de nuestras circunstancias -cómo se conducen los demás, las cosas que me ocurren, etc.-, no son más que la expresión directa de Dios a través de mi conciencia externa.
Cuando yo lucho por la salud (en caso de enfermedad), puedo hacerlo combatiendo la enfermedad o puedo hacerlo abriéndome a la salud. Cuanto más yo me abro a Dios, más me abro a la salud, a la única Fuente real de salud. Yo puedo luchar contra mis circunstancias adversas tratando de ahuyentar las amenazas, los peligros, pero también puedo luchar a favor de la Plenitud abriéndome a Dios, que es la única Fuente de Plenitud, en todos los niveles. Puedo buscar seguridades, certezas, a través del estudio, razonando, o mediante consultas; o puedo abrirme a Dios, y entonces se hará una Luz en mi mente que me aclarará todas las cosas esenciales de un modo inapelable, clarísimo, evidente.
Tenemos la idea de que el mal existe y de que nosotros hemos de defendernos del mal; y esa idea, que es sólo una idea errónea, afecta profundamente a nuestra vida. Entonces luchamos contra nuestros miedos, contra nuestros enemigos, contra todo lo que parece adverso (externo o interno); pero no deberíamos perder ni un instante en esta clase de luchas, pues se trata de una pérdida de tiempo y de energías.
Todo lo negativo desaparece a la luz de lo positivo. Toda nuestra conciencia de limitación desaparece ante la conciencia de Plenitud y de Presencia divinas, en todos nuestros niveles, incluso en los más materiales, más externos, más físicos, más biológicos; no hay una separación en cuanto a la acción de Dios entre lo que llamamos espiritual y lo material, la única separación la pone nuestra mente. Nuestra mente es la única obstrucción y por eso es tan necesario que la mente se abra incondicionalmente a la Presencia activa de Dios en nosotros en todos los niveles. Dios es el centro de todo acto de nuestra existencia. Dios es el centro de cada instante de nuestra vida.
Esta apertura a Dios debe ser una apertura real, no sólo una idea en nuestra mente, no sólo un deseo en nuestro corazón, sino una experiencia tan real como el acto de respirar o el acto de andar. El contacto de nuestra mente consciente con el Dios viviente ha de ser aún más real que todo lo que vivo ahora como realidad.